Raymond miro a Donlan. Con el Colt automatico en el regazo, la intensidad y el atrevimiento con los que conducia -cortando el trafico, saltandose semaforos, girando abruptamente aqui y alla; todo con un ojo en la carretera y el otro en el retrovisor-, le parecia que estaba en una pelicula de accion. Solo que esto no era ninguna pelicula, era mas bien un exceso de realidad.

Raymond desvio la vista hacia la carretera. Iban a mucha velocidad. Donlan iba armado y era obvio que no tenia problemas para matar a la menor provocacion. Ademas, era tan observador como Raymond. Resultaba evidente que habia detectado al instante la presencia de los policias en el tren, y este era el motivo de sus constantes viajes al bano. Eran sus nervios, nada mas, mientras trataba de decidir que hacer. Pero su vigilancia y rapidez significaban que intentar hacer algo contra el aqui y ahora era una locura. Queria decir que tenia que informar a Donlan de lo que iba a hacer antes de hacerlo.

– Voy a buscar en mi bolsillo y sacare la cartera y el movil, ?vale?

– ?Por que? -Donlan toco el revolver de su regazo pero mantuvo los ojos en la carretera.

– Porque tengo un permiso de conducir y tarjetas de credito falsos y si la policia nos alcanza no me gustaria que me los encontraran. Tampoco quiero que me cojan el movil y rastreen los numeros de telefono.

– ?Por que? ?En que esta metido?

– Estoy en este pais ilegalmente.

– ?Es terrorista?

– No. Es por algo personal.

– Haga lo que tenga que hacer.

Donlan giro bruscamente a la derecha. Raymond se sujeto mientras el Toyota se enderezaba y luego saco la cartera y saco el efectivo que le quedaba: cinco billetes de cien dolares. Los doblo por la mitad y se los puso en el bolsillo, abrio la ventana y tiro la cartera a la calle. Al cabo de cinco segundos tiro su telefono movil y lo miro romperse en mil pedazos al golpearse con el bordillo de la acera. Se la jugaba, lo sabia, y mucho, en especial si salia de esta, porque necesitaria tarjetas de credito, documentacion y un movil. Pero escapar del psicopata armado Donlan sin la ayuda de la policia era algo improbable, al menos de manera inmediata. Si pillaban a Raymond, lo interrogarian; examinarian su documentacion cuidadosamente, la comprobarian y descubririan que su permiso de conducir era falso y que las tarjetas de credito, aunque eran reales, estaban emitidas por entidades bancarias en las que habia utilizado documentacion falsa, cosa que tambien las convertia en fraudulentas.

Por este motivo, y en especial a la luz de la preocupacion sobre seguridad interna que reinaba en Estados Unidos, si encontraban su telefono movil harian exactamente lo que le habia dicho a Donlan: rastrear las llamadas que habia hecho. Y aunque habia usado numeros de terceros y centralitas extranjeras para hacer las llamadas, habia alguna posibilidad, aunque fuera remota, de que descubrieran que habia estado en contacto con Jacques Bertrand en Zurich y con la baronesa que lo esperaba en Londres. Que descubrieran a uno de ellos o a los dos era algo que no podia dejar que ocurriera, no ahora que tenian el horario europeo cerrado y habia empezado la cuenta atras.

