grabar a fuego el nombre en su memoria. ?Ese era el traidor!
Karim volvio a negar que alguien le hubiera ayudado. Su seguro tono de voz, que obligo a Hernando a fijarse en el, contrasto con su aspecto cansado y desastrado, sobre todo despues de que le arrancaran la camisa para mostrar un torso pelon y flacido.
—Inicia el interrogatorio —ordeno don Juan de la Portilla, en pie como los demas inquisidores, al tiempo que el notario empezaba a rasguear con su pluma sobre el papel.
Tendieron al reo boca abajo y lo inmovilizaron sobre el potro, con los brazos a la espalda para atarle los pulgares con un cordel que enlazaba con una maroma; esta ascendia hasta un torno colgado del techo para luego descender de nuevo. Karim volvio a negarse a contestar a las preguntas del inquisidor y el verdugo empezo a tirar del cabo de la maroma.
Si alguien esperaba que chillara, se equivoco. El anciano apreto su rostro contra el potro y solo permitio que se le escapasen unos sordos grunidos que marearon a Hernando; gemidos solo rotos por las insistentes preguntas del inquisidor.
—?Quienes son los que estan contigo? —gritaba una y otra vez, mas y mas exaltado cuanto mayor era el silencio de Karim.
Cuando el verdugo nego con la cabeza, y los inquisidores cejaron en sus intentos y liberaron al anciano del potro, sus pulgares miraban hacia el dorso de las manos, desgarrados de sus bases. Su rostro estaba congestionado, su respiracion era agonica, los ojos aparecian cansados, acuosos, y del labio inferior le corrian hilillos de sangre; no podia tenerse en pie si no lo hacia agarrado del verdugo. El medico se acerco a Karim y le examino los pulgares manejandolos con desidia, descuidadamente, y Hernando contemplo en el rostro de su amigo las muestras de dolor que hasta entonces habia escondido.
—Se encuentra bien —anuncio el facultativo. Sin embargo, se dirigio al licenciado Portilla y le hablo al oido. Mientras lo hacia, Hernando leyo como el notario apuntaba el dictamen: «El reo se encuentra bien».
—Se suspende la sesion hasta manana —determino el inquisidor en cuanto el medico se separo de el.
—Debes comer —susurro Fatima despues de entrar en la habitacion donde Hernando permanecia orando desde que llego a la casa. Pasaba de la medianoche.
—Karim no lo hace —contesto el.
Fatima se acerco a su esposo, que en aquel momento estaba sentado sobre los talones y con el torso descubierto. Sus brazos y su pecho aparecian aranados, desgarrados en algunas zonas, resultado del vigor con el que se habia lavado, frotandose como si quisiera arrancarse la piel y desprenderse del hedor de la mazmorra que pese a todo seguia impregnando su cuerpo.
—Hace frio. Deberias abrigarte.
—?Dejame, mujer! —Fatima obedecio y dejo el cuenco con comida y el agua en un rincon—. Dile a Hamid que venga —anadio sin volverse hacia ella.
El alfaqui no tardo en acudir.
—La paz... —Hamid interrumpio su saludo ante el aspecto de Hernando, que ni siquiera se volvio hacia el—. No deberias castigarte —murmuro.
—El traidor se llama Cristobal Escandalet —revelo Hernando como toda contestacion—. Diselo a Abbas. El sabra que hacer.
Le hubiera gustado matarlo el con sus manos, estrangularle lentamente y contemplar sus ojos agonicos, causarle el mismo dolor que soportaba Karim, pero se