—Ven con nosotros. Tenemos algo de vino.

Hernando acepto y, acompanado del Buceador, se dispuso a cruzar el huerto hasta la galeria del muro sur desde la puerta del Perdon, donde se habia despedido de su madre. La vio pasar bajo la gran arcada, compungida, pese al proyecto de huir a Berberia que le acababa de proponer. ?A que venia aquella tristeza?, se pregunto.

—?Buceador? —inquirio unos pasos mas alla, soltando por fin lo que llevaba todo el dia preguntandose.

—Si. Eso es lo que soy —sonrio el rubio—: buceador. Trabajo..., trabajaba —se corrigio—, para un capitan vasco que ostentaba la concesion real para el rescate de naves hundidas y tesoros en las costas espanolas. Discutimos por unas monedas de oro que encontre lejos del pecio que estabamos rescatando en Cadiz —dijo chasqueando la lengua—, sali corriendo y logre refugiarme aqui cuando estaban a punto de pillarme.

Pese a las explicaciones que le proporciono Perez, que se detuvo frente al morisco para explicarselo mediante palabras y gestos, al llegar a la galeria todavia Hernando no lograba entender como funcionaba ese imaginario artilugio de bronce bajo el que se sumergian los buceadores y que les permitia el rescate de los tesoros hundidos en la mar.

—No te preocupes —le dijo quien despues se presentaria como Luis, un hombre de facciones rectilineas y nariz quebrada que se tapaba la cabeza con un panuelo colorado atado en la nuca—, ninguno lo hemos logrado entender todavia. Lo mas probable es que sea mentira.

Perez le solto una patada que el otro esquivo entre risas.

A la luz de los hachones colocados en los arcos de las galerias que daban al huerto, se hallaban sentados en el suelo otros seis hombres, alrededor de una bota de vino y la comida que les suministraban sus parientes o amigos.

—Bienvenido a la galeria de los ninos —le saludo un rubio de pelo lacio haciendole un sitio a su lado.

Hernando miro a lo largo de la galeria, donde solo vislumbro grupos similares.

—?Ninos? —se extrano al tiempo que se sentaba.

—Hace algunos anos que esta galeria —le explico el del pelo lacio, Juan, un cirujano que habia tratado de complementar su profesion con negocios poco claros que le llevaron a solicitar asilo ante la denuncia de algunas viudas a las que sano su cuerpo... y sus bolsas— estaba destinada al recogimiento de los ninos expositos de Cordoba; dormian en cunas aqui mismo —anadio haciendo un amplio gesto con la mano por la galeria—, hasta que una noche una piara de cerdos se comio a unas cuantas criaturas. Entonces el piadoso dean catedralicio sufrago un hospital para expositos y devolvio la galeria a los retraidos. Por eso la llaman la de los ninos.

Sin poder evitarlo, Hernando recordo a Francisco e Ines. ?Cuanto habia cambiado su vida en poco tiempo! Y ahora, Azirat, su detencion... De repente se encontro con los seis hombres mirandolo fijamente.

—Bebe vino —le recomendo Pedro, que todavia seguia con el torso descubierto pese al frio de la noche.

Hernando nego la bota que le ofrecia Pedro. Los sambenitos que colgaban de todas las paredes de las galerias del huerto parecian temblar en la noche con el titilar del fuego de los hachones. Centenares de ellos recordaban a los penados de la Inquisicion, otorgando al lugar una imagen macabra.

—?Damelo a mi! —El que estaba a su lado, que se apellidaba

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