Incluso Hernando sonrio entonces al imaginar al conde en camisa de dormir, obeso y sudoroso, nervioso y excitado, tratando de hacer punteria con su ballesta a un sirviente que no cesaba de saltar por encima de sillas y muebles con un cojin atado al culo, pero borro su sonrisa tan pronto como su mirada se cruzo con la de Jose Velasco que, como sirviente que era de don Diego, se revolvia inquieto sobre la montura.

—Dicen... —balbuceo don Diego entre carcajada y carcajada—, dicen que se ha convertido en el mas estricto de los mayordomos de su propia casa y que en todo momento... —el caballerizo real tuvo que dejar de hablar hasta que logro erguirse, con la mano en el estomago—, pregunta por las labores de todos los sirvientes y esclavos y las posibles faltas que pudieran haber cometido para que se los suelten en el dormitorio como liebres.

—?Y la condesa? —logro articular entre risotadas uno de los acompanantes.

—?Uh! ?Preocupadisima! —Don Diego volvio a doblarse de la risa—. Les ha sustituido a los desgraciados los cojines de seda por cojines de algodon, algo mas compactos, para no quedarse sin servicio. .. Y sin ajuar.

Las risas volvieron a estallar en el grupo de jinetes.

?Aquel era el hombre que iba a montar a su caballo!, penso Hernando con las carcajadas de los nobles resonando en sus oidos.

Azuzo a Azirat con un simple chasqueo de su lengua y el caballo salio al galope. Hacia un magnifico dia otonal. ?Podia escapar! Podia galopar hasta llegar... ?adonde? ?Y su madre? Ya solo se tenian el uno al otro. Llevaba media legua a un galope relajado, sin rumbo fijo, cuando noto que Azirat se ponia en tension: a su derecha se abria una dehesa en la que pastaban toros bravos. El caballo parecia desear jugar con ellos, como tantas otras veces.

No se lo penso dos veces. Acorto las riendas, bajo los talones y apreto las rodillas para afianzarse en la montura. Entro en la dehesa y durante un buen rato volvio a tocar el cielo. Grito y rio caracoleando frente a las astas de los morlacos, llegando a permitirse el rozar los cuernos con sus dedos en los quiebros, Azirat agil y veloz, dulce al freno, entregado a sus piernas y a sus movimientos como no lo habia estado nunca. ?Era el mejor! A pesar de su color rojo, era el mejor caballo de los centenares que habian pasado por las cuadras del rey. Y aquel magnifico ejemplar iba a caer en manos del peor y mas soberbio jinete de toda Andalucia.

En un determinado momento, Azirat se paro, enfrentado a un inmenso toro negro zaino; los dos tanteandose en la distancia, el toro humillando y el caballo manoteando sobre el sitio.

Entonces Hernando creyo escuchar los silbidos y abucheos de las gentes hacia el conde de Espiel, en la plaza de la Corredera.

El caballo cabeceaba y pateaba, como si el mismo citara a su enemigo. Era extrano, penso Hernando. Sentia la acelerada respiracion de Azirat en sus piernas.

De repente, el toro embistio enfurecido y Hernando tiro de las riendas y presiono los flancos de Azirat para que estuviese presto a requebrar, pero noto que el caballo no respondia. En solo un suspiro, los abucheos que todavia resonaban en su cabeza se convirtieron en aplausos y vitores nacidos de gente alguna y cuando ya alcanzaba a ver los ojos colericos del negro zaino, solto las riendas de Azirat para que este marcase su destino. Entonces el caballo se alzo de manos y ofrecio su pecho a las astas del toro.

El impacto fue mortal y Hernando salio despedido a varios

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