Lo que John Barron estaba mirando ahora era de un color blanco puro. Luego vio la mano, con las puntas de los dedos cubiertas de rojo, tocar el blanco y dibujar un gran circulo escarlata. En el centro aparecio un ojo, luego un segundo ojo. Luego, rapidamente, una nariz triangular. Y finalmente una boca, con las comisuras hacia abajo, triste, como la mascara de una tragedia.
– Estoy bien -dijo Barron. Intento sonreir y luego se aparto de donde Rebecca estaba pintando con los dedos delante de su caballete, en la pequena y abarrotada sala de arte de Saint Francis, para acercarse a una ventana abierta y contemplar la verde extension de cesped del jardin tan bien cuidado de la institucion.
La lluvia de la noche anterior habia sido como una ducha refrescante para la ciudad, de modo que ahora Los Angeles estaba limpia y fresca y se empezaba a secar bajo una luz radiante. Pero esa pureza y ese brillo no hacian mas que enmascarar la realidad de lo que Rebecca habia dibujado: habia muerto demasiada gente y el iba a hacer algo al respecto.
Barron se sobresalto cuando sintio que le tiraban de la manga y se dio la vuelta. Rebecca estaba a su lado y se limpiaba los restos de pintura de los dedos con una pequena toalla. Cuando hubo terminado, dejo la toalla a un lado, le tomo las dos manos entre las suyas y lo miro fijamente. Los ojos oscuros de la muchacha reflejaban todo lo que el sentia: rabia, dolor y perdida. John sabia que ella intentaba comprender todo lo que le ocurria y que estaba enojada y frustrada por no poder decirselo.
– Todo va bien -le susurro, mientras la estrechaba entre sus brazos-. Todo va bien. Todo va bien.
Dan Ford se habia colocado en la primera fila de camaras y microfonos mientras el alcalde de Los Angeles leia una declaracion escrita.
– Hoy, los ciudadanos de Los Angeles lamentamos la muerte del comandante Arnold McClatchy, el hombre al que todos conociamos como Red. Ningun heroe, solo un poli, como el mismo solia decir, que hizo el sacrificio supremo para que un companero policia pudiera vivir…
Estas ultimas palabras se le quedaron atrapadas en la garganta y tuvo que hacer una pausa. Luego se recompuso y prosiguio, anadiendo que el gobernador de California habia ordenado que las banderas ondearan a media asta en el Capitolio del estado en honor de McClatchy. Posteriormente, anuncio, siguiendo los deseos expresos del comandante, no se celebraria ningun funeral, sino «una sencilla reunion de amigos en su casa. Ya sabeis todos como odiaba Red los eventos lacrimogenos y queria siempre que acabaran cuanto antes cuando asomaba la sensibleria». Esbozo una breve sonrisa pero nadie se rio. Luego el alcalde le paso el micro al jefe de Policia Louis Harwood.
El ambiente cambio bruscamente de sombrio a severo cuando Harwood dijo que, siguiendo sus propias ordenes, los miembros de la brigada 5-2 no estarian disponibles para la prensa. Punto. Estaban concentrados en capturar al fugitivo Raymond Oliver Thorne. Punto. Cualquier pregunta que tuvieran deberian dirigirla al departamento de Relaciones con la Prensa del LAPD. Punto y final de la sesion.
Los periodistas de la prensa local que acostumbraban a cubrir las informaciones del LAPD lo entendieron a la perfeccion. El resto, que a estas alturas ya casi sumaba el centenar -con mas refuerzos de camino a medida que la prensa internacional empezaba a hacerse eco del caso- tuvo la sensacion de que se los apartaba del epicentro de un drama enorme y en pleno desarrollo. Y asi era, en efecto. Aparte del respeto que se pedia por el dolor y la intimidad de los hombres de la 5-2, el propio departamento de policia, afectado tambien por el dolor de la perdida, estaba dolido con el tratamiento que la prensa estaba ofreciendo de todo aquel asunto.
Sin contar el homicidio de Red McClatchy, cinco agentes de policia mas y dos civiles habian sido asesinados y el criminal seguia a la fuga. Como resultado, la fama legendaria de la brigada 5-2 como una de las unidades policiales mas prestigiosas del pais empezaba a tambalearse y a presentarse ante el publico como no del todo inadecuada pero si como algo ironica. De la noche a la manana, la actuacion de Raymond habia convertido de nuevo a la ciudad de Los Angeles en el Far West. De manera instantanea, un asesino a sangre fria se convertia en heroe de los tabloides, un forajido descarado y atrevido al que alguien habia apodado como Ray
Ese tipo de circo era algo que el LAPD no estaba dispuesto a tolerar, y menos ahora, cuando todos los periodistas querian entrevistar a algun miembro de la brigada. La solucion mas sencilla, y esta fue la conclusion, era mantenerse aislados de los medios. Y eso era lo que habian hecho.
La unica excepcion era Dan Ford. El departamento sabia que podia confiar en el, no solo para divulgar la verdad sino para guardar silencio cuando fuera consciente de que algo podia hacer salivar a los medios sensacionalistas, o intensificar el ambiente circense, o interferir con la investigacion. Por ejemplo, su conocimiento del test de balistica que relacionaba a Raymond con los asesinatos de Chicago. O las investigaciones que se estaban llevando a cabo sobre los homicidios con tortura de San Francisco y de Mexico D.F. O, en un plano mas personal, que al recibir la llamada de Halliday confirmando la relacion con los asesinatos de Chicago, John Barron habia dejado de lado momentaneamente su velo de dolor y se habia puesto en contacto de inmediato con la policia de Chicago y con el detective asignado a los asesinatos de Pearson Street. Este era el tipo de cosas que Dan Ford sabia pero que se guardaba para el, y este era el motivo por el cual el departamento le hacia participe de sus investigaciones mientras que a los otros se los mantenia al margen.
58
Raymond miraba a la pantalla del ordenador. Hacia exactamente cuatro horas que habia recibido el e-mail de Jacques Bertrand. Ignoraba que era lo que le impedia confirmarle el resto mas rapido. Tenia ganas de coger el telefono y llamarle, para exigirle una respuesta, pero no podia hacerlo.
Lo unico que podia hacer era esperar y confiar en que este no fuera el dia en que la mujer de la limpieza o cualquier otro empleado del hogar de Neuss decidiera presentarse y le pidiera que se identificara y le dijera que estaba haciendo alli. En vez de preocuparse, conservo la Beretta a mano y puso todas sus energias en hacer una busqueda sistematica en los archivos del ordenador de Neuss y luego en su apartamento: abriendo cada cajon, armario, comoda, mueble, maceta; inspeccionando literalmente cada palmo del espacio en busca de otra llave de caja fuerte o de cualquier informacion que pudiera indicarle la localizacion de la que buscaba. No encontro nada de nada. Lo mas que se le acerco fue un falso cajon del tocador en el que la esposa de Neuss guardaba las joyas. Las joyas estaban. La llave no. La informacion tampoco.
Al final lo unico que pudo hacer fue volver a poner las cosas donde las habia encontrado y esperar a que Jacques Bertrand le confirmara lo que le habia prometido.
Y esperar que nadie que hubiera visto los noticiarios por la tele ni leido el periodico de la manana lo hubiera visto la noche anterior bajando por Linden Drive, o lo hubiera detectado desde una ventana al otro lado de la calle.