Salieron de la zona industrial y se dirigieron mas alla del Hilton del aeropuerto de Burbank, luego cruzaron las vias del tren de cercanias Metrolink. Halliday no decia nada, se limitaba a conducir, mientras los dos vasos de cafe entre ellos seguian sin abrir y sin tocar.

«Es su palabra contra la nuestra.»Barron oia mentalmente las palabras de Polchak y podia visualizar su risita burlona. Pero no era «la nuestra», sino «la suya». Dejando de lado las heroicidades del aeropuerto, el no pertenecia mas a aquel grupo ahora que cuando asesinaron a Donlan. Si Polchak tenia demonios, si todos ellos los tenian, eran solamente de la 5-2, entremezclados con la formacion y la historia de la brigada. Por muchas cosas que hubiera pensado o sentido cuando murio Red -que se habia acercado mucho a convertirse en uno de ellos-, ahora volvia a saber que no formaba parte de la 5-2 del mismo modo que los otros. Era lo que habia sabido desde el principio: no era como ellos y nunca lo seria. Los clavos de su conciencia se le clavaban como tacones de aguja.

Un chirrido repentino de ruedas y la aguda inclinacion del coche cuando Halliday giro bruscamente por una calle secundaria lo sacaron de sus ensonaciones. De pronto Halliday volvio a virar el coche, esta vez metiendose en una callejuela en penumbra llena de garajes de recambios baratos de automocion para acabar parado ante un oscuro y siniestro taller de pintura de carrocerias. En un segundo el coche de Valparaiso se detenia detras de ellos y, por un instante, los faros los inundaron de luz brillante antes de apagarse. Instintivamente, Barron miro a su alrededor. Toda la zona estaba a oscuras, descuidada, aislada. Aparte de una farola solitaria al fondo del callejon, las unicas luces que se veian provenian del Jerry's 24 Horas en el que habian comprado los cafes, casi medio kilometro mas abajo.

Barron oyo los portazos de los coches cerrandose detras de ellos, luego vio a Polchak y Lee cruzar con Raymond rapidamente en direccion al taller de pintura. Valparaiso, con algo a cuestas, iba delante de ellos y abrio una puerta de una patada, y luego los cuatro se metieron dentro.

– Esta vez ya estas informado, John. -Halliday abrio la puerta del coche. Las luces de dentro se encendieron y Barron pudo ver la chaqueta de Halliday abierta deliberadamente, mostrando la Beretta automatica de 9 mm en la funda de su cintura-. Vamos.

71

4:57 h

Raymond estaba bajo la luz de un solo fluorescente cuando Barron y Halliday entraron en el local. Tenia las manos esposadas delante de el, con Polchak a la izquierda y Lee a la derecha. Valparaiso estaba unos palmos mas adelante, de pie cerca de una mesa de trabajo, con la mano aguantando lo que llevaba antes: uno de los vasos de cafe. En la penumbra, detras de ellos, habia un Volkswagen escarabajo que asomaba como una escultura fantasmagorica, con las ruedas y ventanas forradas de papel y con cinta de pintar, preparado para la pintura inmediata, y con toda la carroceria cubierta de una capa de imprimacion que le daba un color gris blancuzco muy etereo. Por todas partes, el suelo, las paredes, la maquinaria, las puertas y ventanas estaban cubiertas por finas capas del mismo gris blancuzco, el resultado de anos de moleculas de pintura flotantes que, con su monotonia, acababan absorbiendo la poca luz que habia. Daba la sensacion de ser el interior de una tumba.

Halliday cerro la puerta y el y Barron avanzaron hacia el centro de la estancia. Barron vio como los ojos de Raymond lo seguian mientras se situaba detras de Valparaiso. Era una mirada desesperada, suplicante, buscandole para que le ayudara. Lo que no tenia manera de saber era la situacion de Barron: aunque quisiera ayudarle no podia hacerlo. Si trataba de intervenir, el mismo seria eliminado. Lo unico que podia hacer era quedarse y vigilar.

Pero Raymond seguia mirandole. Fue entonces cuando Barron se dio cuenta de lo que ocurria realmente. La mirada de Raymond no era tanto de terror como de insolencia. No estaba sencillamente pidiendo ayuda; la estaba esperando.

Era una postura equivocada, porque Barron no solo estaba ofendido, sino que de pronto se sentia furioso, y mucho.

