cabo de tres dias, colgo y fue a la oficina en busca de fotos y favores.
Karen Hiltscher habia salido a comer; Danny agradecio que la muchacha no estuviera para comerselo con la mirada y palparle los biceps en tanteos experimentales mientras el sargento de guardia reia para sus adentros. Habia dejado las fotos en el escritorio. Vivo y con ojos, Martin Mitchell Goines tenia un aspecto joven y saludable: el peinado a lo Pompadour era el rasgo mas sobresaliente de sus fotos de frente, de perfil derecho y de perfil izquierdo. Eran las fotos tomadas despues de su segundo arresto por tenencia de marihuana: un letrero que le colgaba del cuello rezaba: «Departamento de Policia de Los Angeles, 16/4/44.» Seis anos atras; tres y medio en San Quintin. Goines habia envejecido prematuramente, y al morir parecia mayor de treinta y tres anos.
Danny le dejo una nota a Karen Hiltscher: «Querida, por favor hazme un par de favores: 1) Llama a Yellow, Beacon y las companias de taxis independientes. Pregunta si recogieron a algun varon en Sunset entre Doheny y La Cienega y las calles laterales, entre las 3.00 y las 4.00 de anoche. Pregunta tambien por un hombre borracho, Central y Slauson al 1200, calle St. Andrews, 12.30 – 1.30 de la manana. Consigue todos los datos disponibles sobre pasajeros en esas horas y lugares. 2) Seamos amigos, ?vale? Lamento haber cancelado esa cita para almorzar. Tuve que prepararme para un examen. Gracias – D. U.»
La mentira enfurecio a Danny con la muchacha, con el Departamento del sheriff y consigo mismo por su actitud servil. Penso en llamar a la Seccion de la Setenta y Siete para avisar que iba a operar en territorio de la ciudad, luego desecho la idea. Era como pedir disculpas a la policia de Los Angeles porque el Departamento del sheriff daba refugio a Mickey Cohen. Penso en eso con desprecio. Un maton con aspiraciones a comico de club nocturno y sentimientos piadosos por los perros extraviados y los ninos lisiados ponia de rodillas al Departamento de Policia de una gran ciudad con una grabacion: policias de Antivicio aceptando sobornos y actuando como choferes de prostitutas; el turno de noche de la Seccion Hollywood follando con las rameras de Brenda Allen en jergones, en plena celda. Mickey C. usando todo su arsenal de difamaciones porque los altos oficiales de la ciudad pedian otro diez por ciento sobre los negocios de usura y apuestas. Corrupcion. Estupidez. Codicia. Error.
Danny canturreo esa letania mientras se dirigia al distrito negro: al este por Sunset hasta Figueroa, Figueroa hasta Slauson, al este por Slauson hasta Central, la ruta hipotetica del asesino y ladron de coches. Anochecia, y los nubarrones eclipsaban el ocaso que intentaba iluminar las barriadas negras: chozas derruidas con cerca de alambre, salas de billar, bodegas e iglesias en todas las calles, hasta que empezaba la tierra del jazz. Una larga manzana de desquiciada vitalidad en medio de tanta sordidez.
Bido Lito's parecia un Taj Mahal en miniatura, aunque de color rojo; Malloy's Nest era una choza de bambu en cuya fachada habia falsas palmeras hawaianas con adornos navidenos. Rayas de cebra eran la unica decoracion de Tommy Tucker's Playroom, un obvio almacen reformado y coronado por saxofones, trompetas y claves musicales de yeso. El Zamboanga, Royal Flush y Katydid Klub, rosados y brillantes, con toques de rojo y verde vomito, compartian un edificio que parecia un hangar subdividido, con las respectivas entradas perfiladas en neon. Y el Zombie era una mezquita arabe que presentaba a un sonambulo de tres pisos de altura creciendo desde la fachada: un negro de ojos rojos y relucientes saltando hacia la noche.
Los clubes estaban unidos entre si por enormes aparcamientos; negros musculosos rondaban puertas y letreros que anunciaban cenas «Early Bird». Habia pocos coches aparcados; Danny dejo el Chevy en una calle lateral y empezo sus averiguaciones.
