—No quieren aceptar mas tu dinero. No desean deberle favores a un cristiano —le comunico un dia Aisha, cuando el pretendia entregarle una buena cantidad que debia servir para el rescate de esclavos.

Ademas de los dineros destinados a ese menester, Hernando proporcionaba a su madre el suficiente como para salir adelante sin estrecheces compartiendo casa con varias familias moriscas. Hernando fue en busca de Abbas, el unico de los antiguos miembros del consejo que quedaba con vida tras la epidemia de peste que habia azotado la ciudad dos anos atras, provocando cerca de diez mil muertos, la quinta parte de la poblacion, entre ellos Jalil y el buen don Julian. Lo encontro en las caballerizas reales.

—?Por que no aceptais mi ayuda? —le pregunto a solas, en la herreria, tras murmurar un saludo casi ininteligible a su llegada. Despues de recibir la noticia de la muerte de Fatima y de sus hijos, y de la violenta reaccion de Hernando con el herrador, la amistad entre ambos se habia resentido—. Fatima y yo fuimos los primeros en contribuir para la liberacion de esclavos moriscos, y lo hicimos en mayor medida que los demas miembros de la comunidad, ?recuerdas?

Durante unos instantes, Abbas desvio su atencion de los instrumentos con que trajinaba sobre una mesa.

—La gente no quiere dadivas del nazareno —le contesto secamente antes de concentrarse de nuevo en sus quehaceres.

—Precisamente tu mas que nadie deberias saber que eso no es cierto, que no soy cristiano. El duque y yo nos limitamos a unir nuestras fuerzas para escapar de un corsario renegado que...

—No quiero escuchar tus explicaciones —le interrumpio Abbas sin dejar de trabajar—. Son muchas las cosas que todos sabemos que no son ciertas y sin embargo... Todos los moriscos juraron fidelidad a su rey, por eso estan aqui, humillados, porque perdieron la guerra. Tu tambien juraste lealtad a la causa y sin embargo ayudaste a un cristiano. Si pudiste quebrantar ese juramento, ?por que juzgas con tanta dureza a quienes en algun momento no han podido cumplir con sus promesas?

Tras pronunciar estas palabras, el herrador se irguio frente a el, imponente. «?Por que sigues juzgandome?», preguntaban sus ojos. «No pude hacer nada por evitar la muerte de tu esposa», parecian querer decirle.

Hernando se mantuvo en silencio. Poso la mirada en el yunque donde se daba forma a las herraduras. No era lo mismo: Abbas le habia prometido cuidar de su familia; Abbas le habia asegurado que Ubaid no les molestaria. Abbas... ?Le habia fallado! Y Fatima, Francisco, Ines y Shamir estaban muertos. ?Su familia! ?Acaso existia perdon para algo asi?

—Yo no hice dano a nadie —replico Hernando.

—?Ah, no? Devolviste la vida y la libertad a un grande de Espana. ?Como puedes asegurar que en verdad no danaste a nadie? El resultado de las guerras depende de ellos, de todos y cada uno de ellos: de sus padres y de sus hermanos, de los pactos a los que pueden llegar si uno de su familia es hecho preso. Esta misma ciudad santa —continuo Abbas elevando la voz— pudo ser reconquistada por los cristianos porque un solo noble, uno solo, don Lorenzo Suarez Gallinato, convencio al rey Abenhut de que se hallaba apostado con un gran ejercito en Ecija, ?a tan solo siete leguas de aqui! Y de que debia dirigirse en ayuda de Valencia en lugar de acudir a socorrer a Cordoba. —Abbas resoplo; Hernando no supo que decir—. ?Un solo noble cambio el destino de la capital musulmana de Occidente! ?Sigues afirmando que no danaste a nadie?

Ni siquiera se despidieron.

La recriminacion de Abbas persiguio a Hernando durante varios dias. Una y otra vez trato de convencerse de que el corsario Barrax solo queria a don

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