curarme.
—Estaba convencido de que la Vieja no me defraudaria —afirmo Hernando.
Ambos sonrieron.
Los rumores entre las gentes aumentaron.
—?Encontraste a tu esposa y a tu madre? —se intereso a su vez el noble, haciendo caso omiso de cuantos le rodeaban.
—Si. —La respuesta de Hernando fue casi un suspiro. Habia hallado a Fatima, si, pero ahora la habia perdido para siempre...
Las palabras del duque interrumpieron sus pensamientos:
—Sabed todos —proclamo, alzando la voz—, que debo la vida a este hombre al que llaman el nazareno, y que a partir de hoy goza de mi favor, mi amistad y mi eterna gratitud.
En nombre de la fe
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Hernando observaba los trabajos de pintura y remodelacion que se realizaban en la biblioteca de la catedral, una vez vacia de volumenes, que la convertirian en la capilla del Sagrario. El lugar le atraia poderosamente y acudia a el con regularidad. Salvo pasear a caballo y encerrarse a leer en la gran biblioteca del palacio del duque de Monterreal, su nueva morada, poco mas tenia que hacer. El duque habia arreglado sus problemas con el conde de Espiel mediante un pacto del que Hernando nunca llego a conocer los detalles, y, al estilo de los hidalgos espanoles, le prohibio trabajar asignandole una generosa cantidad mensual que Hernando ni siquiera sabia como gastar. ?Hubiera sido una afrenta para la casa de don Alfonso de Cordoba que uno de sus protegidos se rebajase a desempenar cualquier tipo de trabajo!
Sin embargo, y pese a la estima en que le tenia el duque, Hernando quedaba excluido del resto de las actividades sociales en que se entretenian aquellos ociosos hidalgos. El duque tenia sus propias tareas y sus obligaciones en la corte, amen de las impuestas por sus extensos y ricos dominios, que le obligaban a ausentarse de Cordoba durante largas temporadas. Aunque le hubiese salvado la vida, Hernando no dejaba de ser un morisco a duras penas tolerado por la soberbia sociedad cordobesa.
Pero si esto ocurria con los cristianos, algo similar sucedia con sus hermanos en la fe. La noticia de que habia liberado al duque en la guerra de las Alpujarras y los favores que dicha accion le reportaba estaban en boca de toda la comunidad. Con la esperanza de que sus correligionarios acabarian por entender y no dar mayor importancia a aquel lejano suceso, admitio el amparo del noble, pero cuando quiso darse cuenta, la historia circulaba por toda Cordoba y los moriscos se referian a el despectivamente con el odiado nombre que le habia perseguido desde su infancia: el nazareno.