Espero que lo atrapen y pronto, ?me entiende? -Se volvio a mirar a Raymond por encima del asiento.

– Si, yo tambien lo espero -dijo Raymond en espanol-.Aqui estara bien; me puede dejar aqui.

– OK -El taxista llevo el coche junto al bordillo y se detuvo a unos cincuenta metros de la terminal.

– Gracias. -Raymond le pago con los dolares en efectivo de Josef Speer y bajo del vehiculo.

Espero a que el taxi se alejara y luego empezo a caminar hacia la terminal, preguntandose si habria otra manera de llegar al avion que no supusiera superar la barrera de policias, o si osaria pasar delante de ellos fingiendo ser el hombre de negocios mexicano que se suponia que era y usando su espanol.

Cuando estaba mas cerca pudo ver a los dos policias que estaban sentados en el primer coche patrulla. Habia cuatro mas en la puerta de la terminal y ahora podia ver lo que hacian: comprobaban meticulosamente la identificacion de todo aquel que entraba. Hubiera sido fantastico disponer de los documentos de identidad que Bertrand le habia mandado, que sabia que estaban en el avion. Pero si intentaba explicar quien era sin ellos llamaria demasiado la atencion. La policia le haria preguntas y dispondria de copias de su foto.

Miro al Gulfstream a traves de la valla. Los dos pilotos seguian charlando, seguian esperando, pero no tenia manera de llegar hasta ellos. Vacilo y luego decidio no hacerlo, dio media vuelta y se alejo, de nuevo hacia la calle, por donde habia venido.

63

Los Angeles, 210 Ridgeview Lane, 20:10 h

La casa de Red era un chalet sencillo de una sola planta y tres dormitorios con lo que un agente inmobiliario llamaria «vista parcial de la ciudad» desde el patio de atras. Esta noche, la vista era mas que parcial. Con el cielo despejado y las ramas de los sicomoros que colgaban todavia desnudas, las luces de Los Angeles alcanzaban casi hasta el horizonte como una galaxia. Era una vision mas que magica que atraia poderosamente la vista, y quien miraba se daba cuenta de que, en algun punto de aquella vision, estaba Raymond.

John Barron siguio mirando un breve momento, luego se volvio y anduvo mas alla de un grupo de gente que charlaba discretamente en el cesped, hasta el interior de la casa. Iba vestido con traje oscuro, como casi todos los demas.

En los cinco o diez minutos que llevaba fuera, el desfile de dolientes habia crecido sustancialmente, y seguian llegando mas. Uno a uno, se detenian a darle el pesame a la viuda de Red, Gloria, a abrazar a sus dos hijas, ya mayores, y a besar juguetonamente a sus tres nietos. Luego se trasladaban a otras partes de la casa para beber o tomar un tentempie y luego ponerse a hablar tranquilamente entre ellos.

Barron conocia de vista a la mayoria. El alcalde de Los Angeles, Bill Noonan; Su Eminencia Richard John Emery, cardenal de Los Angeles; el jefe de policia, Louis Harwood; el sheriff del condado de Los Angeles, Peter Black; el fiscal del distrito, Richard Rojas; el venerable rabino Jerome Mosesman; casi todos los miembros del consistorio municipal; los entrenadores titulares de los equipos universitarios de futbol, de la UCLA y de la USC. Tambien habia mas altos cargos del LAPD, hombres a los que Barron conocia pero de los que desconocia los nombres; varias figuras prominentes del deporte y de los medios informativos; un actor oscarizado con su esposa; media docena de detectives veteranos, uno de ellos, Gene VerMeer, alto y de rostro curtido, del que Barron sabia que era uno de los mejores y mas viejos amigos de Red; y luego estaban tambien Lee, Polchak, Valparaiso y Halliday, todos vestidos con la misma sobriedad que Barron y acompanados de mujeres a las que nunca habia visto pero que suponia que eran sus esposas.

Barron, de pie, mientras contemplaba a la delgada y energica Gloria McClatchy -una prestigiosa profesora de escuela publica con una excelente reputacion ganada a pulso- desempenar con entereza y elegancia su papel de anfitriona, se sintio embargado por una emocion casi aplastante: dolor, rabia, sentimiento de perdida, ira y frustracion por no haber sido capaz de capturar a Raymond, todo combinado con lo que ahora ya empezaba a ser un enorme agotamiento fisico y mental.

