se apoyaron en una de las muchas barandillas de obra que cerraban largos y estrechos jardines y huertos, que descendian por la ladera a modo de bancales, por debajo de la vivienda, hasta el linde del siguiente carmen o de alguna de las sencillas y humildes viviendas moriscas con las que compartian el espacio del Albaicin. Ambos miraron al frente, embriagados: entre el aroma de las flores y los frutales, entre el murmullo del agua de las numerosas fuentes, la Alhambra se alzaba al otro lado del valle del Darro, magnifica, esplendorosa, como si les llamara para que alargaran las manos hacia ella.
—Hernando...
La voz sono timida y rota a sus espaldas.
Hernando tardo en volverse. ?Como seria ahora aquella nina de pelo pajizo y ojos castanos siempre temerosos? Fue lo primero en que se fijo: el pelo rubio, recogido en un mono, contrastaba con el vestido negro de una bella mujer cuyos ojos, a pesar de estar enturbiados por las lagrimas, se percibian vividos y brillantes.
—La paz sea contigo, Isabel.
La mujer apreto los labios y asintio, recordando la despedida de Hernando en Berja, antes de que su salvador partiese a galope tendido, aullando y volteando el alfanje sobre su cabeza. Isabel sostenia en brazos a una criatura y junto a ella, dos ninos, uno agarrado a su falda y el otro algo mayor, de unos seis anos, quieto a su lado. Empujo al mayor por la espalda para que se adelantase.
—Mi hijo Gonzalico —lo presento, al tiempo que el pequeno extendia avergonzado su mano derecha.
Hernando evito estrecharsela y se acuclillo frente a el.
—?Te ha hablado tu madre de tu tio Gonzalico? —El nino asintio—. Fue un nino muy, muy valiente. —Hernando noto que se le hacia un nudo en la garganta y carraspeo antes de continuar—. ?Tu eres tan valiente como el?
Gonzalico volvio la mirada hacia su madre, que asintio con una sonrisa.
—Si —afirmo.
—Un dia saldremos a pasear a caballo, ?quieres? Tengo uno que pertenece a las cuadras del rey Felipe, el mejor de Andalucia.
Los ojos del pequeno se abrieron de par en par. Su hermano se solto de la falda de su madre y se acerco a la pareja.
—Este es Ponce —dijo Isabel.
—?Como se llama? —pregunto Gonzalico.
—?El caballo? Volador. ?Querreis montar en el?
Los dos ninos asintieron.
Hernando les revolvio el cabello y se levanto.
—Mi companero, don Sancho —indico, senalando al hidalgo, que se adelanto un paso para inclinarse ante la mano que le tendia Isabel.
Hernando observo a Isabel mientras ella contestaba a las solicitas preguntas de cortesia de don Sancho. La chiquilla asustada de antano se habia convertido en una bella mujer. Durante unos instantes la vio sonreir y moverse con delicadeza, sabiendose observada. Cuando el hidalgo se retiro un paso e Isabel desvio la mirada hacia el, sus ojos castanos le transmitieron mil recuerdos. Hernando se estremecio, y como si quisiera liberarse de aquellas sensaciones, la urgio a que le contara que habia sido de su vida a lo largo de los anos.
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El oidor don Ponce de Hervas templo su caracter austero y