coches si querian, pero no encontrarian a nadie. Incluso si sospecharan que se habia fugado por mar, ?como podian saber en cual de los cientos de barcos que surcaban las aguas estaba? ?Que harian, pararlos a todos? Imposible. Aunque lo intentaran, para cuando la alarma hubiera sonado y los guardacostas rusos puestos a actuar la noche estaria ya cayendo y Rebecca, Clem y Marten se encontrarian ya al abrigo, o muy cerca, de las aguas internacionales.
Asi que, con Clem de camino y Kovalenko negociando la disponibilidad del barco, el reloj habia empezado la cuenta atras. El enigma era ahora como y si el resto de las piezas del plan funcionarian sin desmontarse. El elemento mas problematico era la propia Rebecca. La sencilla accion de salir de Tsarkoe Selo para trasladarse a San Petersburgo podia llegar a ser muy complicada si los agentes de seguridad protestaban. Pero suponiendo que llegara a San Petersburgo sin problema, no habia manera de predecir lo que ocurriria una vez llegara al Ermitage y se encontrara con lady Clem, pensando que se encontraba alli para una sencilla y agradable reunion con una amiga y, de pronto, se encontrara cara a cara con Nicholas. Seria un momento con una alta concentracion de emocion. Y como reaccionaria ante la verdad que tenia que contarle sobre Alexander al cabo de unos instantes, y si tendria la fuerza y el coraje de creerle y de marcharse de San Petersburgo en aquel momento, era algo totalmente distinto. Sin embargo, su huida dependia totalmente de esa reaccion.
–
– Yo… -Marten tartamudeo. Lo unico que llevaba encima eran sus dos tarjetas de credito y, por ahora, menos de cien euros en efectivo.
– ?Cuanto pide?
– Dos mil dolares.
– ?Dos mil?
–
– Tarjeta de credito -dijo Marten, rotundo.
El marinero hizo una mueca y movio la cabeza:
–
Marten miro a Kovalenko:
– Dile que es lo unico que tengo.
Kovalenko se volvio hacia el marinero pero no llego a hablar.
– Cajero -dijo el marinero bruscamente-. Cajero.
– Quiere… -empezo a explicar Kovalenko.
– Ya se lo que quiere. -Marten miro al marinero-. Cajero. De acuerdo, de acuerdo -dijo, rezando para que entre las dos tarjetas dispusiera de bastante dinero en efectivo para cubrir aquel gasto.
38
Los jardineros levantaron la cabeza ante el repentino estruendo de helices cuando el Kamov Ka-60 se acercaba apenas a unos cuantos palmos de las copas de los arboles para sobrevolar los pastos ocres de las enormes extensiones y las primeras plantaciones de los inmensos jardines formales. Volando por encima de un mar de fuentes y obeliscos, viro de pronto encima de una esquina del enorme palacio de Catalina y luego se dirigio directamente por encima de un denso bosquecillo de robles y arces, para aterrizar en medio de una humareda frente al imponente palacio de Alexander, de dos alas, fachada con columnas y cien habitaciones.
Los motores se apagaron de inmediato y Alexander bajo de la nave. Agachado bajo las helices que todavia giraban, corrio ansioso hacia la puerta que llevaba al ala oeste del edificio. Durante la ultima hora se habian enfrentado a un viento de frente especialmente fuerte que los obligo a consumir mucho combustible y les redujo velocidad, lo cual habia retrasado considerablemente su llegada y los forzaba a repostar fuel antes de regresar a Moscu. Eso significaba que disponia de poco tiempo para recoger a Rebecca y regresar a Moscu a tiempo para su cita con Gitinov.
Cuando llego a la entrada, los dos agentes del FSO recien apostados en la misma se pusieron rigidos. Uno de ellos tiro de la puerta y Alexander entro.
– ?Donde esta la zarina? -les pregunto a los dos agentes del FSO apostados justo en el interior-. ?Donde? - insistio.
–
– ?Donde esta Rebecca? -dijo, andando rapidamente hacia ella.
– Se ha ido.
– ?Como? -el horror inundo el rostro de Alexander.
– He dicho que se ha ido.
La baronesa guio a Alexander a traves de un dormitorio y luego por unas puertas dobles con grandes cortinajes que daban acceso al Salon Malva, el salon favorito de la esposa del zar Nicolas II, su propia Alexandra. Para la baronesa, la atraccion singular de aquel salon no eran ni su color ni su historia, sino el hecho de que solo se pudiera acceder a ella a traves de un dormitorio y luego por aquellas puertas con cortinas, y por lo tanto era un salon protegido de las miradas y de los oidos indiscretos. Para estar todavia mas protegidos, cerro la puerta detras de ellos una vez dentro.
– ?Que quereis decir, que no esta? -Alexander habia aguantado el temple todo el tiempo que pudo.
– Le ha pedido a un FSO que la llevara a San Petersburgo.
– ?San Petersburgo?
– Se ha ido unos treinta minutos antes de que tu llegaras.
– Nicholas Marten esta en San Petersburgo.
– De eso no puedes estar seguro. La unica informacion de que dispones es que un detective del Ministerio de Justicia ha llegado a San Petersburgo en un tren procedente de Moscu, y puede que alguien lo acompanara.
– ?Como os habeis enterado? -Alexander estaba atonito.
– Trato de mantenerme informada de lo que sucede a mi alrededor.
– El FSO tenia ordenes expresas de no dejarla salir de palacio.
– Es una mujer tenaz. -Una leve sonrisa cruzo el rostro de la baronesa.
Alexander reacciono bruscamente:
– Vos sois la unica persona lo bastante tenaz para esto. Fuisteis vos quien dio el permiso para que se marchara.
– Ella no es prisionera de tu imaginacion -dijo la baronesa, eligiendo las palabras con cuidado-, ni de tus preocupaciones.
De pronto, Alexander se dio cuenta de todo:
– Vos sabiais que yo estaba de camino.
– Si, lo sabia, y no queria que ella estuviera aqui cuando llegaras porque su presencia habria complicado las cosas todavia mas. Que quisiera salir se adaptaba perfectamente a mis planes. -La mirada de la baronesa se volvio gelida-. La absoluta estupidez de tu viaje hasta aqui. Eres el
Alexander ignoro su comentario.
– ?Adonde ha ido?
