gentes y los corregidores de todos los pueblos que cruzaran en su camino, pero, no obstante, antes de poner fin a cada jornada, los jinetes tenian que encontrar el lugar adecuado para reunir y alimentar a aquella cantidad de ganado y obtener grano o paja si los pastos elegidos eran insuficientes. Al mismo tiempo, los nobles buscaban las comodidades del pueblo mas cercano.
Por las noches, Hernando caia rendido despues de atender a Azirat, cenar el potaje de la olla que el cocinero preparaba sobre un fuego a campo abierto y charlar un rato con los demas hombres. Solo durante los turnos de guardia en aquellas dehesas abiertas y desconocidas tanto para el ganado como para los hombres rememoraba los acontecimientos que habian marcado su ultimo ano.
Fue en esos momentos de silencio, montado sobre Azirat, cuando Hernando llego a reconciliarse consigo mismo. A lomos de su caballo, mientras escuchaba como el resoplar de alguno de los animales rompia el silencio o azuzaba con suavidad a aquel que, dormitando, pretendia alejarse de la manada, el morisco recobro el sosiego. ?Cuan diferentes eran aquellas horas del estruendo de mas de medio millar de animales por los caminos! Los relinchos y bramidos, las coces y los mordiscos; la inmensa polvareda que levantaban a su paso y que le impedia ver mas alla de unos pasos. Por las noches podia contemplar un inmenso cielo estrellado, nitido y brillante, diferente al que alcanzaba a ver desde su casa de Cordoba, encajonada entre tantos otros edificios. Alli en el campo, a solas, llego a sentirse como en las Alpujarras. ?Hamid! Se habia entregado a ellos. Buscando el contacto de un ser vivo, palmeaba el cuello de Azirat cuando notaba como se le cerraba la garganta al recuerdo del viejo alfaqui. Tambien penso en Karim, pero en esta ocasion permitio que las dolorosas escenas que habia vivido en las mazmorras de la Inquisicion renacieran una tras otra en su memoria, sin refugiarse en la oracion o en el ayuno para alejarlas de si. Revivio una y otra vez el dolor del anciano, sintiendolo en su carne, viendolo, sufriendolo, doliendose como si fuera alli y entonces donde lo torturaran, a Karim... y a el. Poco a poco, su rostro congestionado y sus reprimidos aullidos de dolor en pugna por no conceder victoria o satisfaccion alguna a sus verdugos, y su cuerpo cada dia mas dislocado, se le presentaron con una crudeza tal, que Hernando se encogia en la montura y alli, en la inmensidad de Andalucia, donde al amparo de la noche podia huir a ningun sitio para alejarse de todos aquellos recuerdos, empezo a aprender a vivir con su dolor y a enfrentarse a el.
Hernando miro al cielo, a la luna que jugaba a definir los contornos y vio caer una estrella fugaz, y al cabo, otra... y otra mas, como si los dos ancianos le contemplaran y le hablaran desde el paraiso.
Brahim tambien vio las mismas estrellas fugaces, pero su interpretacion fue bien distinta de la de Hernando. Habian transcurrido siete anos desde que habia armado sus primeras fustas para el corso y despues de cuatro temporadas capitaneando personalmente los ataques a la costa, y de varias ocasiones en las que las milicias urbanas estuvieron a punto de detenerle, decidio ceder su puesto en las barcas a Nasi, convertido en un joven fuerte y cruel como su amo, y limitarse a invertir su dinero, a llevar el negocio con mano de hierro y a recoger los cuantiosos beneficios que este le proporcionaba.
Junto a Nasi se mudo a un palacete en la medina de Tetuan, donde vivia rodeado de lujo y de mujeres. Para cerrar una conveniente alianza volvio a casarse, esta vez con la hija de otro jeque de la ciudad que le dio dos hijas, pero se cuido mucho, a la hora de concertar y contraer matrimonio, de advertir a la familia de la novia de que aquella mujer no era mas que su segunda esposa; que la primera estaba retenida en Espana y que, un dia u otro, volveria a el para ocupar el lugar que le correspondia.
Porque a medida que el antiguo arriero de las Alpujarras obtenia riquezas, prestigio y respeto, su humillante salida de Cordoba le corroia mas y mas; ahi estaba el munon de su brazo derecho como un recuerdo perenne, sobre todo durante las calurosas