Alfonso para obtener un rescate por el. ?Su libertad no pudo haber influido en el desarrollo de la guerra de las Alpujarras!, se repetia con insistencia, pero las palabras del herrador no dejaban de regresar a su mente en los momentos mas inoportunos. Por eso le gustaba visitar la capilla del Sagrario de la catedral, la antigua biblioteca que tantos recuerdos le traia. Alli lograba el sosiego, mientras contemplaba como Cesare Arbasia, el maestro italiano contratado por el cabildo, pintaba y decoraba la capilla desde el suelo hasta la boveda, incluyendo las paredes y los dobles arcos. Poco a poco, aquel fondo en tonos ocres y rojos se iba llenando de angeles y escudos. La mano del artista alcanzaba hasta el mas pequeno rincon. ?Hasta los capiteles de las columnas se recubrian de una capa dorada!
—Dijo el gran maestro Leonardo da Vinci que los creyentes prefieren ver a Dios en imagen antes que leer un escrito referido a la divinidad —le explico uno de aquellos dias el italiano—. Esta capilla se hara a imagen y semejanza de la Sixtina de San Pedro de Roma.
—?Quien es Leonardo da Vinci?
—Mi maestro.
Hernando y Cesare Arbasia, un hombre de unos cuarenta y cinco anos, serio, nervioso e inteligente, habian trabado amistad. El pintor se habia fijado en aquel morisco, siempre impecablemente ataviado a la castellana, como era obligado en la corte del duque, en la tercera ocasion en que lo vio sentado en la capilla, contemplando su labor durante horas, y ambos habian congeniado con facilidad.
—Poco te importan las imagenes, ?no es verdad? —le habia preguntado un dia—. Nunca te he visto observarlas, ya no con devocion, sino ni tan siquiera con curiosidad. Te interesas mas por el proceso de pintura.
Asi era. Lo que mas atraia a Hernando era el metodo, tan diferente al que habia visto utilizar a los guadamacileros y pintores cordobeses, que usaba el italiano para pintar la capilla del Sagrario: el fresco.
El maestro revocaba la parte del muro que deseaba pintar con una mezcla de cierto espesor hecha con arena gruesa y cal, que despues alisaba a conciencia y enlucia con arena de marmol y mas cal. Solo podia pintar sobre ella mientras estuviera fresca y humeda, por lo que, en ocasiones, cuando veia que el revoco iba a secarse antes de que pudiera finalizar su tarea, los gritos e imprecaciones en su lengua materna resonaban por toda la catedral.
Los dos hombres se observaron en silencio durante unos instantes. El italiano sabia que Hernando era cristiano nuevo e intuia que continuaba profesando la fe de Mahoma. Al morisco no le preocupo confesarse a el. Estaba seguro de que Arbasia tambien escondia algo: se comportaba como un cristiano, pintaba a Dios, a la Virgen, a los martires de Cordoba y a los angeles; trabajaba para la catedral, pero algo en sus formas y en sus palabras lo diferenciaba de los piadosos espanoles.
—Yo soy partidario de la lectura —reconocio el morisco—. Nunca encontrare a Dios en simples imagenes.
—No todas las imagenes son tan simples; muchas de ellas reflejan aquello que esconden los libros.
Con esa enigmatica declaracion por parte del maestro dieron por terminada la conversacion ese dia.
El palacio del duque de Monterreal estaba en la zona alta del barrio de Santo Domingo. Su cuerpo principal databa del siglo xiv, la epoca en que fue conquistada la ciudad de Cordoba, de cuyo esplendor califal era testigo un antiguo alminar que destacaba en una de sus esquinas. La casa constaba de dos pisos de altisimos techos, a los que se les habian anadido varias edificaciones hasta llegar a conformar un laberintico entramado. Poseia