la gran diferencia entre aquella y todas las demas. La de San Bernabe era una joya de aquel estilo romano tan dificil de introducir en unas tierras exacerbadamente catolicas como las regidas por el rey Felipe. Las diferentes escenas de los retablos en marmol blanco habian sido esculpidas por un maestro frances, como si peleasen con la profusion de colores, molduras doradas e imagenes oscuras o apocalipticas que adornaban el resto de la catedral.
Hernando respiro hondo, en un intento de impregnarse de la serenidad y belleza que reinaba en el lugar, cuando oyo como los porteros volvian tras haber cerrado las puertas de acceso a la catedral y comprobaban las rejas de las capillas. Oyo sus risas y sus comentarios y salto hacia el tapiz, introduciendose en el interior del armario justo en el instante en que los porteros se asomaban a la de San Bernabe.
Esa noche no abandono su escondite. Rendido por el cansancio, por las muchas noches pobladas de dolorosas pesadillas, se acurruco en el suelo y se dejo vencer por el sueno. Le desperto el alboroto que se produjo en la catedral al amanecer y no le fue dificil salir del pequeno armario: los oficios de prima se desarrollaban en el altar mayor y en el coro, al otro lado de la gran construccion en cuya parte trasera estaba la capilla. Para que no le pillasen con ellas, escondio las llaves, atandolas con un alambre herrumbroso por debajo del barrote inferior de la reja.
Tampoco abandono el armario a lo largo de las siguientes noches, temeroso de ser descubierto: dormia medio sentado, con las piernas encogidas, dormitaba en pie o simplemente lloraba a Fatima y a sus hijos, a Hamid y a todos cuantos habia perdido; disponia del largo y tedioso dia para recuperar fuerzas. Despidio a sus companeros de la primera noche sin mayores explicaciones e hizo caso omiso de su curiosidad y una manana, algo alejado de ellos, sabiendose observado, contemplo como definitivamente extraian a Mesa, el ladron de cedulas, para entregarlo a la justicia seglar, cuyos alguaciles lo esperaban en la calle frente a la puerta del Perdon. Aisha habia recurrido a hermanos fieles de la comunidad para que llevaran comida a Hernando, y cada dia, alguno de los muchos moriscos acudia al huerto provisto de alimentos. Aisha tambien tuvo que encontrar refugio junto a los moriscos, cuando sin miramientos, el cabildo catedralicio la desahucio de la casa patio de la calle de los Barberos por impago del alquiler.
—Para hacerse cobro de las rentas atrasadas se han quedado con todo lo que nos dieron nuestros hermanos —sollozo—. Los jergones, los cazos...
Hernando dejo de escucharla y sintio que se rompia el ultimo hilo que le unia con su anterior vida; alli donde habia encontrado una felicidad que al parecer les estaba vetada a los seguidores de la unica fe.
—?Y el Coran? —la interrumpio de repente, hablando sin precauciones. Fue Aisha quien, sorprendida, miro a uno y otro lado por si alguien habia oido a su hijo.
—Se lo entregue a Jalil cuando me avisaron del desahucio. —Aisha dejo transcurrir unos instantes—. Lo que no le entregue fue esto.
En ese momento, discretamente, deslizo entre los dedos de su hijo la mano de Fatima, la pequena joya de oro que su mujer lucia justo donde nacian sus pechos. Hernando acaricio la alhaja y el oro le parecio tremendamente frio al tacto.
Esa noche, escondido en el armario de la capilla de San Bernabe, con lagrimas en los ojos, beso mil veces la mano de Fatima, con el aroma de su esposa vivo en sus sentidos y sus palabras resonandole en los oidos, aquellas que Fatima habia pronunciado alli mismo, en la casa de los creyentes:
—Ibn Hamid, recuerda siempre este juramento que acabas de hacer y cumplelo suceda lo que suceda.
Le juro por Ala que algun dia orarian al unico Dios en aquel lugar santo. Apreto la joya de oro en su mano. «?Cumplelo suceda lo que suceda!», habia