permitio escuchar los ultimos lamentos de la vihuela, que se prolongaron en la noche hasta que los comensales recuperaron su animo.
—Haceis bien en callar —intervino entonces el dean Fonseca—. La humildad es una gran virtud en las personas, y el miedo a la muerte o la tortura, excusable en quienes cedieron. Sin embargo, confio que vuestro silencio no se extienda a los herejes que tanta sangre cristiana derramaron y tantos sacrilegios y profanaciones cometieron. —Hernando clavo sus ojos azules en el dean—. El arzobispado de Granada esta llevando a cabo una investigacion sobre los martires de las Alpujarras. Disponemos de datos y decenas de declaraciones de las miles de viudas que perdieron a sus esposos e hijos en las sucesivas matanzas, pero entendemos que los conocimientos de alguien como vos, un buen cristiano que vivio la tragedia desde la posicion de los moriscos, mezclado con ellos, constituirian una fuente imprescindible e inconmensurable. Necesitamos que nos ayudeis en el estudio de los martires. ?Que sucedio? ?Cuando? ?Donde? ?Como? ?Quien lo ordeno y quienes lo ejecutaron?
—Pero... —titubeo Hernando.
—Granada tiene que acreditar a esos martires ante Roma —le interrumpio el corregidor—. Llevamos casi cien anos, desde el mismo momento en que la ciudad fue reconquistada por los Reyes Catolicos, buscando los restos de su patron, san Cecilio, pero todos los esfuerzos son inutiles. Esta ciudad necesita equipararse a las demas sedes cristianas de los reinos: Santiago, Toledo, Tarragona... Granada ha sido la ultima ciudad en ser arrebatada a los moros y carece de antecedentes cristianos, como el apostol Santiago o san Ildefonso. Son precisamente esos valerosos cristianos los que hacen grandes a sus ciudades. Sin santos, sin martires, sin historia cristiana, una ciudad no es nada.
—Sabeis que vivo en Cordoba —se le ocurrio decir a Hernando como unica excusa al encontrarse con la mirada de los comensales puesta en el.
—Eso no es ningun problema —se apresuro a senalar el dean, como si con ello cerrara las puertas a cualquier otro impedimento—. Podriais seguir haciendolo. El arzobispado os proveera de cedulas y de dinero suficiente para vuestros viajes.
—Sabia que no fallariais a tan santa y justa causa —afirmo entonces don Ponce al tiempo que le daba una palmada en el hombro—. Tan pronto como me entere del interes de la Iglesia granadina en vuestra participacion, escribi al duque de Monterreal solicitando su permiso, pero sabia que no seria necesario.
Alguien alzo una copa de vino, y al instante los invitados mas cercanos a Hernando brindaron por el.
Termino la cena y los musicos se desplazaron al interior de la mansion, al salon principal, que previamente habia sido vaciado de todos los muebles. Una parte de los invitados se desperdigo en grupos por los jardines o por la gran terraza que, desde el salon, se alzaba por encima del cauce del Darro, frente a la Alhambra, con el Albaicin a sus pies; otros se prepararon para el baile. Hernando vio a don Sancho remoloneando por la estancia, pendiente de que empezase la musica, y envidio su alegria y despreocupacion. ?Solo le faltaba aquel encargo por parte del arzobispado! Hasta su madre le habia dado la espalda y ahora tenia que trabajar para la Iglesia... ?denunciando a sus hermanos!
Escucho la musica y observo como danzaban hombres y mujeres, en circulos o en fila, en parejas o en grupo, acercandose unos a otros, sonriendo, flirteando incluso, saltando todos a la vez, como hacia el hidalgo en el palacio de don Alfonso. Reconocio a Isabel con su traje verde y sus chapines, que destellaban cuando la falda se levantaba del suelo, pero que pese a su altura no le impedian danzar con elegancia. Creyo ver que ella le miraba de reojo en varias ocasiones.
Mientras se desarrollaba el baile, se vio obligado a