vacante, el cabildo catedralicio habia decidido convertir la biblioteca en una nueva y suntuosa capilla del Sagrario, al estilo de la Capilla Sixtina, puesto que el sagrario que se encontraba en la capilla de la Cena se habia quedado pequeno. Parte de la biblioteca fue trasladada al palacio del obispo; el resto convivia con las obras hasta que se construyera una nueva libreria junto a la puerta de San Miguel.
—Bien —comento el sacerdote intentando transmitir tranquilidad a Hernando tras escuchar sus encendidas explicaciones—. Manana, despues del oficio de vigilia, ordenare que trasladen nuestros libros y papeles al palacio del obispo.
—?Al palacio del obispo? —se asombro Hernando.
—?Donde mejor? —Sonrio don Julian—. Es su biblioteca privada. Hay centenares de libros y manuscritos y soy yo quien se ocupa de ellos. No te preocupes por eso, los escondere bien. Por mas libros que fray Martin pretenda leer, nunca llegara a acceder a los nuestros; ademas, de esa forma, cuando se tranquilice la situacion podremos continuar con nuestra labor.
?Podria, penso Hernando, aprovechar el tambien la estratagema de don Julian y esconder su Coran en la biblioteca de fray Martin de Cordoba?
—Es posible que en mi casa aun tenga un Coran y algunos calendarios lunares...
—Si me los traes antes del oficio de vigilia... —Don Julian interrumpio sus palabras para contestar al saludo de dos prebendados que pasaron a su lado. Hernando inclino la cabeza y murmuro unas palabras—. Si me los traes —repitio cuando los sacerdotes ya no podian oirlos—, me ocupare de ellos.
Hernando escruto al viejo sacerdote: su aplomo... ?era real o mera impostura? Don Julian imagino sus pensamientos.
—El nerviosismo solo puede conducirnos al error —le aclaro—. Debemos superar esta dificultad y continuar con nuestra labor. ?En algun momento pensaste que esto seria sencillo?
—Si… —reconocio un titubeante Hernando tras unos instantes. Y lo cierto es que asi se lo habia parecido ultimamente. Al principio, cuando accedia a la catedral, notaba como se le atenazaban los musculos y le sobresaltaba el menor ruido, pero despues, poco a poco...
—La confianza en exceso no es buena consejera. Debemos estar siempre alerta. Tenemos que encontrar a ese espia antes de que el nos encuentre a nosotros. Karim sabra del arriero valenciano. Hay que dar con el y enterarse de quien fue el que le pregunto.
Todo lo habia llevado Karim. Los demas trataron de convencerle de que les permitiera ayudarle, pero el anciano se nego y tuvieron que reconocerle su razon. «Con que uno se arriesgue, ya es bastante», sostenia el anciano. Karim se ocupaba de adquirir el papel y de tratar con los moriscos valencianos y los arrieros; el se ocupaba de hacerselo llegar a Hernando y a don Julian, y era el quien recibia los libros o documentos ya escritos para, despues de encuadernarlos con la ayuda de una prensa que guardaba en su casa, distribuirlos por Cordoba. Excepcion hecha de las esporadicas reuniones que mantenian, y que poco podian demostrar, nadie podia relacionar a los demas miembros del consejo con la copia y venta de ejemplares del Coran.
Abandonaron la catedral por la puerta de San Miguel. Ya era casi noche cerrada y ascendieron por la calle del Palacio. Como casi todos los religiosos de Cordoba, don Julian tambien vivia en la parroquia de Santa Maria, en la calle de los Deanes, a pocos pasos de Hernando. En la conjuncion de los Deanes con Manriques, alli donde se formaba una plazuela, un hombre fornido les salio al paso. Hernando echo mano al cuchillo que llevaba al