arbustos perennes que habia frente a un castano enorme e imponente. Todavia mas cerca y junto a los arbustos, dos hombres de paisano estaban parados conversando. Resultaba claro que eran detectives. Uno de ellos era bajo y de complexion fuerte, y gesticulaba aqui y alla como si explicara cosas; el otro asentia con la cabeza y parecia estar haciendo preguntas. Era mas joven y mucho mas alto que el primero, y no tenia ninguna pinta de ser frances.
Era Jimmy Halliday.
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– Fuera de aqui -dijo Ford en el momento en que lo vio. Marten vacilo.
– ?Ahora mismo! -grito Ford, y Marten dio media vuelta y se alejo por donde habian venido, con Dan siguiendolo. A VerMeer lo hubiera esperado, pero ?a Halliday? ?Que estaba haciendo alli?-. Esto es exactamente a lo que me referia, solo que de pronto nos lo hemos encontrado de bruces -dijo Ford, mientras lo alcanzaba y se dirigia con el a las puertas de al lado de la parada de metro.
– ?Cuanto tiempo hace que esta en Paris?
– No lo se, es la primera vez que le veo y, como ya te habia dicho, el LAPD estaba manteniendo las distancias. Puede que acabe de llegar.
– El detective que lo acompanaba, ?es el que esta al frente de la investigacion?
Ford asintio con la cabeza:
– El inspector Philippe Lenard, de la prefectura de Policia de Paris.
– Dame las llaves del coche, esperare aqui. Halliday te conoce. Vuelve y averigua todo lo que puedas.
– Me preguntara por ti.
– No, te preguntara por John Barron -dijo Marten, con una media sonrisa-. Y no le has visto desde que estabas en Los Angeles.
Marten se metio en el Citroen y espero. Halliday. A pesar de su postura oficial, debia haber sabido que el LAPD mandaria a alguien. Y Halliday, donde fuera que estuviera trabajando ahora, sabia mas cosas del caso Neuss que nadie en el cuerpo, de modo que era el mas indicado. Hasta podia ser que hubiera pedido venir el mismo. Eso le hizo preguntarse a Marten si el asesinato de Neuss no habria puesto al LAPD a revolver de nuevo en busca de informacion, del mismo modo que Ford habia puesto de nuevo al
Rebecca lo habia visto por primera vez cuando formaba parte de un grupo de invitados que habia ido a visitar las dependencias de Jura a mediados de julio. Varias semanas mas tarde la conocio en un almuerzo en casa de los Rothfels. El sabia que la muchacha era paciente en Jura y mostro mucho interes por el programa que aplicaban en el centro. Pasaron una hora o mas hablando, y luego jugando con los ninos de los Rothfels, y al final ella supo que el se habia enamorado. Y aun asi, paso mas de un mes hasta que la cogio de la mano, y todavia otro mes hasta que se aventuro a besarla.
Aquellos primeros meses, antes de que el entablara ningun tipo de contacto fisico, fueron tambien para ella una agonia. La mirada del chico le decia como se sentia, y sus sentimientos rapidamente crecieron para igualar los de su pretendiente, o superarlos en intensidad. Pensar en el la hacia estremecerse, y los momentos que compartian a solas superaban cualquier experiencia que hubiera tenido anteriormente, aunque no hicieran mas que dar un paseo por el lago para contemplar las ondulaciones en el agua provocadas por la brisa y para escuchar el canto de los pajaros. Para ella, Alexander Cabrera era el hombre mas guapo que habia conocido en su vida, o que jamas hubiera imaginado conocer. Que tuviera treinta y cuatro anos y fuera diez mayor que ella no le importaba en absoluto. Ni tampoco el hecho de que fuera un hombre de negocios triunfador y con una formacion muy solida que resultaba ser el propietario de la empresa para la que trabajaba Gerard Rothfels.
