entre los curiosos que se hallaban algo mas apartados para lograr cruzar la puerta cuando, desde el caballo, por encima de las cabezas de los demas, vio el cadaver de un hombre atado a un palo hundido en el suelo, al modo en que la Santa Hermandad ejecutaba a los delincuentes que capturaba fuera de la ciudad. Un escalofrio recorrio su columna dorsal. Aquel cadaver... Era manco. No necesito acercarse, solo aguzar la vista, quiza tan solo oler el aire que le rodeaba. ?Ubaid!

Tiro de las riendas de Azirat y sin prestar atencion a la gente que discutia si aquel era o no el temido monfi de Sierra Morena, con la mirada clavada en el arriero de Narila, se dirigio al poste.

—?Adonde te crees que vas a caballo? —le detuvo un soldado al tiempo que hombres y mujeres tenian que apartarse a su ciego caminar.

Hernando echo pie a tierra y entrego las riendas al soldado, que las cogio perplejo. Avanzo, ahora ya entre nobles y mercaderes hasta plantarse ante el cadaver de Ubaid. La Hermandad, aun muerto, en la duda sobre su identidad, le habia acribillado a saetas.

De repente la gente le hizo sitio. Don Diego Lopez de Haro, presente, les habia instado a separarse con un gesto de su mano.

—?Es el monfi? —pregunto al morisco tras acercarse a el—. Tu lo conocias. ?Es el asesino de tu esposa y de tus hijos?

Hernando asintio en silencio.

Un murmullo corrio entre las filas de gente.

—Ya no podra cometer mas delitos —aseguro el alcaide de la Hermandad.

Hernando continuo en silencio, con la mirada clavada en la toca de Fatima que rodeaba el cuello del monfi.

—Ve a tu casa, muchacho —le aconsejo el caballerizo real—. Descansa.

—La toca —logro articular Hernando—. Era... era de mi esposa.

Fue el propio alcaide de la Hermandad el que se acerco a Ubaid y desato con cuidado la prenda, que luego le entrego.

Pese a la suciedad, Hernando creyo notar la suavidad de la tela, cayo de rodillas al suelo y lloro con la toca pegada al rostro. Fue un llanto diferente a cuantos le habian asaltado hasta entonces: liberador. Ubaid habia muerto, quiza no a sus manos, pero bienaventurado fuera quien habia puesto fin a su miserable vida.

Aisha no encontro la tranquilidad que perseguia cuando, escondida entre la gente, vio como Hernando, con la toca asida con fuerza en una mano, cogia con la otra las riendas de Azirat que le entrego el guardia. Le habia visto llegar y habia sufrido un pinchazo de dolor en lo mas profundo de su ser a cada paso con los que su hijo se acercaba al poste. Trato de imaginar que era lo que sucedia frente al cadaver, y como si Dios se lo hubiera transmitido, estallo en llanto en el justo momento en que este acaricio la toca.

«Yo te cuidare, hijo», sollozo al verle cruzar la puerta del Colodro a pie, tirando del caballo.

Y a partir de aquel dia, Hernando se dejo cuidar. La obsesion de anteriores jornadas dejo paso a la melancolia y a la tristeza. ?Para que iba a buscar los cuerpos de su familia despues de tantos dias? Si habian sido abandonados en la sierra, ya habrian sido devorados por las alimanas. Lo habia comprobado durante sus cabalgadas por aquellos bosques: nada se despreciaba; miles de animales estaban al acecho del mas minimo de los errores, del mas nimio de los alimentos, para lanzarse sobre el. Con todo, continuo acudiendo a los poyos del convento de San Pablo.

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