iban armados mientras que el...
—?Obedece! —Un nuevo empujon estuvo a punto de lanzarle al suelo.
Jose Velasco solto su brazo y lo miro extranado.
—Hernando, no me lo pongas mas dificil —le rogo.
La puerta de los Deanes, que daba al huerto de la mezquita, se hallaba a solo un par de pasos de donde se encontraban. El morisco la miro. Tambien lo hizo Jose Velasco.
—No intentes... —trato de advertirle el lacayo.
Pero Hernando, pese al dolor que sentia en todo su cuerpo, corria ya hacia la mezquita.
Traspaso la puerta de los Deanes en el momento en que los tres hombres se abalanzaban sobre el; todos cayeron en el interior del huerto de naranjos de la catedral. Hernando lucho y pateo por librarse de ellos, pero sus musculos ya no respondian. Rodeados por la gente que se hallaba en el huerto Jose Velasco logro inmovilizarlo al tiempo que sus companeros, ya en pie, lo agarraban de tobillos y munecas para extraerlo del huerto como si de un fardo se tratase.
—?Gritalo! —le apremio un hombre que observaba la escena.
?Que...?, penso Hernando.
—?Dilo! —le conmino otro.
?Que tenia que decir?
Los hombres del caballerizo ya le habian alzado del suelo y Hernando colgaba igual que un animal.
—?Sagrado! —escucho de voz de una mujer.
—?Sagrado! —grito el morisco, recordando entonces cuantas veces habia escuchado esa suplica en sus estancias en la catedral—. ?Me acojo a sagrado!
En el linde interior de la puerta de los Deanes, los hombres que le acarreaban dudaron, pero inmediatamente hicieron ademan de sacarlo de la catedral.
—?Que pretendeis? —Un sacerdote se interpuso en su camino—. ?Acaso no habeis oido que este hombre se ha acogido a sagrado? ?Soltadle bajo pena de excomunion ipso facto! —Hernando noto como aflojaba la presion en sus manos y pies.
—Este hombre... —intento explicar Jose Velasco.
—?Es sacrilegio violar la inmunidad y el derecho de asilo de un lugar sagrado! —insistio el sacerdote interrumpiendolo con brusquedad.
El lacayo hizo un gesto a los hombres que le acompanaban y estos soltaron a Hernando, que quedo a los pies de todos ellos.
—No estaras mucho tiempo retraido en la catedral —le espeto Jose Velasco, temeroso ya del castigo que le impondria su senor por haber permitido que el detenido escapase—. Dentro de treinta dias te echaran de aqui.
—Eso lo tendra que decidir el provisor eclesiastico —volvio a interrumpirle el sacerdote. Jose y sus hombres, ambos con igual rostro de preocupacion que el lacayo, fruncieron el ceno—. Y tu —anadio entonces, dirigiendose a Hernando—, ve en busca del vicario a comunicarle las circunstancias que te han llevado a pretender este derecho.