Los porteros del Zamboanga y Katydid recordaban haber visto a Martin Mitchell Goines «por ahi»; un hombre que colocaba el letrero del menu frente al Royal Flush llevo la identificacion un poco mas lejos: Goines era un trombonista de segunda fila al que habitualmente contrataban cuando faltaba gente. Desde «Navidad» habia tocado en la banda de Bido Lito's. Danny escruto cada una de esas suspicaces caras negras buscando indicios de que le ocultaban informacion; solo tuvo la sensacion de que esos sujetos pensaban que Martin Goines era un ingenuo.
Danny llego a Bido Lito's. Un letrero anunciaba a DICKY MCCOVER Y SUS JAZZ SULTANS – ESPECTACULOS A LAS 7.30, LAS 9.30 Y LAS 11.30 TODAS LAS NOCHES – DISFRUTE DE NUESTRO CESTO DE POLLO ESPECIAL. Entro, y fue como entrar en una alucinacion.
Las paredes eran de saten claro iluminado por focos de color que daban a la tela un tono difuso; en el escenario habia una imitacion de las piramides en carton chispeante. Las mesas tenian bordes fluorescentes, y las camareras negras llevaban comida y bebida y usaban cenidos disfraces de tigre. Todo el lugar olia a fritanga. Danny sintio un grunido en el estomago. Recordo que no habia comido desde hacia veinticuatro horas y se acerco a la barra. Aun bajo esa luz alucinatoria advirtio que el camarero se daba cuenta de que era un policia.
Le mostro las fotos.
– ?Conoce a este hombre?
El barman cogio las fotos, las examino a la luz de la caja registradora y se las devolvio.
– Martin. Toca el trombon con los Sultans. Si quiere hablar con el, lo encontrara antes del primer turno de comida.
– ?Cuando lo vio por ultima vez?
– Anoche.
– ?En la ultima sesion de la banda?
El camarero curvo los labios en una sonrisa; Danny intuyo que «banda» era vocabulario de no iniciados.
– Le he hecho una pregunta.
El hombre limpio el mostrador con un trapo.
– No creo. Recuerdo haberlo visto en la sesion de medianoche. Por ser Noche Vieja ayer los Sultans hicieron dos sesiones tardias.
Danny reparo en un anaquel donde habia botellas de whisky sin etiqueta.
– Quiero hablar con el gerente.
El camarero apreto un boton; Danny se sento en un taburete y giro para mirar el escenario. Un grupo de negros abria cajas de instrumentos, de donde sacaron un saxo, una trompeta y platillos. Un mulato gordo con traje cruzado se acerco a la barra con una sonrisa aduladora.
– Crei que conocia a todos los muchachos del Escuadron -dijo.
– Trabajo para el Departamento del sheriff -replico Danny.
La sonrisa del mulato se evaporo.
– Habitualmente trato con la Siete Siete, amigo.
– Este es asunto del condado.
– Este no es territorio del condado.
Danny senalo hacia atras con el pulgar y movio la cabeza hacia los focos.
– Aqui hay alcohol ilegal, esas luces pueden causar incendios y el condado se encarga del control de bebidas y de las normas de higiene y seguridad. Tengo una libreta de citaciones en el coche. ?Quiere que vaya a buscarla?
El mulato volvio a sonreir.
– Claro que no. ?En que puedo servirle, senor?
– Hableme de Martin Goines.
– ?Que quiere que le diga?
– Todo, por ejemplo.
El gerente se tomo su tiempo para encender un cigarrillo; Danny sabia que lo estaba evaluando. Al fin el hombre exhalo y dijo:
– No hay mucho que contar. Nos lo mandaron cuando el trombon de los Sultans empezo a beber de nuevo. Habria preferido un hombre de color, pero Martin tiene fama de llevarse bien con los negros, asi que lo acepte. Salvo anoche, que dejo plantados a los muchachos, Martin siempre se habia comportado con correccion. Su trabajo era satisfactorio. No era el mejor musico del mundo; tampoco era el peor.
Danny senalo a los musicos del escenario.
– Esos muchachos son los Sultans, ?no?
– Asi es.
– ?Goines toco con ellos en una sesion que termino despues de medianoche?
El mulato sonrio.
– La ritmica version de
– ?Cuando termino la sesion?