?Berberia!
El repique de campanas llamando a laudes puso en pie a todos los grupos de retraidos del huerto. Hernando se desperezo para sumarse a ellos antes de que la riada de sacerdotes, musicos, cantores y demas personal de servicio de la catedral, empezara a invadir la zona, pero se detuvo al ver remolonear a sus companeros de noche.
—?No os levantais? —pregunto al cirujano, acostado a su lado.
—Preferimos empezar mejor el dia, nunca al mandato de los campaneros. Espera y veras. ?Va una blanca a que si! —exclamo despues.
—De acuerdo —acepto la apuesta el Buceador.
—?Dos a que no acierta! —aposto Luis.
—?Esa es mia! —canto Mesa.
—Mira —le indico el cirujano, senalandole a un hombre delante de ellos, parado a tres o cuatro pasos de distancia, entre unos naranjos, en la mitad de uno de los caminos que desde la galeria se internaba en el huerto.
Hernando lo observo: era calvo, tenia los ojos entrecerrados y una sonrisa apretada como si quisiera esconder los labios, aunque un incisivo le sobresalia entre ellos; estaba en pie, hieratico, con una loseta plana de marmol en equilibrio sobre su cabeza.
—?Que hace?
—?Palacio? Espera y lo veras.
Con la gente que entraba en el huerto entraron tambien algunos cerdos dispersos y bastantes perros que perseguian a los sacerdotes, en pos del aroma del desayuno que algunos curas todavia conservaban en las manos o dispuestos a lamer las losas sobre las que habian cenado los retraidos. Hernando reparo en como algunos de los perros escondian el rabo entre las piernas y echaban a correr a la simple vista del tal Palacio.
—?Por que...?
—?Silencio! —le interrumpio el Buceador—. Siempre hay alguno que no lo conoce y pica.
Volvio a prestar atencion en el momento en que, efectivamente, un podenco manchado y con el rabo enroscado olisqueaba los zapatos y las andrajosas calzas rojas del hombre. El perro busco la posicion revolviendose inquieto y cuando por fin levanto la pata dispuesto a orinar sobre la pierna de Palacio, este calculo la trayectoria e inclino la cabeza para dejar que la losa resbalara por ella y cayese a peso sobre el lomo del animal, que vio bruscamente interrumpida su miccion y salio aullando dolorido. Quieto todavia, como si saludase a la audiencia, Palacio abrio su sonrisa y mostro su incisivo sobresaliente. *
—?Bravo! —gritaron Mesa y el cirujano, al tiempo que extendian las manos en busca de las apuestas ganadas.
—?Siempre lo hace? —pregunto Hernando.
—?Cada dia! Fijo como las campanadas —le contesto el Buceador—. Y eso que en alguna ocasion ha sido el quien ha tenido que correr delante del dueno del perro, si es que lo tiene. Esa apuesta, la de que aparezca el dueno del perro, la pagamos diez a uno entre todos —anadio riendo.
Esa noche, Hernando no durmio en el huerto.
—Ayer mismo al anochecer, probablemente al tiempo que mandaba a sus hombres a vigilar las calles que rodean la catedral, el conde ya pidio audiencia con el obispo —le explico don Julian despues del oficio de laudes y oir el relato del morisco sobre los sucesos acaecidos la noche anterior—. Tengo entendido que estaba hecho una furia. No creo que el obispo acceda a recibirlo, por lo que el conde de Espiel hara cuanto este en su mano