Toledo. Cuando ambas partidas se encontraron en la sierra, se produjo una lucha desigual: cincuenta experimentados criminales bien armados contra Ubaid y algo mas de una docena de esclavos moriscos fugados.
Brahim corrio hacia el balcon que daba al patio ante la agitacion de los hombres que alli esperaban. Llego a tiempo de ver como abrian las puertas de la venta para franquear el paso a un grupo de jinetes y crispo los dedos de su mano izquierda sobre la barandilla de madera cuando, entre las sombras y el titilar del fuego de los hachones, vislumbro las figuras de dos mujeres que los hombres dejaron caer de los caballos tan pronto como las puertas se cerraron tras ellos.
Aisha y Fatima trataron de ponerse en pie. La primera se apoyo en la espalda de un caballo y volvio a caer cuando este caracoleo inquieto. Fatima gateo y trastabillo en varias ocasiones antes de lograr levantar la mirada hacia los jinetes, buscando a los ninos cuyos llantos le llegaban con nitidez pese al alboroto que armaban los caballos. Por encima de ellos, Brahim si que descubrio a los ninos, pero..., aguzo la vista inclinandose sobre la baranda.
—?Y el nazareno? —Grito desde el balcon—. ?Donde esta ese hijo de puta?
Aisha se llevo las manos al rostro y se derrumbo entre las patas de uno de los caballos; dejo escapar un unico grito que resono por encima del repicar de cascos, los bufidos de animales y las ordenes de sus jinetes. Fatima se irguio y, temblorosa, con todos los musculos de su cuerpo en tension, giro lentamente la cabeza, como si quisiera darse tiempo para identificar la voz que acababa de reventar en sus oidos antes de alzar sus inmensos ojos negros hacia el balcon. Sus miradas se cruzaron. Brahim sonrio. Instintivamente Fatima trato de tapar sus pechos, que sintio desnudos bajo la sencilla camisola de dormir. Unas risotadas surgieron de boca de los jinetes mas proximos a Fatima, algunos de ellos ya pie a tierra.
—?Cubrete, perra! —grito el corsario—. ?Y vosotros —anadio hacia los hombres que por primera vez parecian darse cuenta de la desnudez de las mujeres—, desviad vuestras sucias miradas de mi esposa! —Fatima noto como el llanto le llenaba los ojos: «?Mi esposa!, ?ha gritado mi esposa!»—. ?Donde esta el nazareno, marques?
El noble era el unico de los hombres que permanecia oculto en su embozo, a caballo; el refulgir de los hachones chocaba contra los pliegues de su capucha. Tampoco contesto, lo hizo uno de sus lacayos por el.
—No habia nadie mas en la casa.
—Ese no era el trato —rugio el corsario. Durante unos instantes, solo se oyeron los sollozos de los ninos. —En ese caso, no hay trato —le reto el noble con voz firme. Brahim afronto el desafio sin decir palabra. Observo a Fatima, abrazada a si misma, encogida y cabizbaja, y un escalofrio de placer le recorrio la columna vertebral. Luego volvio la cabeza hacia el noble: si el trato se deshacia, su muerte era segura.
—?Y el Manco? —inquirio, dando a entender que cedia a la falta de Hernando.
Como si estuviera previsto, en aquel mismo momento resonaron en el patio un par de aldabonazos sobre la vieja y reseca madera de la puerta de la venta. El administrador del marques fue claro en sus instrucciones: «Estad preparados con el monfi. Escondeos en las cercanias y cuando veais que mi senor entra en la venta, acudid a ella».
Ubaid accedio al patio arrastrando los pies, con los brazos atados por encima del munon y entre dos de los secuaces del baron, que los precedia a todos. El noble valenciano, ya viejo pero firme y correoso, busco al marques de Casabermeja y sin dudarlo un instante, se dirigio a la figura embozada a caballo.