Con lo que la policia habria encontrado en el tren no podia hacer nada. En algun momento tendrian que buscar por los montones de equipaje esparcidos y encontrar su bolsa con un recambio de ropa, el Ruger, las dos cartucheras de municion extra, el billete de avion a Londres, su pasaporte estadounidense, las escasas notas que guardaba en una agenda delgada del tamano de un talonario y tres llaves identicas numeradas correspondientes a cajas fuertes, guardadas en una pequena bolsa de plastico de cierre hermetico. Ahora lamentaba haberse llevado el Ruger. El billete era sencillamente lo que era. Sus notas, probablemente, no significarian nada para nadie, y las llaves de las cajas fuertes tampoco revelaban nada, como descubrio furiosamente, puesto que solo llevaban grabado el sello de su fabricante belga y el numero de las mismas, 8989. Los anteriores propietarios de las llaves, las personas a las que habia matado en San Francisco, Mexico y Chicago, no tenian ni idea de donde estaba la caja fuerte. De eso estaba seguro, porque a todos ellos les habia provocado el suficiente dolor fisico como para hacer que cualquier ser humano revelara cualquier cosa. De modo que, aunque tenia las llaves, no sabia mas de ellas ahora que antes: que la caja fuerte a la que correspondian estaba en un banco en alguna localidad francesa. Pero en que banco y en que ciudad, no tenia ni idea. Era una informacion vital y sin ella las llaves no tenian ningun valor. Obtenerla antes de volar hacia Londres habia multiplicado por mil su necesidad de pasar por Los Angeles, pero eso, por supuesto, era algo que la policia no sabria. Lo que les quedaria, entonces, seria su pasaporte, y puesto que lo habia usado sin problemas para entrar y salir del pais, supondrian que era autentico. El problema llegaria si comprobaban la banda magnetica de detras. Si eran lo bastante astutos para relacionar las cosas, descubririan que habia estado en San Francisco y Mexico D.F. los mismos dias en que se habian cometido los asesinatos, y que habia regresado a Estados Unidos via Dallas, desde Mexico, el dia antes de los crimenes de Chicago. Pero eso implicaba que tendrian alguna informacion sobre esos crimenes, lo cual era mucho suponer, puesto que eran muy recientes y muy alejados geograficamente. Ademas, buscar por entre el caos de los equipajes y efectos personales que se habian caido cuando el revisor tiro del freno de emergencia del tren llevaria un tiempo, que era lo que ahora trataba de ganar desprendiendose de cualquier elemento sospechoso. Si capturaban a Donlan, Raymond podria decir sencillamente que toda su documentacion se habia quedado en el tren, esperar que le creyeran un rehen aterrorizado y le dejaran marchar antes de encontrar su bolsa de viaje.

8:57 h

– La furgoneta verde -dijo Donlan bruscamente, con la mirada clavada en el retrovisor.

Raymond se volvio y miro detras de ellos. Una furgoneta Dodge verde los seguia a unos setecientos metros y a gran velocidad.

– ?Alli! -grito Barron. Toco el claxon y piso el acelerador a fondo. Le hizo un interior a un Buick y lo adelanto bruscamente, luego se coloco en el carril de la izquierda.

Halliday levanto su radio.

– Red…

– Aqui, Jimmy. -La voz de McClatchy se oyo claramente.

– Lo tenemos a la vista. Estamos en el este, en Cesar Chavez, acabamos de cruzar North Lorena.

Dos manzanas mas adelante el Toyota se escoro hacia la izquierda, cambiando de carril. Estuvo a punto de estrellarse con un autobus y luego se metio a toda velocidad por una calle secundaria.

– Agarrate. -Barron rodeo un Volkswagen Beetle, luego cruzo los carriles izquierdos desafiando el trafico que venia y se metio por la misma calle que Donlan.

Halliday cogio la radio.

– A la izquierda en Ditm… ?Cuidado!

El Toyota venia directamente hacia ellos. Vieron a Donlan al volante sacando la mano izquierda por la ventana, con la pistola preparada. Barron dio un brusco giro a la derecha y el furgon se escoro.

?Bang, bang, bang!

Los dos detectives se agacharon mientras el parabrisas del furgon saltaba en mil pedazos. Se levanto sobre dos ruedas y luego volvio a caer de pie. Barron redujo rapidamente, hizo un giro de 180 grados y salio disparado tras el Toyota.

– Hemos sufrido un tiroteo. Estamos bien. Volvemos a Chavez en direccion oeste -escupio Halliday por la radio-. ?Donde cono estais?

– ?Lo veo! -grito Barron. Mas adelante, Donlan adelantaba a un furgon de reparto, lo cortaba y se metia por otra calle.

– ?A la derecha por Ezra! -grito Halliday por la radio.

A lo lejos oyeron sirenas. Delante vieron el Toyota reducir, volver a acelerar y, de pronto, girar a la izquierda para salir otra vez en estampida.

– ?Es una calle sin salida! -grito Barron.

– Si.

Barron bajo la velocidad justo a tiempo para ver a Donlan meterse por la unica posibilidad que le cabia: se estrello contra una puerta de madera y condujo directamente contra un edificio de aparcamiento cerrado.

– ?Lo tenemos! -grito Barron orgulloso.

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