habia tenido numerosos tratos comerciales a la hora de vender mercancias capturadas a los barcos cristianos.
—No quiero dinero —le interrumpio tan pronto como el judio empezo a negociar—. Quiero que el marques se ocupe de devolverme a mi familia y de procurarme venganza sobre dos alpujarrenos.
La ultima de las estrellas fugaces trazo una parabola en el limpido cielo cordobes y Brahim sonrio con el recuerdo de la cara de sorpresa de Samuel al escuchar sus condiciones para liberar a dona Catalina y su hijo.
—Si no es asi, Samuel —sentencio poniendo fin a la conversacion—, matare a madre e hijo.
Brahim miraba al cielo desde el balcon de la estancia en que se hallaba alojado, en la venta del Monton de la Tierra, la ultima de las que se abrian en el camino de las Ventas desde Toledo, a solo una legua de Cordoba. Por alli habia pasado hacia ocho anos con Aisha y Shamir en busca del Sobahet para proponerle el trato que conllevo la perdida de la mano derecha. ?Ubaid!, mascullo. Acaricio la empunadura del alfanje que colgaba de su cinto; habia aprendido a utilizar el arma con su mano izquierda. En su bolsa llevaba un documento suscrito por el secretario del marques que le garantizaba la libre circulacion por Andalucia, y en la puerta de su habitacion se apostaba un lacayo del noble para que nadie le molestase mientras esperaba acontecimientos. Desde el balcon observo tambien la planta baja de la venta, un patio cuadrado iluminado por hachones clavados en las paredes, alrededor del cual se disponian la cocina y el comedor, el pajar, las habitaciones del mesonero y su familia y establos para las caballerias. Varios soldados del pequeno ejercito reclutado por el marques remoloneaban en el patio y esperaban igual que el. Al ventero se le habia entregado una buena cantidad de dinero para comprar su silencio y cerrar la posada a cualquier otro viajero.
Volvio a mirar al cielo y trato de contagiarse de la serenidad con que le amparaba. Llevaba anos sonando con ese dia. Golpeo repetidamente la barandilla de madera en la que se apoyaba con el puno de su mano izquierda y un par de soldados miraron hacia el balcon.
Nasi habia tratado de convencerle, una vez mas, hacia cuatro dias, antes de que desembarcara en las costas malaguenas.
—?Que necesidad tienes de ir a Cordoba? El marques puede traertelos a todos, incluido Ubaid. Podria entregartelo aqui, encadenado como un perro. No correrias ningun riesgo...
—Quiero presenciarlo desde el primer momento —contesto Brahim.
Tampoco lo entendio el marques, un joven soberbio y tan altivo como anunciaba su magnifica presencia. El noble habia exigido garantias de que, una vez cumplida su parte del trato, el corsario cumpliria con la suya y para su sorpresa, la garantia se le presento en la persona del mismisimo Brahim.
—Si yo no volviese, cristiano —le amenazo este—, no puedes llegar a imaginar los sufrimientos que padeceran tu mujer y tu hijo antes de morir.
Habia hablado con Nasi al efecto.
—En caso de que no regrese, mi mujer y mis hijas heredaran, como es ley —anadio al despedirse de su joven ayudante—, pero el negocio sera tuyo.
Sabia que se jugaba la vida, que si algo salia mal..., pero necesitaba estar alli, ver la expresion de Fatima y del nazareno, de Aisha, de Ubaid; la venganza seria poca si le privaban de esos momentos.
Aquella madrugada, siete hombres del marques de