por si acaso dentro habia una serpiente. Rita Hayworth era ninfomana; mi padre lo sabia por experiencia propia.

Eramos pobres. Nuestro apartamento apestaba a excrementos de perro. Yo desayunaba galletas y leche cada manana y cenaba hamburguesas o pizza congelada todas las noches. Llevaba ropas andrajosas. Mi padre hablaba solo y les decia a los comentaristas de la tele que se fueran a tomar por el culo y que le chuparan la polla. Siempre andabamos en calzoncillos. Estabamos suscritos a revistas de chicas desnudas. Nuestra perra nos mordia de vez en cuando.

Me sentia solo. No tenia amigos. Mi vida, me parecia, no era del todo correcta.

Pero sabia ciertas cosas.

Mis padres me pusieron por nombre Lee Earle Ellroy. Con ello me sentenciaron a una existencia de trabalenguas de eles y es que solian terminar en un «Leroy». Yo detestaba esos nombres. Y detestaba que me llamaran Leroy. Mi padre estuvo de acuerdo en que la combinacion «Lee Earle» y «Ellroy» era poco afortunada. Dijo que sonaba a nombre de chulo negro.

El empleaba un alias en ocasiones. Atendia por «James Brady» y hacia algunos trabajos contables en farmacias bajo ese nombre para que los de Hacienda no le siguiesen la pista. Pronto tome una decision: algun dia me quitaria el «Lee Earle» y mantendria el Ellroy.

Mi nombre me trajo problemas en el instituto. Los camorristas sabian como sacarme de quicio. Sabian que era un chico timido. Lo que no sabian era que llamarme Leroy me transformaba en un Sonny Liston.

En el John Burroughs no habia muchos camorristas, y unas cuantas confrontaciones salvajes acabaron pronto con la epidemia de «Leroys».

El instituto de ensenanza media John Burroughs era conocido como «J.B.». Se encontraba en la calle Seis y McCadden, en el limite suroccidental de Hancock Park. Alli puli mi retorcida mente.

El ochenta por ciento de los alumnos eran judios. Algunos chicos ricos de Hancock Park y unos cuantos hijos de la chusma corriente formaban el veinte por ciento restante. El J.B. tenia buena fama. Alli se matriculaba un ramillete de muchachos brillantes.

Mi padre llamaba a los judios «regateadores de cerdos». Aseguraba que eran mas listos que la gente normal. Me advirtio que estuviese alerta: los chicos judios eran muy competitivos.

Estuve alerta en el instituto. Manifeste mi vigilancia de manera perversa.

Me junte con otros perdedores. Colabamos revistas porno en la escuela y nos masturbabamos en retretes contiguos. Atormentabamos a un chico retrasado que se llamaba Ronnie Cordero. Hacia resenas orales de libros inexistentes y convencia a chicos selectos de mi clase de lengua. Tome una posicion muy controvertida en clase acerca de la captura de Adolf Eichmann, a quien compare con el capitan Dreyfuss y otros casos de persecucion por motivos raciales.

Insisti en mis argumentos hostiles hacia los judios. Adopte la linea antipapista de mi madre y despotrique contra los esfuerzos presidenciales de John Kennedy. Aplaudi la muerte de Caryl Chessman en la camara de gas. Inste a mis companeros a mostrarse favorables a la bomba atomica. Dibuje esvasticas y aviones Stuka en mis cuadernos.

El motivo de mis payasadas era escandalizar a todos. Estaban inspiradas en la brillantez y la erudicion que encontraba en el instituto. Mi fervor reaccionario era afinidad vuelta del reves.

Aquella brillantez se me contagio. Obtuve buenas notas con un esfuerzo minimo. Mi padre, contable, me hacia los deberes de matematicas y me preparaba chuletas para los examenes. Durante las horas que pasaba fuera de la escuela podia dedicarme a leer y sonar libremente.

Leia novelas policiacas y miraba programas policiacos en la tele. Iba al cine a ver peliculas policiacas. Construia maquetas de coches y las hacia arder con petardos. Revente una manifestacion que reclamaba la prohibicion de la bomba atomica en Hollywood y arroje huevos a rojillos portadores de pancartas. Desarrolle un intenso y palpitante amor por la musica clasica.