Era la primera vez que veia a Halliday y a Valparaiso desde la muerte de Red. Sabia que habian hablado con Polchak porque le habia oido por la radio informandoles de lo ocurrido en el apartamento de Alfred Neuss. Ambos estaban ya en la casa de los McClatchy cuando llego, pero estaban con las hijas de Gloria y Red y luego empezo a llegar mas gente y ellos se separaron, y desde entonces no le habian buscado ni le habian prestado la mas minima atencion. Tenia que asumir que no eran solo Polchak y Lee los que le culpaban de la muerte de Red, sino tambien Valparaiso y Halliday, y tal vez tambien Gene VerMeer y el resto de detectives.

Y ahora, mientras los contemplaba a todos -a Lee y Halliday aguardando en silencio junto a sus esposas; a VerMeer y a los otros, que hablaban en voz baja entre ellos; a Polchak y Valparaiso, que se acercaban a un mueble bar improvisado en un rincon, para aferrarse a solas a sus copas, sin decir nada, con sus esposas en otro lugar-, empezo a ser consciente de la profundidad de su dolor y de lo insignificantes que eran sus emociones comparadas con las de ellos. Halliday, con toda su juventud, hacia muchos anos que conocia a Red McClathy, que habia trabajado codo a codo con el, que lo queria y que lo respetaba. Lee y Valparaiso llevaban mas de una decada trabajando a su lado. Y Polchak mas tiempo que ninguno de ellos. Todos sabian que el peligro de muerte era inherente al trabajo, pero eso no les hacia aquel momento mas llevadero. Ni tampoco lo hacia la consciencia de que Red habia muerto para proteger al miembro mas joven y nuevo de su equipo. Y todavia los ayudaba menos saber que el asesino seguia libre y que la prensa se estaba frotando las manos con la noticia. Pero quiza lo mas problematico de todo era que sabia que estaban bajo el foco de la larga y orgullosa historia de la legendaria brigada y que sentian que no estaban dando la talla.

?Ya bastaba! De pronto, Barron dio media vuelta y cruzo el pasillo hacia la cocina, sin saber que hacer, decir o ni siquiera pensar. A medio camino se detuvo. Gloria McClatchy estaba sentada a solas en un pequeno sofa de cuadros en una sala que debia de haber sido el estudio de Red, con una sencilla lampara encendida en un rincon. En una mano tenia una taza de cafe de la que no habia tomado ni un sorbo; con la otra acariciaba tiernamente la cabeza de un viejo labrador que se sentaba a sus pies con la cabeza apoyada en su regazo. Estaba muy palida, con el rostro envejecido y muy cansado, como si todo lo que habia tenido le hubiera sido arrebatado bruscamente.

Esta era la Gloria McClatchy que le habia cogido las dos manos entre las suyas cuando llego y, aunque no se habian conocido antes, lo miro a los ojos y le agradecio sinceramente que hubiera venido. Y que fuera tan buen policia. Y luego le dijo lo orgulloso que Red estaba de el.

– Maldita sea -juro para sus adentros, cuando las lagrimas empezaban a brotar de los ojos. De pronto dio media vuelta, volvio a la sala de estar y se abrio paso entre todas aquellas caras conocidas, tratando de encontrar la puerta principal.

– ?Raymond!

La voz atronadora de Red le resono por la cabeza con tanta fuerza como si estuviera alli mismo. Un grito que aparto de Barron la atencion mortifera del pistolero y la atrajo hacia el en lo que seria la ultima orden de su vida.

– ?Raymond!

Oyo a Red gritando de nuevo y casi espero oir la explosion del disparo.

Luego se dirigio a la puerta, la abrio y salio al exterior.

El aire fresco de la noche le golpeo la cara medio segundo antes de que una pantalla de luz lo cegara con el brillo de lo que parecian cientos de camaras de television. Desde la oscuridad de mas alla del cerco mediatico sono un coro de voces que lo llamaban por su nombre. «?John! ?John! ?John!», coreado por el grupo de periodistas invisibles que requerian su atencion y le suplicaban que hiciera alguna declaracion.

Los ignoro y cruzo la franja de cesped hasta el cordon policial que mantenia alejada a la prensa. Le parecio haber visto a Dan Ford, pero no estaba seguro. En un momento logro alejarse de ellos y se encontro dentro de la oscura y relativa tranquilidad de aquella calle suburbana, camino del lugar en el que habia aparcado su Mustang. Cuando lo habia casi alcanzado una voz lo llamo por detras.

– ?Adonde cono te crees que vas?

Se volvio. Polchak se dirigia andando hacia el por debajo del brillo de una farola. Se habia quitado la chaqueta

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