Cabrera, argentino, era propietario y dirigia Cabrera WorldWide, una empresa que disenaba, instalaba y gestionaba sistemas de viaductos de gran capacidad aplicados a industrias desde la agricultura hasta la produccion y exploracion de petroleo en mas de treinta paises. Su sede corporativa estaba en Buenos Aires, pero su gran centro de operaciones en Europa estaba ubicado en Lausana, donde pasaba parte de cada mes mientras conservaba al mismo tiempo una pequena oficina en Paris, en la suite que tenia alquilada permanentemente en el hotel Ritz.
Alexander se mostraba muy respetuoso con la situacion personal de Rebecca y con su puesto como empleada de su director de operaciones en Europa, y tampoco queria alterar su oficina de Lausana con chismorreos, ni el hogar de los Rothfels, del cual ella se habia convertido en parte integral, por lo que insistio en que mantuvieran su relacion con la maxima discrecion.
Durante cuatro meses maravillosos y llenos de amor su relacion habia sido sencillamente esto, discreta: cuando el estaba en Lausana por trabajo, o cuando lograba convencer a los Rothfels de que renunciaran a ella durante una, dos o tres noches, la invitaba de pronto a Roma, a Paris o a Madrid. E incluso entonces, su relacion era comedida. Se alojaban en hoteles separados y el le mandaba un coche a recogerla para llevarla a donde estuviera, que luego la volvia a llevar a su hotel. Ademas, durante todo el tiempo que llevaban viendose, no habian dormido juntos ni una sola vez. Eso, le prometio el, era para la noche de bodas y no antes. Y habria una noche de bodas. Eso tambien se lo prometio, antes de darle el primer beso.
Aquella tarde en concreto, bien abrigada para protegerse del frio de enero, Rebecca estaba sentada en un banco junto al estanque helado de la finca de los Rothfels, mientras vigilaba a sus ninos -Patrick, de tres anos, Christine, de cinco y Colette, de seis- mientras tomaban lecciones de patinaje sobre hielo. En veinte minutos acabarian y entrarian en casa a tomar una taza de chocolate caliente. Luego ella se llevaria a Patrick a jugar, mientras Christine y Colette recibian las lecciones de piano y luego de italiano que les daba el profesor que venia los martes y jueves. Los miercoles y viernes a las cuatro venia el profesor de ruso, que luego pasaba una hora para ensenar a Rebecca. A estas alturas, la muchacha ya se encontraba igual de comoda en frances, italiano y espanol, y se estaba acercando rapidamente al mismo nivel con el ruso. Sin embargo, el aleman siempre le habia costado y seguia siendo un problema, puesto que sus sonidos tan guturales le resultaban casi imposibles de imitar correctamente.
Lo que convertia el dia de hoy en especial y al mismo tiempo en muy dificil era que Alexander venia a Suiza para una cena de trabajo aquella misma noche, despues de haber pasado diez dias en su ciudad natal de Buenos Aires. El problema era que la cena tendria lugar en Saint Moritz, una localidad que se encuentra al otro extremo del pais respecto a donde estaba ella, en Neuchatel. Ademas, el debia regresar a Paris inmediatamente despues. A pesar de que hablaban por telefono al menos una vez al dia, llevaban semanas sin verse y ella anhelaba ir a Saint Moritz, aunque solo fuera por verlo un ratito. Pero, teniendo en cuenta su cargo en la empresa como director, su apretada agenda y su propia vision tan digna y comedida de la relacion, sabia que no le iba a resultar posible. Y debia aceptarlo. Igual que habia aceptado mantener en secreto su relacion. Cuando les llegara la hora de casarse, le dijo el, el mundo se enteraria. Hasta entonces, sus vidas tenian que permanecer enteramente para ellos, para ellos y para los pocos que compartian su secreto: el senor Rothfels y su esposa, Nicole, y el corpulento Jean-Pierre Rodin, el guardaespaldas frances de Alexander que iba con el a todas partes y se ocupaba de casi todos sus asuntos.
Bueno, en realidad, habia otra persona que lo sabia: lady Clem, que habia conocido a Alexander cuando vino a visitar a Rebecca en septiembre y se entero de su interes en el Jura. Lo volvio a ver en Londres, durante un acto para recaudar fondos de la Balmore en el Albert Hall, donde el regalo a la fundacion un donativo muy generoso,