Las pesadillas de la Dalia venian en oleadas intermitentes. Cuando me asaltaban durante el dia, se cohesionaban en torno a una imagen.

Betty Short estaba clavada a una diana giratoria. La mano de un hombre hacia girar la diana y atravesaba a Betty con un cincel.

La imagen aparecia en vision subjetiva, y de pronto yo me convertia en el asesino.

La Dalia me acompanaba siempre. Las chicas de carne y hueso rivalizaban por mi corazon. Un asesino acechaba a todas las muchachas que me gustaban. Jill, Kathy y Donna vivian en constante peligro.

Mis fantasias de rescate eran minuciosas y detalladas. Mis mediaciones, rapidas y brutales. Mi unica recompensa era el sexo.

Aceche a Jill, a Kathy y a Donna a la salida de clase. Merodee por sus casas los fines de semana. Nunca hable con ellas.

Mi padre estaba realmente enrollado. Su amigo George me dijo que se tiraba a dos cobradoras de los peajes de la autopista de Larchmont. Un dia volvi a casa por sorpresa y lo pille in fraganti.

Era una tarde de calor. La puerta del apartamento estaba abierta. Subi por la escalera exterior y oi gemidos. Entre de puntillas y espie por la puerta entreabierta.

Mi padre estaba dandose un revolcon con una morena guapa y algo regordeta. La perra estaba en la cama con ellos, esquivando piernas e intentando dormir sobre el colchon que no cesaba de moverse.

Estuve un rato observando y volvi a salir de puntillas.

Estaba abriendo los ojos respecto a mi padre. Si de verdad hubiera ganado tantas medallas como decia, deberia haber sido tan famoso como Audie Murphy, el mayor heroe de guerra. Si realmente hubiese tenido aquel valor y aquel talento, habriamos estado viviendo a lo grande en Hancock Park. Mi padre era demasiado orgulloso como para vender una a una sus diez mil almohadillas, pero no tanto como para sustraer dinero de la poliza de seguros de mi madre.

Yo necesitaba tratamiento de ortodoncia. Pedi el dinero a mi tia Leoda y le saque mas del que precisaba. Mi padre pago la primera minuta del dentista y se embolso el resto. Se retraso en los pagos de mantenimiento y pago veinte dolares a un cirujano dental barato para que me quitase los aparatos de la boca.

Era facil enganar a tia Leoda. Yo la expoliaba con regularidad. Estaba malgastando mi fondo para la universidad, pero la idea no me preocupaba en absoluto.

Detestaba a Ed y a Leoda Wagner y a mis primas Jeannie y Janet. Mi padre aborrecia profundamente al clan Wagner, y mis sentimientos eran una copia en papel carbon de los suyos.

Leoda pensaba que el asesino de mi madre era mi padre. A este, la idea le complacia. En su opinion, Leoda sospechaba de el desde el principio.

Me encanto la idea de «papa, el asesino». Subvertia todo cuanto yo opinaba sobre la naturaleza pasiva de mi padre, confiriendole cierta prestancia. Habia matado a mi madre para hacerse con mi custodia. Sabia que yo la detestaba. Yo era un ladron y el, un asesino.

Mi padre insistia en provocar las sospechas de tia Leoda. Le encantaba el teatro que ello implicaba. Me impulso a leer de nuevo aquel monton de recortes de periodico. Lo hice. Compare el rostro de mi padre con el retrato robot que la policia habia hecho del Hombre Moreno. No se parecian en nada. Mi padre no habia asesinado a mi madre. Estaba conmigo en el momento de producirse el crimen.

En abril de 1961 Spade Cooley mato a su mujer de una paliza. El hombre iba hasta el culo de anfetaminas. Ella Mae Cooley queria desembarazarse de Spade y rendir culto al amor libre. Queria follar con hombres mas jovenes.

Segui el caso. Spade Cooley apelo y se libro de la camara de gas. Ella Mae pago el pato en justa venganza.

Yo tenia trece anos. Y estaba poseido por las mujeres muertas.

9

Vivia en dos mundos.

Mi mundo interior estaba regido por fantasias compulsivas; el mundo exterior se entrometia demasiado a

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