aristocrata. Tras el duque esperaban varias mujeres tambien engalanadas para la ocasion.
—Este hombre ha insultado a uno de los servidores de vuestra excelencia —contesto uno de los alguaciles de la corte del noble.
—Esconde tu daga —ordeno el capellan del duque al lacayo tras acercarse al grupo, manoteando en el aire para quitarse de los ojos los cordones del sombrero verde que portaba—. ?Es cierto eso? —inquirio, dirigiendose a Hernando.
—Es cierto y me acojo a sagrado —respondio el morisco con soberbia. A fin de cuentas, ?que le importaban un noble o dos?
—No puedes acogerte a sagrado —afirmo el capellan con parsimonia—. Aquellos que cometen un delito en lugar sagrado no pueden beneficiarse del asilo.
Hernando flaqueo y noto que se le doblaban las rodillas. Los lacayos que le agarraban de las axilas tiraron de el.
—Llevadlo ante el obispo —ordeno el alguacil al tiempo que el capellan les daba la espalda para reintegrarse a la comitiva—. Su Ilustrisima ordenara la expulsion de este delincuente.
Si le extraian de la catedral, primero le condenaria el duque, pero despues seria el conde de Espiel quien lo hiciera. ?Que iba a ser de el... y de su madre? ?Berberia! Tenian que huir a Berberia. Eso era lo que preparaba don Julian. ?Solo podia fingir que pedia clemencia! Se dejo caer como si se hubiera desmayado y en el momento en que los lacayos se agacharon para asirle mejor, se zafo de ellos y echo a correr hacia el hombre que creia ser el duque.
—?Piedad! —suplico, arrodillandose a su paso y echandose a besar sus zapatos de terciopelo—. ?Por Dios y la santisima Virgen...! —Varios hombres saltaron sobre Hernando, lo levantaron y lo apartaron del camino del duque, quien ni siquiera se vio obligado a detenerse—. ?Por los clavos de Jesucristo! —grito mientras pataleaba y se revolvia entre los lacayos.
?Por los clavos de Jesucristo!
La sorpresa aparecio en el semblante del noble ante aquella ultima expresion y, por primera vez, se intereso en el plebeyo que tantas incomodidades estaba originando. Entonces, Hernando alzo la mirada y la cruzo con la del duque.
—?Quietos! ?Soltadle! —ordeno don Alfonso a sus hombres. La comitiva se detuvo. Algunas personas se asomaron por detras. Los miembros del cabildo empezaron a acercarse y hasta el obispo aguzo la vista para ver que era lo que sucedia.— ?He dicho que lo solteis! —insistio el noble. Hernando, harapiento y sucio, quedo en pie frente al imponente duque de Monterreal. Ambos se observaron, atonitos. No fueron necesarias preguntas ni comprobaciones: al mismo tiempo los recuerdos de noble y morisco retrocedieron hasta la tienda de campana de Barrax, el arraez corsario, en las cercanias de Ugijar, donde establecio su campamento Aben Aboo tras la derrota de Seron.
—?Que fue de la Vieja? —pregunto de repente Hernando.
Uno de los alguaciles considero una impertinencia aquella pregunta e hizo ademan de abofetearlo, pero don Alfonso, sin dejar de mirar a Hernando, se lo impidio con un autoritario movimiento de su mano.
—Cumplio, tal y como me aseguraste.—El canciller y el secretario, hombres adustos y sobrios, dieron un respingo ante la amabilidad con que su senor trataba a aquel andrajoso. Otros miembros de la comitiva intercambiaron susurros—. Me llevo cerca de Juviles, en cuyo camino me encontraron los soldados del principe. Desgraciadamente, no se mas del animal. De alli, casi inconsciente, me trasladaron a Granada y luego a Sevilla para