Lloro ya en su habitacion, presto a entregarse de nuevo a la oracion y al ayuno. ?Quien utilizaria ahora el pequeno cuarto del piso bajo? Y la muesca en direccion a la quibla, ?quien se postraria ante ella a partir de entonces? Se la habia mostrado como pudiera hacer un nino cuando ha hecho una buena accion, con orgullo e inocencia, en espera de su beneplacito. Hamid, aquel de quien lo habia aprendido todo, aquel de quien tomo su nombre: Hamid ibn Hamid, ?el hijo de Hamid!
Una lagrima nublo su vision para alejarle de la realidad. Entonces, un grito estremecedor resono en la noche por todo el barrio de Santa Maria:
—?Padre!
Los alguaciles entraron a Karim arrastrandolo de las axilas, la cabeza le colgaba y los pies, ya destrozados por la tortura, se deslizaban tras el por el suelo, como si el que los hubiera unido a los tobillos para presentarlo a los inquisidores se hubiera equivocado al hacerlo.
Los alguaciles trataron de erguirlo frente al licenciado Portilla y el verdugo tiro del escaso cabello cano que le restaba a Karim para mostrar su rostro. El inquisidor chasqueo la lengua y dio un manotazo al aire, rindiendose.
Hernando observo los ojos amoratados del anciano, hinchados, perdidos mucho mas alla de las paredes de la mazmorra; quiza mirando a la muerte, quiza al paraiso. ?Quien se merecia el paraiso mas que aquel buen creyente? Entonces los labios resecos de Karim se movieron.
—?Silencio! —clamo el inquisidor.
El balbuceo de Karim pudo oirse en la estancia como un rumor lejano; deliraba en arabe.
—?Que dice? —vocifero el inquisidor a Hernando.
El morisco aguzo el oido sabiendose observado por el licenciado Portilla.
—Llama a su mujer —creyo entender. Amina, estuvo a punto de citar—. Ana —mintio—, parece que se llama Ana.
Karim no cesaba de murmurar.
—?Tanta palabreria para llamar a su mujer? —sospecho el inquisidor.
—Recuerda poesias —aclaro Hernando. Le parecio escuchar una de aquellas antiguas, de las que aparecian labradas en las paredes de la Alhambra de Granada—. Se asemeja a la esposa... que se presenta al esposo adornada de su hermosura tentadora —recito.
—Preguntale por sus complices. Quiza ahora...
—?Quienes han sido tus complices? —obedecio Hernando, sin poder levantar la mirada.
—?En arabe, imbecil!
—?Quienes...? —empezo a traducir para detenerse de repente. Nadie en esa mazmorra, salvo Karim, podia entenderle—: Dios ha hecho justicia —le anuncio en arabe—. Aquel que ha traicionado a nuestro pueblo ha sido degollado conforme a nuestra ley. Hamid de Juviles se ha ocupado de ello. Te encontraras con el santo alfaqui en el paraiso.
Portilla desvio la mirada hacia el morisco, extranado por la longitud de su discurso. En ese momento, un brillo casi imperceptible aparecio en los ojos del anciano al tiempo que sus labios se contraian en un rictus que pretendia ser una sonrisa. Luego, expiro.
—Sera quemado en efigie en el proximo auto de fe