mesonero.
—?Por que? —llego casi a chillar. Abbas le rogo que bajase la voz—. ?Por que? —Repitio en otro tono—. La comunidad continua liberando esclavos. Yo mismo contribuyo. ?Por que no el? Me han dicho que piden una miseria. ?Te das cuenta? ?Una miseria por un hombre santo!
—Porque no quiere. Quiere que se libere a los jovenes. Y esa miseria que te han dicho, lo seria si el alguacil lo vendiese a otro cristiano, pero si se entera de que somos nosotros quienes pretendemos liberarlo, el precio no sera el mismo. Bien sabes que eso es lo que sucede: por cualquiera de nuestros hermanos pagamos precios muy superiores a los de venta.
—?Que importa si cuesta dinero? Ha dedicado toda su vida a trabajar para nosotros. Si alguien merece ser liberado, ese es Hamid.
—Estoy de acuerdo contigo —concedio Abbas—, pero hay que respetar su decision —anadio antes de que Hernando se lanzase a discutir—, y esa es la de que no se invierta en su persona.
—Pero...
—Hamid sabe lo que se hace. Tu mismo lo has dicho: es un hombre santo.
Abandono la herreria sin despedirse. ?No iba a permitirlo! Algunos cristianos, sobre todo mujeres piadosas, liberaban a sus esclavos si estos ya no les eran utiles, pero esa actitud no era la propia del alguacil de la mancebia; el hombre aguantaria a Hamid hasta que alguien le ofreciese algun dinero por el, el que fuese. El trafico de carne humana era uno de los negocios mas prosperos y rentables de la Cordoba de aquel siglo y no solo para los tratantes profesionales, sino para cualquiera que dispusiese de un esclavo. Todos negociaban con sus esclavos y obtenian pingues beneficios. Pero quien adquiriese a Hamid, aun cojo, viejo y dolorido, con toda seguridad no lo haria para tenerlo inactivo; le obligaria a trabajar para recuperar su inversion... y quiza en algun lugar alejado de Cordoba. Por mas que se empenase, el alfaqui no merecia tal destino en el final de sus dias. Ni el tampoco lo merecia, reconocio para sus adentros mientras se dirigia a sus habitaciones en el piso superior. ?Necesitaba a Hamid! Necesitaba verle y charlar con el aunque fuese solo de vez en cuando. Necesitaba sus consejos y, sobre todo, saber que siempre estaba alli para darselos. Necesitaba disfrutar en Hamid del padre que no tuvo en su infancia.
Hablo con Fatima y ella le escucho con atencion. Una vez se hizo el silencio, Fatima sonrio y acaricio una de sus mejillas.
—Liberale —susurro—. Cueste lo que cueste. Ahora te ganas bien la vida. Saldremos adelante.
Asi era, se dijo Hernando mientras cruzaba el puente romano en direccion a la torre de la Calahorra. Con aquellos pensamientos, indiferente, mostro su cedula especial a los alguaciles que controlaban el trafico en el puente. Le habian aumentado la paga hasta los tres ducados mensuales mas diez fanegas de buen trigo al ano; aunque era menos de lo que cobraban los domadores antiguos, e incluso Abbas como herrador, para ellos suponia un sueldo mas que generoso. Fatima ahorraba moneda a moneda, como si aquella bonanza pudiera finalizar en el momento mas inesperado.
En los dias de fiesta, el campo de la Verdad se llenaba de cordobeses que paseaban por la ribera del rio, contemplando la linea de tres molinos asentados en el Guadalquivir, de orilla a orilla, rio abajo del puente romano o buscando el sosiego de los campos que se abrian mas alla del barrio extramuros. Dada aquella afluencia de gente y pese a ser domingo, los tratantes de caballos y mulas mostraban sus animales en venta por si alguno de los ciudadanos se animaba a comprar.
Juan el mulero andaba encorvado, y eso le hacia parecer mas