El notario del cabildo se apresuro a formular esa pregunta una vez hechas las presentaciones formales, dispuesto a transcribir cuanto antes la contestacion de Hernando. Se encontraban en una estancia de reducidas dimensiones, cerca del archivo catedralicio.

A la manana siguiente de la fiesta, temprano, mientras la casa aun dormia —a excepcion del oidor, al que nada ni nadie hacia faltar a sus obligaciones—, Hernando habia tenido que acudir a la llamada del dean. Monto en Volador y acompanado de un criado, cruzo el Albaicin hasta la calle de San Juan. Paso junto a la ermita de San Gregorio y desde alli a la calle de la Carcel, que lindaba con la catedral que, aquellos dias, como la de Cordoba, se hallaba en construccion: se habian terminado ya las obras de la capilla mayor y se trabajaba en las torres, pero a diferencia de lo que sucedia con la cordobesa, el templo granadino no se erigia sobre la antigua mezquita mayor, sino a su lado. La gran mezquita granadina con su alminar habia sido reconvertida en sacristia, y en ella habia, ademas, diversas capillas y servicios. Cruzo el lugar de oracion de los musulmanes granadinos de antano, de techos bajos, con la atencion puesta en las columnas de piedra blanca culminadas en arcos que aguantaban la techumbre de madera y que dividian las cinco naves de la mezquita. Desde alli, un sacerdote le acompano al escritorio del notario.

?Que decir de Juviles?, se pregunto mientras el hombre, pluma en mano, esperaba su respuesta. ?Que su madre acuchillo hasta la muerte al sacerdote de la parroquia?

—Es dificil y verdaderamente doloroso para mi —dijo, tratando de eludir la cuestion— hablaros de Juviles y del horror que me vi obligado a presenciar en ese lugar. Mis recuerdos son confusos. El notario alzo la cabeza y fruncio el ceno—. Quiza..., quiza fuera mas practico que me permitierais pensar en ello, aclarar mis ideas y que yo mismo las pusiera por escrito y os las hiciera llegar.

—?Sabeis escribir? —se sorprendio el notario.

—Si. Precisamente me enseno el sacristan de Juviles, Andres.

?Que habria sido de Andres?, penso entonces. No habia vuelto a saber nada de el desde su llegada a Cordoba...

—Lamento deciros que ha fallecido recientemente —afirmo el notario como si hubiera adivinado sus pensamientos—. Tuvimos conocimiento de que se instalo en Cordoba, y lo buscamos para que testificase, pero...

Hernando respiro hondo, si bien al instante se removio inquieto en el duro y desvencijado sillon de madera en el que permanecia sentado frente al escritorio. ?Por que no terminar con aquella burla? ?El era musulman! Creia en un unico Dios y en la mision profetica de Muhammad. Al tiempo que se lo planteaba, el notario cerro el legajo que descansaba sobre la mesa.

—Tengo muchos quehaceres —adujo—. Me ahorrariais un tiempo precioso si vos mismo lo relataseis por escrito.

Y esfuerzo, anadio para si Hernando cuando el hombre se levanto y le tendio la mano.

El sol brillaba con fuerza y Granada hervia de actividad. Hernando acababa de montar sobre Volador y penso en despedir al criado y perderse en la ciudad; pasear por la cercana alcaiceria o buscar un meson en el que meditar acerca de todo lo que le estaba ocurriendo. La noche anterior, cuando el carmen ya habia quedado libre de invitados, oro con la mente puesta en Isabel, excitado, sintiendo el calor de su cuerpo y el roce de sus dedos. ?Por que habia buscado su mano? Volador piafo inquieto ante la indecision de su jinete. El criado esperaba sus ordenes con cierta displicencia. Y ahora, Juviles. De pronto, Hernando tironeo de

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