quien tuvo que advertir en varias ocasiones de que no se mordiera la lengua mientras garabateaba numeros con su palillo en una tablilla de hojas embetunadas que se usaba una y otra vez, era un nino listo y simpatico, pero siempre previsible: los ojos azules, heredados de su padre, y su espontaneidad anunciaban incluso que era lo que se proponia hacer, acusandole sin remedio cuando cometia alguna trastada. Francisco era incapaz de mentir, ni siquiera sabia ocultar la verdad.
Tras tocarle con un dedo la punta de la lengua que aparecio de nuevo ante la dificultad de una suma y comprobar como se escondia con rapidez, como una serpiente, Hernando fijo su atencion en Ines, consciente de que Hamid hacia lo mismo que el, como si supiera que era lo que pensaba. En verdad era igual que su madre, ?preciosa! La nina estaba enfrascada en escribir numeros y sus inmensos ojos negros parecian dispuestos a atravesar la tablilla. Ines preguntaba y se interesaba por las cosas, pensaba las contestaciones que recibia y, a veces al instante, a veces al cabo de un par de dias, volvia a plantear alguna duda sobre la misma cuestion. Sus razonamientos no eran tan agiles o inmediatos como los de los varones pero a diferencia de estos, siempre eran fundados. Ines refulgia con sus solos movimientos.
Hernando asintio con la cabeza, en senal de satisfaccion, y despues cruzo la mirada con Hamid. Si, se encontraban en un paraiso, con la puerta de la calle cerrada a intromisiones extranas, escuchando el rumor del agua al correr en la fuente y percibiendo el intenso aroma de las flores, esplendoroso a aquellas horas del atardecer en las que el sol se apagaba y el frescor hacia revivir las plantas y excitaba los sentidos, pero era lo mismo, se dijeron el uno al otro en silencio, lo mismo que durante anos habia hecho el alfaqui con el nino morisco en el interior de una misera choza, perdida en las estribaciones de Sierra Nevada.
Como si no quisiera perturbar la concentracion de los ninos, Hamid le observo sin decir nada, reconociendo la valia de su primer alumno, aquel a quien habia entregado sus conocimientos en el mismo secreto con que lo hacia ahora a sus hijos. Habia sido un largo camino: la orfandad, una guerra, la esclavitud a manos de un corsario y la deportacion a unas tierras extranas en las que no encontraron mas que odio y desventura. La pobreza y el duro trabajo en la curtiduria; los errores y la vuelta a la comunidad; la fortuna en las cuadras hasta llegar a convertirse en el miembro mas importante de entre los suyos y ahora... Ambos posaron a la vez la mirada sobre los tres ninos y un escalofrio de satisfaccion recorrio la espina dorsal de Hernando: ?sus hijos!
En ese momento, Aisha los llamo a cenar.
Hernando ayudo al alfaqui a levantarse. Hamid acepto la ayuda y se apoyo en el. Luego, al cruzar el patio, solos, puesto que los ninos lo corrieron en cuatro presurosas zancadas, continuo apoyandose en el.
—?Recuerdas el agua de las sierras? —pregunto el alfaqui al pasar al lado de la pequena fuente, junto a la que se detuvieron unos instantes.
—Sueno con ella.
—Me gustaria volver a Granada —musito Hamid—. Terminar mis dias en aquellas cumbres...
—Alli se esconde una espada sagrada que alguien, algun dia, tendra que empunar de nuevo en nombre del unico Dios. Ese dia el espiritu de nuestro pueblo renacera en las sierras, principalmente el tuyo, Hamid.
Si Hamid les inculcaba la Verdad, Hernando se esforzaba en ensenar a los ninos la imprescindible doctrina cristiana para que pudieran atestiguar su correspondiente evangelizacion los domingos en la catedral o en las preceptivas visitas semanales del parroco de Santa Maria. El jurado de la parroquia y el superintendente habian abandonado sus controles, quiza por la dependencia jerarquica de Hernando del caballerizo real y su jurisdiccion