dos grandes jardines y diez patios interiores, que unian unos edificios con otros. Todo el conjunto ocupaba una inmensa extension de terreno. Su interior mostraba las riquezas propias de un noble: una profusion de grandes muebles, esculturas, tapices y guadamecies, que no obstante iban cediendo su lugar, poco a poco, a pinturas al oleo; la plata y el oro se mostraba en vajillas y cuberterias; el cuero y la seda bordada aparecian por doquier. El palacio contaba con todos los servicios: multiples dormitorios y letrinas, cocina, almacenes y despensas, capilla, biblioteca, contaduria, caballerizas y vastos salones para fiestas y recepciones.
En 1584, Hernando tenia treinta anos y el duque treinta y nueve. De su primer matrimonio le sobrevivia un hijo varon de dieciseis anos y del segundo, contraido ocho anos atras con dona Lucia, noble castellana, dos ninas de seis y cuatro anos y el benjamin, de dos. Salvo Fernando, el primogenito, que habia sido enviado a la corte de Madrid, dona Lucia y sus tres vastagos vivian en el palacio de Cordoba, y con ellos lo hacian once parientes hidalgos sin fortuna, de una u otra rama de la familia y de edades diversas, a quienes don Alfonso de Cordoba, titular del mayorazgo, acogia y mantenia.
Dentro de aquella variopinta corte que vivia a expensas del duque, hidalgos orgullosos y arrogantes como aquel que un dia pago cuatro reales a Hernando para que le senalara quien habia puesto en duda su linaje, tambien habia parientes mas lejanos, retraidos y callados, como don Esteban, un sargento de los tercios impedido de un brazo, un «pobre vergonzante» al que don Alfonso llevo a su hogar.
Los «pobres vergonzantes» eran una categoria especial de mendigos. Se trataba de hombres y mujeres sin recursos, a quienes el honor impedia tanto trabajar como mendigar publicamente, y que eran aceptados por la digna sociedad espanola. ?Como iban a pedir limosna honorables hombres o mujeres? Se crearon, por tanto, cofradias para atender a sus necesidades. Investigaban sus origenes y su condicion y, si realmente se trataba de vergonzantes, los propios cofrades pedian limosna de casa en casa por ellos para despues entregarles el fruto de las dadivas en privado. En una de sus estancias en la ciudad, don Alfonso de Cordoba presidio la cofradia y se entero de la existencia de su pariente lejano; al dia siguiente le ofrecio su hospitalidad.
Hernando volvio al palacio despues de pasar la tarde con Arbasia. Recorrio con desidia la distancia que separaba la catedral del barrio de Santo Domingo, deteniendose aqui y alla sin mas objetivo que el de perder tiempo, como si quisiera aplazar el momento de cruzar el umbral del palacio. Solo en las raras y escasas ocasiones en las que el duque recalaba en Cordoba y le pedia que se sentara a su vera, lograba sentirse a gusto en aquella hermosa y tranquila mansion; en ausencia de don Alfonso, sin embargo, el trato que recibia estaba lleno de sutiles humillaciones. Muchas veces se habia planteado la posibilidad de abandonar el palacio, pero se veia incapaz de adoptar decision alguna. Las muertes de Fatima y de sus hijos le habian secado el corazon y mermado la voluntad, dejandole sin fuerzas para enfrentarse a la vida. Fueron muchas las noches en que permanecio insomne, aferrado a su recuerdo, y muchas mas las que paso sumido en pesadillas en las que Ubaid asesinaba a su familia una y otra vez, sin que el pudiera hacer nada para evitarlo. Despues, poco a poco, esas terribles imagenes que poblaban sus suenos fueron dejando paso a otros recuerdos mas felices que llenaban su mente mientras dormia: Fatima con su toca blanca, sonriente; Ines, seria, esperandole en la puerta de su casa, y Francisco, enfrascado en escribir los numeros que le dictaba la entranable voz de Hamid. Hernando se refugio en esas evocaciones y los dias se convirtieron en jornadas interminables de las que solo aguardaba su final, la noche que le permitia reunirse con los suyos aunque fuera en suenos. El resto poco le importaba: al parecer su lugar no estaba con los cristianos ni tampoco con los moriscos. No sabia hacer otra cosa que montar a caballo. Su trabajo en las caballerizas reales se habia acabado despues del triste incidente con Azirat; en ellas ya no le quedaban amigos. ?Que futuro le esperaba si abandonaba el palacio? ?Regresar a la curtiduria? ?Enfrentarse al desprecio de sus hermanos en la fe? En una ocasion, convencido de que