jinete, uno mas de los variopintos personajes que se movian por la zona—. ?Desagradecido! —se recrimino Hernando. El mesonero torcio el gesto.
—?Un vaso de vino? —le propuso—. Cura las penas.
Hernando se volvio hacia el hombre. ?Que penas? ?El nunca habia sido mas feliz! Fatima le adoraba y el le correspondia. Charlaban y reian, hacian el amor a la menor oportunidad, y trabajaban por la comunidad, los dos; nada les faltaba, y se sentian plenos y satisfechos, ?orgullosos! Veian crecer a sus hijos sanos y fuertes, alegres y carinosos. Y mientras tanto, Hamid... Un vaso de vino, ?por que no?
El mesonero lleno por segunda vez el vaso, despues de que Hernando lo escanciase de un solo trago.
—?El moro viejo de la mancebia? —inquirio cuando Hernando, con los sentidos nublados por los dos vasos de vino de los que habia dado cuenta, le pregunto por el.
Hernando asintio con tristeza.
—Si, el moro viejo...
—Esta en venta. Hace tiempo que el alguacil intenta deshacerse de el para ahorrarse los restos de comida con que le tiene que alimentar. Cada noche se lo ofrece a todo aquel que pasa por el Potro.
?Hacia tiempo que intentaban venderlo! ?Por que Hamid no le habia dicho nada? ?Por que habia permitido que esas mismas noches, mientras el alguacil mercadeaba con el, su hijo durmiera tranquilo junto a su esposa, satisfecho, dando gracias a Dios por todo lo que habia conseguido?
—Nadie quiere comprarlo. —El mesonero solto una carcajada al tiempo que volvia a llenar el vaso de vino—. ?No sirve para nada!
Hernando dejo el vaso que inconscientemente se habia llevado a los labios y renuncio a un nuevo trago. ?Que decia aquel hombre? ?Estaba hablando de un maestro! «Ninos, Hamid me enseno...» Centenares de veces habia iniciado una conversacion con ellos utilizando aquella frase. Solo eran criaturas, pero el se deleitaba contandoles cosas. Y en aquellos momentos Fatima agarraba su mano y la apretaba con inmensa ternura, y su madre dejaba vagar los recuerdos hacia aquel pequeno pueblo de la sierra alpujarrena, y los ninos le miraban con los ojos abiertos, atentos a sus palabras; quiza su edad no les permitiese entender que era lo que pretendia transmitirles, pero Hamid siempre estaba alli, con ellos, en los momentos mas intimos, en los de mayor felicidad, con la familia reunida, sana, sin hambre, con sus necesidades cubiertas. ?Y decian que no servia para nada? ?Como podia no haberse dado cuenta?, volvio a recriminarse. ?Como podia haber estado tan ciego?
—?Por que? —Le sorprendio el mesonero—. ?Acaso te interesa ese anciano invalido?
Hernando alzo el rostro y le miro a los ojos. Saco una moneda que dejo en el mostrador, meneo la cabeza y se dispuso a abandonar el local; sin embargo...
—?Cuanto pide el alguacil por el esclavo?
El hombre se encogio de hombros.
—Una miseria —contesto al tiempo que sacudia indolentemente una mano.
—Nos pidio..., nos exigio que no te lo contasemos. —Tal fue la explicacion que le proporciono Abbas.
Hernando se habia encaminado a la herreria nada mas traspasar el portalon de entrada de las caballerizas, despues de hablar con el