el.
—Buenos dias —balbuceo Hernando sin dirigirse a ninguna de las dos mujeres en concreto, asaltado por una repentina oleada de calor.
La camarera curvo los labios en una discreta sonrisa e inclino la cabeza; Isabel no tuvo oportunidad de contestar antes de que la puerta se cerrase. Hernando continuo hasta su habitacion con el recuerdo del calor del cuerpo de Isabel pegado a el, respirando con agitacion. Turbado, recorrio la estancia con la mirada: la magnifica cama con dosel ya arreglada; el arcon de marqueteria; los tapices con motivos biblicos que colgaban de las paredes; la mesa con la jofaina para lavarse y las toallas de hilo pulcramente dobladas junto a ella; la puerta que se abria a la misma terraza que las de los dormitorios del oidor y su esposa, con vistas a la Alhambra.
?La Alhambra! «Desdichado el que tal perdio.» Con la vista clavada en el alcazar, recordo la frase que, segun decian, habia exclamado el emperador Carlos. Alguien explico al monarca las palabras con que Aisha, la madre de Boabdil, ultimo rey musulman de Granada, recrimino a este sus llantos al tener que abandonar la ciudad en manos de los Reyes Catolicos: «Haces bien en llorar como mujer lo que no has tenido valor para defender como hombre».
«Razon tuvo la madre del rey en decir lo que dijo —contaban que replico el emperador— porque si yo fuera el, antes tomara esta Alhambra por sepultura que vivir sin reino en las Alpujarras.»
Embelesado con la roja silueta del palacio, se sobresalto ante la figura de Isabel, que desde su dormitorio se habia adelantado hasta la baja baranda de piedra labrada que cerraba la terraza del segundo piso del carmen, en la que se apoyo con sensualidad para contemplar el gran alcazar nazari. Desde el interior de su habitacion, Hernando contemplo el cabello pajizo de Isabel recogido en una redecilla; se fijo en el esbelto cuello de la mujer y se perdio en la voluptuosidad de su cuerpo.
Hernando avanzo un par de pasos hasta llegar a la terraza; Isabel giro la cabeza hacia el al oir el ruido; sus ojos chispeaban.
—Resulta dificil elegir entre dos bellezas —le dijo Hernando, senalandola a ella y luego a la Alhambra.
La mujer se enderezo, se volvio y se dirigio hacia el con la mirada tremula hasta que sus respiraciones se confundieron. Entonces busco el contacto de sus dedos, rozandolos.
—Pero solo puedes llegar a poseer una de ellas —le susurro.
—Isabel —musito Hernando.
—Mil noches he fantaseado con el dia en que cabalgue contigo. —La mujer llevo la mano del morisco hasta su estomago—. Mil noches me he estremecido igual que lo hice entonces, de nina, al contacto de tu mano.
Isabel le beso. Un largo, dulce y calido beso que Hernando recibio con los ojos cerrados. Isabel separo sus labios y Hernando tiro de ella hacia el interior del dormitorio. Luego comprobo que la puerta estaba atrancada y se dirigio a cerrar la que daba al balcon.
Volvieron a besarse en el centro del dormitorio. Hernando deslizo sus manos por su espalda, luchando con la falda verdugada que le impedia acercarse a su cuerpo. Isabel, pese a la pasion de sus besos y su respiracion entrecortada, mantenia las manos quietas, apoyadas en la cintura de el, sin ejercer presion. Hernando tanteo las puntas con las que se abrochaba la parte superior del vestido y peleo torpemente con ellas.
Isabel se separo y le ofrecio la espalda para que pudiera