pasos de distancia al tiempo que el morlaco, en lugar de ensanarse con el caballo ya tendido en tierra, se retiraba orgulloso, en homenaje, quiza por la ley que rige la vida de los animales, a aquel de los suyos que habia decidido no huir ante su envite.
Mas tarde, Jose Velasco, a quien don Diego ordeno que siguiera y vigilara al morisco con discrecion, aseguraria, jurando y perjurando ante todo aquel que quisiera escucharle, que fue el propio caballo el que, como si lo desease, se habia entregado a una muerte segura despues de burlar con una elegancia y un arte nunca vistos a cuantos toros se habia enfrentado durante esa manana de otono.
Pero los juramentos del lacayo, fantasias donde las hubiere al decir de quienes prestaron atencion a su historia, no fueron suficientes para que un magullado Hernando evitara la detencion y encarcelamiento que de inmediato y de acuerdo con la jurisdiccion que le competia, ordeno don Diego Lopez de Haro, burlado en su buena fe por conceder al morisco aquel deseo que le habia suplicado. Al desengano del caballerizo, se sumo la preocupacion por la segura y predecible violenta respuesta del conde de Espiel ante la muerte de su caballo.
—Has tenido la posibilidad de medrar y la has desaprovechado —le dijo el caballerizo delante de los trabajadores de las cuadras, Abbas entre ellos, cuando Hernando fue materialmente transportado por Jose Velasco desde la dehesa—. No puedo hacer nada por ti. Quedaras a disposicion de la justicia y de lo que contigo quiera hacer el conde de Espiel, propietario del caballo que has malogrado.
Pero Hernando no escuchaba; tampoco reacciono ante las palabras de don Diego: se hallaba absorto en la magia de aquel momento en que Azirat cobro voluntad propia y decidio por su cuenta. ?Ningun caballo de los que habia montado llego nunca a hacer algo parecido!
—Llevadlo a la carcel —ordeno a sus lacayos—. Yo, don Diego Lopez de Haro, caballerizo de Su Majestad don Felipe II, asi lo ordeno.
Hernando ladeo la cabeza hacia el noble. ?Carcel! ?Lo habria previsto Azirat? Quiza deberia haber muerto el tambien, penso mientras caminaba por el Campo Real, frente al alcazar de los reyes cristianos, donde la Inquisicion, escoltado por Jose Velasco y un par de hombres mas. No tenia nada por lo que vivir. Solo su madre, penso con tristeza. Se dirigian a la calle de la carcel, y Hernando lo hacia renqueante y dolorido, agarrado del brazo por Jose, todavia confundido entre lo que habia presenciado en la dehesa y los logicos razonamientos de quienes escucharon sus explicaciones y se negaron a creerlas. ?Pero el lo habia visto! Jose y Hernando se miraron y una mueca ininteligible aparecio en los labios del lacayo. Cruzaron bajo el puente de la catedral y ascendieron en silencio por la calle de los Arquillos, la mezquita a su derecha. La gente con la que se cruzaban miraba con curiosidad a la comitiva.
Solo Dios podia haber guiado los pasos de Azirat, igual que hacia con todos los creyentes, concluyo Hernando. Pero si el habia salido ileso, ?de que servia el sacrificio del caballo? ?Para terminar en la carcel a disposicion del hombre por cuya causa habia entregado su vida Azirat? «El diablo jamas entrara en una tienda habitada por un caballo arabe», escribio el Profeta para elevar a los nobles brutos a defensores de los creyentes. ?Que pretendia decirle Dios a traves de Azirat? Jose Velasco tiro de su brazo ante la duda que llevo a Hernando a detener sus pasos. ?Cual era el mensaje divino que podia esconderse en lo sucedido esa manana?, continuo preguntandose.
—?Camina! —ordeno uno de los hombres al tiempo que le empujaba por la espalda.
Sintio el empujon sobre su espalda como uno de los golpes mas fuertes que nunca hubiera recibido. ?Azirat no podia pretender que el terminase encarcelado! Pero ?como podia librarse de la prision? No podria correr mas que algunos pasos y los hombres