refugiarse desaparecio ante el animal destrozado y el dolor atraveso de nuevo a Hernando. Llorando, tiro de las riendas, levanto a Azirat y lo obligo a andar. El caballo se ladeaba como borracho. Cerca corria un arroyo, pero Hernando no se acerco a el hasta que noto cierta recuperacion en el caballo. Cuando lo hizo, no le permitio beber: con las manos en forma de cuenco le ofrecio algo de agua, que Azirat ni siquiera pudo lamer. Le quito la montura y las bridas, y con su marlota a modo de esponja le froto todo el cuerpo con agua fresca. La sangre de sus costados, provocada por los tajos de las espuelas, se mezclo en la imaginacion de Hernando con la brutalidad de Ubaid. Repitio una y otra vez la accion y lo obligo a andar sin dejar de ofrecerle agua en sus manos. Al cabo de un par de horas, Azirat extendio el cuello para beber por si directamente del arroyo; entonces Hernando se llevo las manos al rostro y se abandono al llanto.
Pasaron la noche a la intemperie, junto al arroyo. Azirat ramoneaba hierbajos y Hernando lloraba desconsoladamente, con las imagenes de Fatima, Francisco e Ines danzando frente a el. Golpeo la tierra hasta desollarse los nudillos al escuchar sus voces y sus risas inocentes; aullo de dolor al olerlos de nuevo, y creyo notar el calor y la ternura de sus cuerpos junto a el al tiempo que trataba de alejar de si la inimaginable escena de sus muertes a manos de un Ubaid que se le aparecia, triunfante, con el corazon palpitante de Gonzalico en sus manos.
La siguiente jornada la hizo a pie. Cuantos se cruzaron con el dudaron de si era el hombre el que tiraba del caballo o era este el que arrastraba a un despojo humano agarrado a sus riendas. Solo al despuntar el alba del tercer dia, se atrevio a montar de nuevo y en dos mas, siempre al paso aunque el caballo diera muestras de haberse recuperado, cruzo el puente romano y dejo atras la Calahorra.
Hernando no tuvo mas fortuna que Abbas a la hora de obtener informacion de su madre.
—?Para que quieres saberlo? —llego a gritar la misma noche de la llegada de su hijo a Cordoba, cuando se quedaron a solas, despues de que las constantes visitas de condolencia hubieran terminado—. ?Yo lo vi! ?Yo vi como morian todos! ?Quieres que te lo cuente? Logre escapar o quiza... quiza no quisieron matarme a mi. Luego erre toda la noche por la sierra hasta dar con un sendero de regreso a Cordoba. Ya te lo he contado. —Aisha se habia dejado caer en una silla, cabizbaja, derrotada. Mil veces habia tenido que mentir a lo largo del dia; tantas como habia dudado sobre contarle la verdad a su hijo ante el tremendo dolor que percibia en su rostro a cada pregunta de las visitas, a cada pesame, a cada silencio. ?Pero no! No debia hacerlo. Hernando correria a Tetuan. Lo conocia; estaba segura. Y ella perderia al unico hijo que le quedaba...
—?Que para que quiero saberlo? —mascullo Hernando, sin dejar de andar por la galeria con las manos crispadas—. ?Necesito saberlo, madre! ?Necesito enterrarlos! ?Necesito encontrar al hijo de puta que los asesino y...!
Aisha alzo el rostro ante la escalofriante ira que percibio en el tono de voz de su hijo. ?Nunca le habia visto asi! ?Ni siquiera... ni siquiera en las Alpujarras! Fue a decir algo, pero callo aterrorizada al ver como Hernando, con la mirada perdida, se aranaba con fuerza el dorso de la mano.
—Y juro que lo matare —termino la frase su hijo, al tiempo que unos profundos surcos de sangre aparecian en su mano.
—?Ubaid!
El aullido quebro el apacible silencio de aquella manana de finales de agosto y resono en las sierras.
—?Ubaid! —volvio a gritar Hernando hacia los fragosos bosques que se abrian a sus pies, parado en lo mas alto de uno de los cerros de Sierra Morena, alzado sobre los estribos, como si pretendiese erigirse sobre la mas alta de las cumbres,