color y siluetas pasar por delante de ellas. Vi chicas con uniformes de escuelas privadas. Vi algunos hermosos arboles de Navidad.
Estos paseos de ultima hora eran inquietantes y seductores. La oscuridad reforzaba mi sentido de propiedad del lugar y disparaba mi imaginacion. Empece a acechar patios traseros y a asomarme a las ventanas posteriores.
El simple hecho de merodear por alli constituia algo emocionante en si mismo. Las ventanas posteriores me ofrecian imagenes intimas.
Lo mejor eran las ventanas de los cuartos de bano. Veia mujeres medio vestidas y mujeres y chicas en albornoz. Me gustaba observarlas mientras hacian muecas delante del espejo.
Encontre un guante de beisbol en una mesa de picnic. Me lo lleve. Detras de otra casa encontre un balon de futbol, de cuero autentico. Lo robe y lo raje por la mitad con una navaja, para ver que tenia dentro.
Aun no habia llegado a la adolescencia y ya era un ladron y un miron. Me encaminaba hacia una cita intima con una mujer profanada.
8
Me llego en un libro. Un regalo inocente quemo mi mundo hasta los cimientos.
Cuando cumpli once anos mi padre me dio un libro. Se trataba de una obra de no ficcion, un canto al Departamento de Policia de Los Angeles titulado
El programa se basaba en casos del DPLA. Los policias hablaban con voz monotona y trataban a los sospechosos con brusquedad y desprecio. Estos, por su parte, mostraban una verborrea incontenible, producto de su pusilanimidad. Los polis no daban credito a ninguna de sus tonterias.
El libro era el programa de television, pero libre de frenos. Jack Webb detallaba los metodos policiales y se lamentaba profusamente de la carga que soportaban los varones blancos del DPLA. Comparaba a los delincuentes con comunistas, y no habia la menor ironia en ello. Ilustraba los terrores y las prosaicas satisfacciones del trabajo policial mediante anecdotas de la vida real. Libre de las limitaciones de la estricta censura televisiva, recogia algunos casos verdaderamente escabrosos.
El asunto de la bomba incendiaria del club Meca fue todo un acontecimiento. El 4 de abril de 1957 cuatro indeseables fueron expulsados de una taberna del vecindario. Un rato despues, regresaron con un coctel molotov e incendiaron el local, que quedo convertido en cenizas. Murieron seis clientes. Al cabo de pocas horas el DPLA atrapo a los autores, que fueron juzgados, encontrados culpables y condenados a muerte.
Donald Keith Bashor era ladron de pisos. Reventaba pequenos apartamentos en el distrito de Westlike Park. En dos ocasiones, sendas mujeres lo sorprendieron en plena accion. Bashor las mato a golpes. Fue capturado, juzgado y condenado. En octubre del 57 entro en la camara de gas.
Stephen Nash era un psicopata a quien le faltaban varias piezas dentales y que estaba furioso con el mundo. Mato a un hombre de una paliza y apunalo a un chico de diez anos bajo el rompeolas de Santa Monica. El DPLA le echo el guante en el 56. Confeso nueve asesinatos mas y se califico a si mismo como «el rey de los asesinos». Fue juzgado, condenado y sentenciado a muerte.
Las historias eran horrorosas. Los villanos daban muestras de estupidez y de tener tendencias nihilistas.
Stephen Nash mataba por impulso. Sus asesinatos carecian de calculo y su intencion al perpetrarlos no era sembrar un horror indecible. Nash no sabia convertir su furia en gestos simbolicos y volcarla como tal sobre un ser humano vivo. Le faltaba la voluntad de cometer asesinatos o la inclinacion a ello que despertaban la fascinacion del gran publico.
El asesino de la Dalia Negra sabia lo que el otro ignoraba. Comprendia la mutilacion como lenguaje. Asesino a una mujer joven y hermosa y de este modo se aseguro su celebridad anonima.
Lei el relato de Jack Webb sobre el caso de la Dalia Negra. La lectura fe llevo a lo mas hondo y oscuro de mi.
La Dalia Negra era una muchacha llamada Elizabeth Short. Su cuerpo fue encontrado en enero de 1947 en un solar vacio, seis kilometros al sur del edificio de apartamentos donde yo vivia.
Elizabeth Short estaba cortada en dos por la cintura. El asesino habia limpiado el cuerpo y lo habia desnudado. Lo habia abandonado a pocos centimetros de una acera de la ciudad, con las piernas bien abiertas.
La torturo durante dias. La golpeo y la cubrio de cortes con un cuchillo afilado. Apago cigarrillos en sus pechos y le rajo las mejillas desde las comisuras de los labios hasta las orejas.
Aquello atenuo su sufrimiento de manera espantosa. Fue sometida a abusos y aterrorizada sistematicamente. Despues de muerta, el asesino hurgo en el interior de su tronco y cambio los organos de lugar. El crimen fue un acto de pura locura misogina y, por lo tanto, facil de malinterpretar.
En el momento de su muerte Betty Short tenia veintidos anos. Era una chica alocada que vivia fantasias de chica alocada. Un reportero, se entero de que solo se vestia de negro y la bautizo «la Dalia Negra». El apodo la desvalorizaba, envilecia su memoria y convertia a la muchacha en una hija perdida santificada y en una buscona sin clase.
El caso tuvo un eco enorme en la prensa. Jack Webb enfoco su resumen de doce paginas segun el pensamiento dominante en la epoca: las mujeres fatales tenian finales escabrosos y eran complices en atraer sobre ellas la muerte por viviseccion. Webb no entendia las intenciones del asesino ni sabia que sus manipulaciones ginecologicas definian el crimen. No sabia que el asesino tenia un miedo terrible a las mujeres. No sabia que habia abierto en dos a la Dalia para ver que hacia a las mujeres diferentes de los hombres.
Por entonces yo tampoco sabia todas esas cosas. Lo que sabia era que tenia una historia a la que ir al encuentro y de la que huir.
Webb describio los ultimos dias de la Dalia. La muchacha iba al encuentro de los hombres y huia de ellos, forzando sus recursos mentales hasta conducirlos al borde de la esquizofrenia. Buscaba un lugar seguro donde esconderse.
Un par de fotografias acompanaban al relato.
La primera mostraba a Betty Short en la esquina de la calle Treinta y nueve y Norton. Sus piernas quedaban medio tapadas. Varios hombres, algunos armados, otros con blocs de notas, estaban de pie en torno al cuerpo.
En la segunda se la veia con vida, con los cabellos recogidos hacia arriba y hacia atras, como en esa foto de carne de mi madre de los anos cuarenta.
Lei la historia de la Dalia un centenar de veces. Lei el resto de
Y en mi sustituta simbiotica de Geneva Hilliker Ellroy.
Betty buscaba y se escondia. Mi madre habia huido a El Monte, donde los fines de semana llevaba una vida secreta. Betty y mi madre eran victimas arrojadas a la cuneta. Jack Webb decia que Betty era una chica facil. Mi padre decia que mi madre era una borracha y una golfa.
Mi obsesion con la Dalia era explicitamente pornografica. Mi imaginacion suministraba los detalles que Jack Webb omitia. El asesinato era un epigrama sobre la fugacidad de la existencia y fijaba firmemente en mi la vision del sexo como muerte. La falta de solucion del caso era un muro que yo intentaba romper con mi curiosidad infantil.
Aplique mi mente al trabajo. Mis esfuerzos por encontrar explicaciones eran completamente inconscientes. Sencillamente, me contaba a mi mismo historias mentales, lo cual resultaba contraproducente. Mis historias