satisfaccion obtendras si es la Inquisicion quien lo castiga? Se arrepentira como hacen todos estos cobardes, se reconciliara y le condenaran simplemente a sambenito. Ya ves lo viejo que es.

Juan simulo pensar.

—Si fuese mio... —mascullo para si—, estaria recogiendo mierda de mula todo el dia...

—Quince ducados —oferto el alguacil.

—?Estas loco!

Cinco ducados. Juan consiguio a Hamid por cinco ducados, cifra en la que, ademas, se permitio exigir que se incluyese el servicio de Angela. Decidio no esperar a la manana siguiente: en presencia de dos clientes de la mancebia como testigos pago con las coronas de oro que llevaba en la bolsa y abandono el burdel con Hamid a sus espaldas. Con todo, quedo con el alguacil para otorgar la correspondiente escritura de compraventa tan pronto como amaneciera.

Hernando estaba distraido escuchando la historia del asedio y toma de la ciudad de Haarlem producida hacia cinco anos. Un soldado mutilado de los tercios de Flandes que habia participado en ella y al que la gente, complacida, invitaba a beber, la narraba entre trago y trago. El soldado, casi ciego, lucia con orgullo los harapos con los que habia luchado a las ordenes de don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba, y relataba como durante el duro asedio a la fortificada ciudad en el que los tercios sufrieron numerosas bajas, el noble se planteo renunciar a su conquista. Entonces recibio un mensaje de su padre.

—Le dijo el duque de Alba —conto el soldado con voz potente— que si alzaba el campo sin rendir la plaza, no le tendria por hijo y que si, por el contrario, moria en el asedio, el mismo iria en persona a reemplazarle aunque estaba enfermo y en cama. —El corro alrededor del soldado era un remanso de silencio en comparacion con el bullicio del resto de la plaza del Potro—. Anadio que en el caso de que fracasaran los dos, entonces iria de Espana su madre, a hacer en la guerra lo que no habian tenido valor o paciencia para hacer su hijo o su esposo.

Del corro se alzaron murmullos de aprobacion y algun aplauso, momento en el que el soldado aprovecho para escanciar el resto del vino que le quedaba en el vaso. Escucho con paciencia como se lo volvian a llenar, y se lanzo a relatar la definitiva y sangrienta toma de la ciudad. Hernando noto como alguien pasaba a sus espaldas y le golpeaba.

Se volvio y se encontro con Hamid, que cojeaba cabizbajo tras el mulero; en su mano llevaba un hatillo no mayor del que Fatima aporto a su matrimonio. ?Juan lo habia conseguido! Un temblor le recorrio todo el cuerpo y, con la garganta agarrotada, los contemplo dirigirse lentamente hacia la parte superior de la plaza.

—Por orden de su padre —exclamo el soldado en aquel momento—, don Fadrique ejecuto a mas de dos mil quinientos valones, franceses e ingleses...

—?Herejes!

—?Luteranos!

Los insultos a la resistencia de los ciudadanos de Haarlem no distrajeron a Hernando, que en esos momentos creia escuchar el roce del gastado zapato que Hamid arrastraba sobre el pavimento, aquella extrana cadencia que le acompano en su ninez. Se llevo los dedos a los ojos para enjugarse las lagrimas. Las dos figuras continuaron alejandose de el, indiferentes a la gente y al bullicio, a las rinas y a las risas, ?al mundo entero! Un mulero bajo, encorvado y sin dientes, picaro y estafador. Un anciano cojo y cansado de la vida, sabio y santo. Se esforzo por sobreponerse a la marana de sensaciones que le asaltaba. Apreto los punos y

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