bajo de lo que era. Le sonrio mostrando unas encias descarnadas en las que Hernando echo en falta muchos de los dientes negros que el hombre tenia cuando lo conocio.
—?El gran jinete morisco! —le saludo el mulero. Hernando se sorprendio—. ?Te extrana? —Anadio Juan, golpeandole carinosamente en la espalda—. Se de ti. De hecho, mucha gente sabe de ti.
Hernando nunca habia pensado en aquella posibilidad. ?Que mas sabria la gente de el?
—No es usual que un muchacho morisco termine montando los caballos del rey... y trabajando en la catedral. Algunos de los tratantes con quienes hiciste negocio —explico Juan, guinandole un ojo— utilizan tu nombre para atraer a los compradores. ?Este caballo lo domo Hernando, el jinete morisco de las caballerizas reales!, se jactan ante el interes de la gente. Yo habia pensado decir que tambien habias montado mis mulas, pero no se si daria resultado.
Los dos rieron.
—?Como te van las cosas, Juan?
—
—?Continuaste traficando despues de que...?
—?Mira que mula! —le indico Juan haciendo caso omiso de la pregunta. Hernando examino el ejemplar. En apariencia se trataba de un buen animal, limpio de canas, con buen hueso y fuerte. ?Que defecto esconderia?—. ?Quiza el caballerizo real quiera comprar alguna buena mula? —bromeo el tratante.
—?Quieres ganarte un par de blancas? —le lanzo entonces, recordando la misma propuesta que en su dia le hiciera a el el mulero.
Juan se llevo la mano al menton, receloso, y volvio a exhibir sus encias descarnadas.
—Empiezo a ser viejo —asevero—. Ya no puedo correr...
—?Tampoco puedes disfrutar de las mujeres? ?Que hay de aquel burdel en Berberia?
—Me ofendes, muchacho. Todo espanol que se precie pagaria por terminar sus dias montado sobre una buena hembra.
Hernando costearia el placer del mulero. Ese fue el trato que acordaron frente a una jarra de vino en un meson cercano a la catedral. Juan se mostro dispuesto a colaborar, sobre todo cuando el joven le explico el porque de su interes en el esclavo tullido de la mancebia.
—Es mi padre —le dijo.
—Siendo asi, lo haria gratis —afirmo el mulero—, pero mereces pagar tu impertinencia sobre mi virilidad. No debe quedar un apice de duda a ese respecto —ironizo.
—?Como podria saber que no me enganas y que en realidad no has hecho mas que dormirte como un nino en el regazo de una de esas mujeres? Yo no estare alli —contesto, siguiendole la broma.
—Muchacho, parate en la plaza del Potro, junto a la fuente, y aun en la distancia y por encima de la algarabia del lugar, podras escuchar los gemidos de placer...
—Hay muchas mujeres en la mancebia, muchas boticas. ?Y si