El alguacil permanecia en pie frente a el, seguro de que aquel anciano se desplomaria en un instante. La gente los rodeaba en silencio.

—No hay otro Dios que Dios y Muhammad es el enviado de Dios —entono Hamid.

No debian capturarle. No debian saber quien era el. Por razon alguna queria poner en peligro a su familia. Alzo el cuchillo y cojeo hacia el rio, junto a la cruz del Rastro. La gente se aparto a su paso y el alguacil le siguio. ?Tenia que derrumbarse! Un reguero de sangre quedaba tras el y, sin embargo, todos se detuvieron, sobrecogidos ante la magia de aquel anciano que renqueaba con serenidad hacia la ribera.

—?No! —grito el alguacil al comprender las intenciones de Hamid, justo en el momento en el que este se dejo caer en el Guadalquivir y desaparecio en sus aguas.

Hernando no era capaz de soportar mas dolor. Acababa de volver del alcazar de los reyes cristianos, donde la tortura a Karim se habia convertido en crueldad inutil: el anciano continuaba empecinado en no desvelar la identidad de sus complices y hasta el verdugo habia osado volverse hacia los inquisidores indicando con un cesto de sus manos lo absurdo de aquella insistencia.

—?Continua! —le grito el licenciado Portilla atajando sus dudas.

Mientras, Hernando era obligado a presenciar la barbarie. Las palabras de Hamid habian conseguido que se afianzara en su fe, en el espiritu que los movia a luchar por sus leyes y costumbres, y con ese animo trataba de acudir al alcazar de los reyes, pero una vez en las mazmorras, cuando torturaban a Karim y le exigian el nombre de sus complices, el miedo volvia a atenazarle. ?Era su nombre el que tan tenazmente callaba! A solo dos pasos, Karim era salvajemente torturado; olia su sangre y sus orines; contemplaba las convulsiones que se reflejaban en sus musculos, contraidos por el intenso dolor; escuchaba sus gritos apagados, peores que el mas terrible de los aullidos, y sus jadeos y sollozos en los descansos. Unas veces se enorgullecia por la victoria de Karim sobre los inquisidores, ?defendia a su pueblo, a su ley! Pero otras sentia un atroz sentimiento de culpa... Y a ratos su sudor frio se mezclaba con el hedor de la mazmorra al solo pensamiento de que Karim pudiera ceder y senalarle con uno de sus dedos: ?el!, ?es a el a quien buscais! Entonces se arrugaba en la silla, aterrorizado, con el estomago encogido, imaginando como se lanzaban encima de el los alguaciles y los inquisidores. El siguiente podia ser el y nadie podria echarle en cara a un hombre, cualquiera que fuese su condicion, que ante tal cumulo de tormentos, desfalleciese y declarase aquello que le exigian. Orgullo, culpabilidad, panico; los sentimientos se entremezclaban en Hernando, iban y venian, lo zarandeaban como si de un muneco se tratara, alternandose sin tregua ante una simple pregunta, un nuevo tiron de la maroma, un grito...

Acababa de regresar a casa cuando un joven enviado por Jalil le conto lo sucedido con Hamid. Fatima y Aisha lloraban acurrucadas en el suelo, contra la pared, abrazadas a los ninos.

?No podia soportar mas dolor!

—El bunolero muerto... —inquirio Hernando con la voz rasada—. ?Se llamaba Cristobal Escandalet?

—Si —le contesto el joven.

Hernando nego con la cabeza. ?Acaso Hamid no se lo habia dicho a Abbas?

—Ese hombre era un espia y un traidor —afirmo entonces dirigiendose de nuevo al joven morisco—. Fue el quien denuncio a Karim ante la Inquisicion. ?Que todos nuestros hermanos sepan por que nuestro mejor alfaqui ha cometido tal accion! Lo juzgo, dicto sentencia y el mismo la ejecuto. ?Que lo sepa tambien la familia del bunolero!

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