comer.
Pero no solo fue la servidumbre la que comprobo el duro caracter de la prima del oidor; ni don Sancho ni Hernando pudieron permanecer ajenos al revuelo. Dona Angela se ocupo de que todas sus decisiones fueran lo suficientemente publicas como para que no pasasen inadvertidas al morisco, y a ultima hora de la tarde, antes de que se pusiese el sol, ordeno a Isabel que abandonase su dormitorio, vestida de negro, igual que ella, y la paseo por los jardines del carmen a la vista de todos, pero principalmente de la de Hernando, anunciando asi a su amante que ya nunca podria acercarse a ella en privado.
Pero no solo fue Hernando quien pudo contemplar a Isabel bajo la estricta vigilancia de dona Angela; don Sancho tambien lo hizo y comprendio que el asunto habia llegado a conocimiento del oidor. Un par de veces se cruzo con don Ponce por el carmen, y el juez ni siquiera tuvo la cortesia de contestar a sus saludos, girandole el rostro; don Sancho no espero ni un instante en enfrentarse a Hernando.
—Nos iremos manana por la manana, sin excusas —llego a ordenarle. Hernando quedo pensativo—. ?No lo entiendes? —grito don Sancho—. ?Que piensas? Por poco respeto o... ?lo que sea que sientas por esa mujer!, debes apartarte de ella. ?Es imposible que vuelvas a verla a solas! ?No te das cuenta? El oidor ha debido de enterarse y ha tomado medidas. —El hidalgo dejo transcurrir unos instantes—. Ya que tu vida —dijo despues— parece que poco te importa, piensa en que si persistes en este comportamiento arruinaras la vida de Isabel.
Hernando se sorprendio asintiendo al discurso de su acompanante. ?Que poco habia durado su determinacion! Pero era cierto, tenia razon el hidalgo. ?Como iba a acercarse a Isabel? Su imagen, vestida de negro y paseando cabizbaja por los jardines esa misma tarde, en contraste con el porte altivo y desafiante de dona Angela, le habian convencido de ello. Ademas, si los rumores habian llegado a conocimiento del oidor... ?Seria una locura!
—De acuerdo —cedio—. Partiremos manana por la manana.
Esa noche Hernando empezo a preparar sus pertenencias para el viaje. Entre sus ropas, encontro aquellas que el oidor le habia comprado para la fiesta; la noche que las habia vestido, Isabel... Habia sido una necedad, trato de convencerse. ?Que derecho tenia, como decia don Sancho, a arruinar la vida de una mujer digna? Si, sentia que ella lo deseaba, cada vez mas, pero quiza fuera cierto que se habia aprovechado de una mujer que le debia gratitud. Miro a su alrededor; ?olvidaba algo? ?Y aquellas ropas? Las agarro y las lanzo al suelo, lejos de el, a una esquina de la alcoba. ?Tampoco era cierto que se hubiera aprovechado de la ingenuidad de Isabel como le habia recriminado don Sancho! Habia sido ella la que se pego a su espalda el dia del castillo de fuegos y habia sido ella quien alargo la mano hasta la suya. En cualquier caso, ?que mas daba ya? Regresaba a Cordoba.
Hernando se dejo caer en una silla con adornos en plata batida tallada, y perdio la mirada en la Alhambra y en el juego de luces doradas y sombras que arrancaban de sus piedras los hachones y la luna. Pasaba la medianoche. El carmen estaba en silencio; el Albaicin estaba en silencio; ?toda Granada parecia estarlo! Una brisa caprichosa refrescaba el ambiente y lograba hacer olvidar el sofocante calor del dia. Hernando se dejo llevar, cerro los ojos y respiro hondo.
—Sera la primera vez que nos acompanara la luna.
Las palabras le sobresaltaron. Isabel, vestida con la camisa de dormir, se hallaba en la terraza, bella, sensual, con la Alhambra recortada a su espalda.
—?Que haces aqui...? —Hernando se levanto de la silla—. ?Y