insistido Fatima con seriedad. Beso una vez mas la joya y noto el sabor salado de las lagrimas que empapaban sus manos y el oro. ?Lo juro por Ala! Tambien le juro poner a los cristianos a sus pies... y ahora Fatima estaba muerta. ?Tenia que cumplir aquel juramento!
Abandono su refugio y salio a la tenue luz de lamparas y velas. Intento hacerse una idea del tiempo transcurrido, pero en el interior del armario perdia la nocion. ?Suceda lo que suceda!, se repetia una y otra vez. El templo se hallaba en silencio, salvo por los rumores de voces provenientes de la sacristia del Punto, en el muro sur, donde se guardaban los enseres para celebrar las misas que no eran cantadas, junto al tesoro y las reliquias de la catedral. A la derecha de la sacristia del Punto se ubicaba la sacristia mayor, luego el sagrario, en la capilla de la Cena del Senor y, junto a ella, la capilla de San Pedro, donde se hallaba el fantastico
Rodeo el altar mayor y el coro, construidos en el centro de la catedral, con el corazon desbocado, atento siempre a la entrada de la sacristia del Punto, desde donde le llegaban las voces de los guardias. Alcanzo la parte trasera de la capilla de Villaviciosa, en la misma nave en la que se encontraba el
«Hoy te juro que algun dia rezaremos al unico Dios en este lugar santo.» El juramento que le hiciera a Fatima resono en sus oidos. ?Suceda lo que suceda!, le exigio ella. De repente, amparado en el bosque de columnas erigido en homenaje a Ala, se sintio extranamente tranquilo y los murmullos de los guardias fueron dando paso a los canticos de los miles de creyentes que habian orado al unisono en aquel mismo lugar durante siglos. Un escalofrio le recorrio la columna dorsal.
No tenia con que purificarse: ni agua limpia ni arena. Se descalzo y con la humedad de sus lagrimas en las manos, se las llevo al rostro y se lo froto. Luego hizo lo mismo con las manos, frotandose hasta los codos y, tras pasarlas por su cabeza, las bajo a los pies para continuar frotando hasta los tobillos.
Luego, ajeno a todo, se postro y oro.
Cada dia, escondido a la mirada de las gentes, cuidaba de purificarse debidamente antes del cierre de las puertas de la catedral con el agua del aljibe del huerto, entre los naranjos. Por las noches repetia sus oraciones, intentando llegar a Fatima y a sus hijos a traves de ellas.
En alguna ocasion los guardias habian salido de ronda desde la sacristia del Punto, pero en todas ellas, como si Dios le avisara, Hernando se percato a tiempo: se limito a pegar la espalda al muro de la capilla de Villaviciosa y a permanecer inmovil, casi sin respirar, mientras los vigilantes paseaban por la catedral charlando distraidamente.
Sus companeros de la primera noche desaparecieron uno tras otro y solo Palacio continuaba cada manana, con mayor o menor fortuna, intentando acertar a los infelices perros que acudian al olor de sus calzas y zapatos.
Y mientras el juez eclesiastico decidia sobre su asilo y don Julian, infructuosamente, trataba de superar los inconvenientes que suponian para su huida la constante vigilancia y las artimanas del conde de Espiel, Hernando solo vivia por los momentos en que se postraba en direccion a la quibla, notando que en aquel lugar tantas veces profanado por los cristianos aun se podia percibir el latido de la verdadera fe.
Noche a noche se adueno del templo. ?Aquella era su mezquita! La suya y la de todos los creyentes, y nadie conseguiria arrebatarselo.
—?Abrid paso!