no es la tuya la que...?

—Mi nombre, muchacho, escucharas como grita mi nombre.

Hernando lo recordo remando de vuelta en La Virgen Cansada, la chalupa anegada de agua y la bogada cada vez mas corta y pesada. Ya entonces era bajo y delgado y, sin embargo, ?llegaban a la orilla! Asintio con la cabeza, como si reconociese la vitalidad de Juan, antes de continuar.

—El alguacil no debe sospechar que estas interesado en... el esclavo. Quiere venderlo y lo dara por el precio que sea. Por supuesto, tampoco debe enterarse de que hay moriscos tras la operacion. Y mi padre... mi padre tampoco debe saber nada. —El mulero fruncio el ceno—. No quiere que gastemos nuestro dinero en un viejo —explico—, pero yo no puedo permitirlo. ?Me entiendes?

—Si. Te entiendo. Dejalo en mis manos. —Juan alzo el vaso de vino—. ?Por los buenos tiempos! —brindo.

El lunes al anochecer, Juan el mulero entro en la mancebia y mostro una bolsa con varias coronas de oro que le habia proporcionado Hernando, fanfarroneando de que ese dia habia cerrado la mejor operacion de su vida. El alguacil celebro su fortuna y rio con el mientras le cantaba las excelencias de las mujeres que trabajaban en las boticas que se abrian a ambos lados del callejon; algunas espetaban en las puertas, exhibiendose, hasta que el mulero se decidio por una joven muchacha morena entrada en carnes y se perdio con ella en el interior de una pequena casa de un solo piso y de una sola estancia en la que la cama arrinconaba a un par de sillas y un mueble con una jofaina.

Por su parte, Hernando se excuso con don Julian y aquella noche volvio a vagabundear entre la gente que siempre llenaba la plaza del Potro, sintiendo cierta nostalgia al escuchar los gritos, las chanzas, las apuestas e incluso al presenciar las usuales reyertas.

Desde hacia algo mas de un ano, la plaza del Potro y sus alrededores se hallaba mas poblada que nunca. A los usuales vagabundos, tahures, aventureros, soldados sin capitan o capitanes sin soldados —todo tipo de gentes de mal vivir que acudian a ella como un faro que les llamaba—, a los pobres y desahuciados que hacian noche en sus viajes por el camino de las Ventas hacia la rica y lujosa corte de Madrid para obtener alguna prebenda, y a los que se dirigian a Sevilla con la intencion de embarcar hacia las Indias en busca de fortuna, se sumo un ingente numero de indeseables que el virrey de Valencia habia expulsado sin contemplaciones de sus tierras, y que emigraron a Cataluna o Aragon, a Sevilla —donde ya pocos mas podian sobrevivir— o a Cordoba.

Y el, Hernando, se habia puesto en manos de uno de aquellos personajes.

—?Confias en el mulero? —le habia preguntado Fatima mientras le entregaba los quince ducados en monedas de oro cuidadosamente atesorados en el arcon, en una bolsa junto al Coran.

?Confiaba? Hacia ya varios anos que no trataba con Juan.

—Si —afirmo convencido con los recuerdos agolpandose en su cabeza. Confiaba mas en aquel sinverguenza que en cualquiera de los cristianos de Cordoba. Habian vivido juntos el peligro, la tension y la incertidumbre. Aquel era un lazo dificil de romper.

Juan disfruto del placer que le proporciono Angela, la joven morena, hasta que, ya satisfecho, derramo intencionadamente una jarra de vino sobre las sabanas del lecho.

—?Que las cambien! —bramo simulando estar

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