Casabermeja, de entera confianza y probada fidelidad al noble, se dirigieron a la puerta de Almodovar, en el lienzo occidental de la muralla que rodeaba Cordoba. Durante el dia habian comprobado que las informaciones recibidas acerca de la situacion de la casa de Hernando eran correctas. No lograron ver al morisco, pero un par de vecinos, cristianos viejos bien dispuestos cuando de maldecir a los moriscos se trataba, les confirmaron que alli vivia el que trabajaba como jinete en las caballerizas reales. Tambien pagaron una buena suma al alguacil que debia franquearles el paso por la puerta de Almodovar. Esa madrugada el porton se entreabrio, y el marques, embozado, junto a dos lacayos con el rostro igualmente cubierto y siete soldados mas, entro en Cordoba. Fuera, escondidos, esperaban dos hombres con caballos para todos. Los diez hombres descendieron en silencio por la desierta calle de Almanzor hasta llegar a la de los Barberos, donde uno de los hombres se aposto. El marques, con el rostro oculto en el embozo, se santiguo frente a la pintura de la Virgen de los Dolores que aparecia en la fachada de la ultima casa de la calle de Almanzor antes de ordenar que apagaran las velas que descansaban bajo la escena, unica iluminacion de la calle. Mientras los lacayos obedecian, el resto se adelanto hasta la casa, cuya recia puerta de madera permanecia cerrada. Uno de ellos continuo mas alla, hasta la interseccion de la calle de los Barberos con la de San Bartolome, desde donde silbo en senal de que no existia peligro alguno; nadie andaba por aquella zona de Cordoba a tales horas y solo algunos ruidos esporadicos rompian la quietud.
—Adelante —ordeno entonces el noble sin importarle que pudieran escucharle.
A la luz de la luna, que pugnaba por llegar a los estrechos callejones de la Cordoba musulmana, uno de sus hombres se desprendio de la capa, y ayudado por otros dos que lo impulsaron hacia arriba, se encaramo con asombrosa agilidad hasta un balcon del segundo piso. Una vez alli, arrojo una cuerda por la que ascendieron los dos que le habian ayudado.
El caballero continuo oculto tras su embozo, y los hombres que le acompanaban empunaron sus espadas, dispuestos para el ataque, en cuanto vieron a sus tres companeros apretujados en el pequeno balcon de la vivienda de Hernando.
—?Ahora! —grito el marques.
Dos fuertes patadas contra el postigo de madera que cerraba la ventana resonaron en las calles de la medina. Inmediatamente despues de las patadas, al escucharse el primer grito desde dentro de la casa, los del balcon se lanzaron contra el maltrecho postigo, lo hicieron anicos e irrumpieron en el dormitorio de Fatima. Los hombres que esperaban abajo se movieron, nerviosos, junto a la puerta cerrada. El marques ni siquiera volvio la cabeza, hieratico. El escandalo de los gritos y las correrias de hombres y mujeres por la casa, los llantos de los ninos y los tiestos de flores que se rompian contra el suelo precedio a la apertura de la puerta que daba a la calle. Los hombres que esperaban abajo se arrollaron unos a otros con las espadas en alto para superar el zaguan de entrada.
En las casas vecinas empezo a evidenciarse movimiento. La luz de una linterna brillo en un balcon cercano.
—?En nombre del Manco de Sierra Morena —grito uno de los apostados en el callejon—, apagad las luces y quedaos en vuestras casas!
—?En nombre de Ubaid, monfi morisco, cerrad las puertas y las ventanas si no quereis salir perjudicados! —ordenaba el otro recorriendolo arriba y abajo.
El marques de Casabermeja continuo quieto frente a la fachada de la casa; poco despues salieron sus hombres llevando a rastras a Aisha y a Fatima, descalzas y con la simple camisola con la que dormian, y en volandas a los tres ninos, que lloraban.
—No hay nadie mas, excelencia —le comunico uno de ellos—.