que Amalia habia desaparecido. ?Que haria para encontrarla? Se devanaba los sesos, imaginando actos de heroismo que conmovieran a los padres de Amalia. Una vi ti ola dejo escapar los acordes de un pregon: «Esta noche no voy a poder dormir, sin comerme un cucurrucho de mani…». Pablo dio un respingo tan fuerte que su madre se volvio a mirarlo. Fingiendo una leve tos, se cubrio el rostro para ocultar su azoro. ?Como no lo penso antes?
Un soplo de brisa beso sus mejillas y el calor se hizo menos agobiante. Mas alla de los techos, las nubes huian velozmente. Y el cielo era tan azul, tan brillante…
Por mucho que Pablo lo intento, le fue imposible ver a la actriz… y no por falta de informacion -?quien no conocia a la gran Rita Montaner?-, sino porque su ajetreada vida hacia dificil localizarla.
Viendo que las semanas transcurrian, decidio pedir a sus padres que hablaran con don Pepe. Apenados, pero firmes, le aconsejaron que se olvidara del asunto; ya apareceria otra muchacha para esposa. Sus suplicas tampoco surtieron ningun efecto sobre Mercedes, quien le cerro la puerta y amenazo con avisar a la policia si no los dejaba en paz. No le quedo otro remedio que insistir en su afan por encontrar a la actriz.
Despues de muchos contratiempos, logro hallarla a la salida de una funcion, rodeada de espectadores que no la dejaban avanzar y protegida del aguacero por el paraguas de un admirador. A empujones, llego junto a ella. Trato de explicarle quien era, pero no hizo falta. Rita lo reconocio de inmediato. Era imposible olvidar ese rostro huesudo de mandibulas masculinas y cuadradas, y esos ojos rasgados que echaban chispas como dos punales que se cruzan en la oscuridad. Recordaba perfectamente la noche en que deslizara la nota en su delantal de cocina, accediendo a los ruegos de Amalia. Una ojeada le habia bastado para comprender por que la joven se habia fascinado con el muchacho.
Para sorpresa de todos, la actriz lo agarro por un brazo y lo hizo subir al taxi, cerrando la puerta ante las narices de los presentes, incluyendo al admirador del paraguas que se quedo bajo la lluvia mirando el auto que se alejaba.
– Dona Rita… -comenzo a decir, pero ella lo interrumpio.
– Yo tampoco se donde esta.
Mas que su desaliento la mujer sintio su angustia, pero no habia nada que pudiera hacer. Pepe no habia revelado a nadie el paradero de su hija, ni siquiera a ella, que era como su segunda madre. Solo habia conseguido que le hiciera llegar una nota. A cambio, habia recibido otra donde la joven le explicaba que se habia matriculado en una escuela pequena y que no sabia cuando volveria a verla.
– Ven el sabado a esta misma hora -fue lo unico que pudo ofrecerle ella-. Te mostrare la nota.
Tres dias mas tarde volvio a reunirse con Pablo, que guardo la nota como si se tratara de una reliquia sagrada. La mujer lo vio marchar triste y cabizbajo. Hubiera querido anadir algo mas para animarlo, pero se sentia atada de pies y manos.
– Muchas gracias, dona Rita -se despidio-. No volvere a molestarla.
– No es nada, hijo.
Pero ya el habia dado media vuelta y se perdia en la oscuridad.
El joven cumplio su palabra de no regresar… lo cual fue un error porque, algunas semanas despues, Pepe la llamo para que fuera a ver a su hija. El matrimonio y la actriz viajaron hasta un pueblito llamado Los Arabos, a unos doscientos kilometros de la capital, donde vivian los parientes que cuidaban de su hija. Amalia casi lloro al verla, pero se contuvo. Tuvo que esperar mas de tres horas antes de que todos se fueran a la cocina a colar cafe.
– Necesito que le lleve esto a Pablo -susurro la muchacha, entregandole un papelito arrugado que saco de un bolsillo.
Rita se lo guardo en el escote, le conto brevemente su conversacion con Pablo y le prometio regresar con una respuesta.