Delante de el tenia un hombre que habia asesinado sin piedad, de manera atroz, cargandose a una persona tras otra a sangre fria. Un hombre que, desde el principio, se habia apropiado de los principios mas profundos de Barron y les habia dado la vuelta en su provecho. Que se le habia colado en casa y lo habia manipulado para que lo ayudara a escapar. Que habia involucrado cuidadosa y resueltamente a Dan Ford por su fuerte influencia y por su estrecha amistad con Barron, y que lo habria matado sin pestanear para servir a sus propios intereses. Y ahora aqui estaba, a un paso de morir, esperando a que Barron interviniera para salvarle.

Barron no habia sentido mayor repulsion en su vida, ni siquiera por los asesinos de sus padres. Red tenia razon. Los hombres como Raymond no eran seres humanos; eran monstruos despreciables que volverian a matar una y otra vez. Son una enfermedad que hay que eliminar. Para gente como ellos, la justicia y los tribunales son entes porosos e indecisos y, por tanto, de los que no hay que fiarse por el bien de la sociedad. De modo que eran hombres como Valparaiso y Polchak y los otros los que debian llenar estas carencias de la civilizacion. Y hasta nunca. Raymond lo habia juzgado erroneamente, porque a Barron ya no le importaba.

– Fuiste tu quien pidio cafe, Raymond -le dijo Valparaiso, acercandosele con un vaso de cafe en la mano-. Como somos buena gente, nos hemos parado a buscartelo. Hasta te lo hemos llevado al coche. Y encima, cuando te lo hemos dado, aunque todavia fueras esposado, lo has cogido y se lo has tirado al detective Barron.

De pronto, Valparaiso giro la muneca y le tiro cafe caliente a Barron a la camisa y la chaqueta. Barron se sobresalto y se aparto.

Valparaiso dejo el cafe y se acerco todavia mas:

– Ademas, le has quitado el Colt Double Eagle automatico, un arma personal que el llevaba en sustitucion de la Beretta que ya le habias robado en la terminal de Lufthansa. La que utilizaste para matar al comandante McClatchy. Esta pistola, Raymond.

De pronto, Valparaiso saco la Beretta de Barron de su cinturon con la mano derecha y la puso delante de Raymond. En una fraccion de segundo busco detras de el y saco el Colt de Barron de la funda en que estaba guardado, en la parte trasera del cinturon.

– El doble pistolero Raymond -dijo Valparaiso, mientras retrocedia medio paso-. Es probable que no te acuerdes, pero el detective Polchak te ha quitado estas dos armas unos momentos despues de hacer estallar la granada que te ha dejado atontado. Mas tarde lo has visto devolverle el Colt al detective Barron.

Barron miraba, paralizado, mientras Valparaiso embaucaba a Raymond con los detalles de lo que se convertiria en la version oficial de su muerte. Se asemejaba mucho a la tortura y a Barron no le importaba; en realidad, se dio cuenta de que lo estaba disfrutando. De pronto, Raymond se volvio y le miro directamente.

– ?Y que pasa con los e-mails, John? Matadme y no habra nadie que los pueda eliminar.

Barron sonrio con frialdad:

– Nadie parece muy preocupado por ellos, Raymond. La historia real eres tu. Ya tenemos tus huellas. Cualquier parte de tu cuerpo nos dara una muestra de tu ADN, una muestra que luego podemos comprobar que cuadra con los restos de sangre de la toalla encontrada en la suite de la victima del hotel Bonaventure. Y averiguaremos lo de los asesinatos en Chicago. Lo de las victimas de San Francisco y Mexico. Y lo del Gulfstream y quien te lo ha enviado. Lo de Alfred Neuss. Lo que tenias planeado para Europa y Rusia. Descubriremos quien eres, Raymond. Lo descubriremos todo.

Raymond paseo la vista por toda la estancia y luego se quedo como ausente.

– Vsay -dijo, en un susurro-. Vsay ego sudba V rukah Gospodnih. -La poca esperanza que habia conservado de que Barron le ayudara se habia esfumado. Lo unico que le quedaba era su fuerza interior. Si Dios habia decidido que muriera alli mismo, que asi fuera-. Vsay ego sudba V rukah Gospodnih -repitio, con fuerza y conviccion, como muestra de fidelidad a Dios y a el mismo, la misma fidelidad que sentia hacia la baronesa.

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