—sentencio el inquisidor cuando el medico, tras reconocer a Karim, certifico lo que ya todos sabian—. ?Que es lo que le has dicho? —pregunto a Hernando.

—Que debia ser un buen cristiano —afirmo sin pestanear, seguro de si mismo—. Que debia confesar lo que interesabais y reconciliarse con la Iglesia para obtener el perdon de Nuestro Senor y la salvacion eterna de su alma...

El licenciado se llevo los dedos a los labios y los froto.

—Esta bien —cedio despues.

40

Cordoba, 1581

El 15 de abril de 1581, las Cortes portuguesas, reunidas en la ciudad de Tomar, juraron rey de Portugal a Felipe II de Espana. La peninsula Iberica se unificaba asi bajo una misma corona y el Rey Prudente obtenia el control de los territorios que la formaban y el comercio con el Nuevo Mundo, repartido entre Espana y Portugal a raiz del tratado de Tordesillas.

Fue precisamente en Portugal donde por primera vez se trato la posibilidad del exterminio en masa de los moriscos espanoles. Reunidos el rey, el conde de Chinchon y el rehabilitado anciano duque de Alba, cuyo caracter no se suavizaba ni siquiera con la vejez, estudiaron la posibilidad de embarcar a todos los moriscos con destino a Berberia para, una vez en alta mar, barrenar las naves a fin de que perecieran ahogados.

Por fortuna, o quiza porque la armada estaba ocupada en otros menesteres, la matanza de todo un pueblo no se llevo a cabo.

Pero en el mes de agosto de ese mismo ano, desde Portugal, el rey adopto tambien otra decision que afectaria directamente a Hernando. Ese verano la sequia hizo estragos en la campina cordobesa: las yeguas carecian de pastos en las dehesas, y faltaba el dinero para alimentarlas con un grano excesivamente caro que, por otra parte, era reclamado por los vecinos. Hasta el obispado de Cordoba se habia visto obligado a adquirir trigo importado de fuera de Espana. Por eso, el rey escribio al caballerizo mayor don Diego Lopez de Haro y al conde de Olivares comunicandoles que la yeguada debia ser trasladada a Sevilla, a los pastos del coto real del Lomo del Grullo, sobre el que tenia jurisdiccion el conde, para que alli pudiera apacentar.

Habia transcurrido mas de un ano desde que Karim murio a manos del verdugo de la Inquisicion y Hamid desaparecio en las aguas del Guadalquivir tras vengar la traicion a la comunidad morisca. Hernando vivio ese periodo en constante penitencia, porque cada vez que recordaba el obstinado silencio de Karim en la sala de tortura del alcazar de los reyes cristianos le invadia un sentimiento de culpabilidad al que solo creia enganar mediante el ayuno y la oracion.

—Habria muerto igual —trato de convencerle Fatima, preocupada por el estado que mostraba su esposo: delgado, demacrado y con unas marcadas ojeras negras que apagaban el intenso azul de sus ojos—. Aunque hubiera confesado, nunca se habria reconciliado con la Iglesia y le habrian ejecutado de todos modos.

—Quiza si... —contesto Hernando, pensativo—, quiza no. Eso no podemos saberlo. Lo unico cierto, lo unico que se, puesto que lo vivi momento a momento, es que fallecio en el dolor y la crueldad por mantener en secreto mi nombre.

—?El de todos, Hernando! Karim ocultaba el nombre de todos aquellos que siguen creyendo en el unico Dios, no solo el tuyo. No puedes asumir solo esa responsabilidad.

Pero el morisco rechazo las palabras de su mujer.

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