Pero Pablo ya no trabajaba en El Pacifico. Un camarero le informo que su familia habia abierto un restaurante o una fonda, pero por mas que lo intento, no logro que le dijera donde estaba; ningun chino le daria esa informacion, por muy actriz y cantante famosa que fuera. Aquellos inmigrantes cantoneses no confiaban ni en su sombra.
Siguiendo las indicaciones de Amalia, que tenia una idea aproximada del sitio donde vivia Pablo, intento hallar su casa; pero tampoco tuvo exito. Envio a varios emisarios para que averiguaran, con el mismo resultado. Las esperanzas de Amalia se esfumaron cuando Rita le devolvio la carta sin entregar.
Pablo jamas se entero de estas angustias. Durante las vacaciones, y tambien algunos fines de semana, continuaba atisbando la casa de su novia. Pepe, viendo que no desistia, abandono la idea de traerla de vuelta. Asi transcurrieron meses y anos. Y a medida que fue pasando el tiempo, Pablo frecuento cada vez menos el vecindario hasta que, en algun momento, dejo de visitarlo del todo.
El joven contemplo con desgana la ropa que su madre le habia preparado para su primer dia en la universidad: un traje confeccionado con una tela clara y elegante.
– ?Ya estas listo? -pregunto Rosa, asomandose en la penumbra del dormitorio-. Solamente falta calentar el agua para el te.
– Casi -murmuro Pablo.
El exito del restaurante habia permitido que se realizara el sueno de Manuel Wong. Su primogenito Pag Li ya no seria el chinito que repartia la ropa, ni el ayudante de cocina en El Pacifico, ni siquiera el hijo del dueno de El dragon rojo. Ya estaba en camino de convertirse en el doctor Pablo Wong, medico especialista.
Pero el joven no sentia ninguna emocion; nada era importante desde que Amalia desapareciera. Su entusiasmo pertenecia a otra epoca en la que era capaz de imaginar las batallas mas intensas, los amores mas delirantes…
– ?Lo despertaste? -susurro su padre desde el comedor.
– Se esta vistiendo.
– Si no se apura, llegara tarde.
– Tranquilizate, Siu Mend. No lo pongas mas nervioso de lo que debe de estar.
Pero Pablo no estaba nervioso. En todo caso, se sintio rabioso cuando comprendio que Amalia habia desaparecido para siempre. Sucesivos ataques de furia y de llanto hicieron que sus alarmados padres localizaran a un reputado medico chino para que lo examinara. Pero aparte de recetarle unas hierbas y de clavarle decenas de agujas que apaciguaron ligeramente su animo, poco pudo hacer el galeno.
– Vamos, hijo, que se hace tarde -lo apuro su madre, abriendo la puerta de par en par.
Cuando Pablo salio del cuarto, afeitado y vestido, su madre dejo escapar una exclamacion. No habia joven mas guapo en toda la colonia china. No le seria dificil encontrar a alguna joven de buena familia que le hiciera olvidar a esa otra muchacha… Porque su hijo seguia triste; pese al tiempo transcurrido, nada parecia alegrarlo.
– ?Tienes dinero?
– ?Revisaste la carpeta?
– Dejenme tranquilo -contesto Pablo-. Ni que me fuera a China.
Su madre no dejaba de acariciarle las mejillas, ni de sacudirle el traje. Su padre trato de mostrarse mas ecuanime, pero sentia un escozor incontrolable en la punta de la nariz; algo que solo le ocurria cuando estaba sumamente inquieto.
Por fin Pablo pudo librarse de sus zalamerias y salio a la manana fresca. El vecindario se desperezaba como habia hecho siempre desde que el llegara a la isla. Mientras buscaba la parada del tranvia que lo llevaria a la colina universitaria, observo a los comerciantes que colocaban los cajones de mercancias a lo largo de las aceras, a los ancianos que practicaban
La separacion de Amalia le habia costado la perdida de un curso, ademas del que ya perdiera al llegar a la isla por su ignorancia del idioma. Pero se habia graduado con honores en el Instituto de Segunda Ensenanza de Centro Habana. Y ahora, despues de tantos esfuerzos, estaba a punto de traspasar los predios del Alma Mater.
El tranvia subio por todo San Lazaro y se detuvo a dos o tres calles de la universidad, cerca de una cafeteria.