Angela seguia alli.
—?Un moro? —Grito el mulero, encarandose con Hamid—. ?Como osais mandarme un moro para que toque las sabanas en las que voy a yacer? —Anadio volviendose hacia Angela—. ?Ve a buscar al alguacil!
La muchacha obedecio y corrio en busca del alguacil. Ahora venia la parte mas dificil, penso el mulero. Solo tenia quince ducados para comprar al esclavo. No habia querido borrar la sonrisa ni apagar el brillo de los ojos azules del muchacho al confiarle aquella cantidad, que a buen seguro constituia toda su fortuna, pero los esclavos de mas de cincuenta anos se vendian en el mercado a treinta y dos ducados pese a que poco rendimiento se podia esperar de hombres de esa edad. ?A cuanto ascenderia la miseria que esperaba obtener el alguacil y de la que le habia hablado Hernando?
Hamid se extrano de que tras el violento recibimiento prodigado por el mulero, ahora este estuviera pensando en silencio, parado frente a el como si no existiera. Trato de esquivarlo para hacer la cama, pero Juan le detuvo.
—No hagas nada —le ordeno. ?Que mas daba ya si aquel hombre podia sospechar que era lo que iba a suceder y quien estaba detras de todo ello?—. Quedate donde estas y en silencio, ?entendido?
—?Por que deberia...? —empezo a preguntar Hamid cuando Angela y el alguacil accedieron a la botica.
—?Un moro? —Volvio a gritar Juan—. ?Me has enviado a un moro! —El mulero martilleo en el pecho de Hamid con un dedo—. Y para colmo me ha insultado. ?Me ha llamado perro cristiano y adorador de imagenes!
Hamid perdio la compostura que le caracterizaba y alzo las manos.
—Yo no... —intento defenderse.
—?Nadie me llama perro cristiano! —Juan le abofeteo.
—Dejalo —le insto el alguacil interponiendose entre ellos.
—?Azotalo! —Exigio Juan—. Quiero ver como lo castigas. ?Azotalo ahora mismo!
?Como lo iba a azotar?, se planteo el alguacil. El pobre Francisco no aguantaria vivo mas de tres latigazos.
—No —se opuso.
—En ese caso acudire a la Inquisicion —amenazo Juan—. Tienes en tu establecimiento a un moro que insulta a los cristianos y que blasfema —agrego mientras empezaba a recoger sus ropas—. ?La Inquisicion lo castigara como merece!
Hamid permanecia quieto detras del alguacil, quien miraba como Juan se vestia sin dejar de refunfunar por lo bajo. Si el mulero lo denunciaba a la Inquisicion, Francisco ni siquiera sobreviviria quince dias en sus carceles. Jamas llegaria con vida al siguiente auto de fe, por lo que nunca recuperaria un misero real por aquel esclavo.
—Por favor —rogo a Juan—. No lo denuncies. Nunca se ha comportado asi.
—No lo haria si tu lo castigases. Tu eres su propietario. Si ese hereje fuera mio lo...
—?Te lo vendo! —salto el alguacil.
—?Para que lo quiero? Es viejo... y tullido... y malhablado. ?De que me serviria?
—Te ha insultado —trato de provocarle el alguacil—. ?Que