Si a su regreso de Granada Hernando mantenia alguna esperanza de que la comunidad morisca de Cordoba hubiera suavizado su postura respecto a el, esta se esfumo enseguida: gracias a la carta remitida a don Alfonso por el oidor, la noticia de su intervencion en el estudio de los martires cristianos de las Alpujarras le habia precedido. La solicitud del arzobispado se comento en la corte de mantenidos del duque y poco tardo en llegar a oidos de Abbas a traves de los esclavos moriscos de palacio.
A los pocos dias de su retorno, tras la insistencia de Hernando, su madre consintio en hablar con el. Se la veia envejecida y encorvada.
—Eres el hombre —le aclaro en un tono inexpresivo cuando Hernando acudio a la sederia—. La ley me exige obediencia, a pesar de mis deseos.
Se hallaban los dos en la calle, a unos pasos del establecimiento en el que trabajaba Aisha.
—Madre —casi suplico Hernando—, no es tu obediencia lo que busco.
—Has sido tu quien ha logrado que me aumentaran el jornal, ?no? El maestro no ha querido darme explicaciones. —Aisha hizo un gesto hacia la puerta. Hernando se volvio y vio al tejedor, que le saludo en la distancia y se mantuvo en la puerta, observandolos, como si esperara para hablar con el.
—?Por que no podemos recuperar nuestra...?
—Tengo entendido que ahora trabajas para el arzobispo de Granada —le interrumpio Aisha—. ?Es eso cierto? —Hernando titubeo. ?Como podian saberlo con tanta celeridad?—. Dicen que ahora te dedicas a traicionar a tus hermanos alpujarrenos...
—?No! —protesto el, con el rostro enrojecido.
—?Trabajas para los papaces o no?
—Si, pero no es lo que parece. —Hernando callo. Don Pedro y los traductores le habian exigido secreto absoluto acerca de su proyecto y el lo habia jurado por Ala—. Confia en mi, madre —le rogo.
—?Como quieres que lo haga? ?Ya nadie confia en ti! —Los dos quedaron en silencio. Hernando deseaba abrazarla. Alargo una mano con la intencion de rozarla, pero Aisha se aparto—. ?Deseas algo mas de mi, hijo?
?Por que no contarselo todo?
«Jamas a una mujer! —casi habia gritado don Pedro despues de que el plantease la posibilidad de confiar en su madre—. Hablan. No hacen mas que parlotear sin comedimiento. Aunque sea tu madre.» Luego le habia obligado a jurarlo.
—La paz sea contigo, madre —cedio, y retiro la mano.
Con un nudo en la garganta, la vio alejarse calle abajo, muy despacio. Luego carraspeo y se dirigio donde todavia lo esperaba el maestro tejedor, quien tras intercambiar los saludos de rigor, le exigio que cumpliera su palabra: la casa del duque debia comprarle mercaderia.
—Te prometi interceder para que el duque se interesara en tus productos —le contesto Hernando—. Que compre o no ya no dependera de mi.
—Si vienen, compraran —asintio, senalando el interior de su tienda.
Hernando echo un vistazo: se trataba de un buen establecimiento. La luz, como era obligado, entraba a raudales por las ventanas abiertas, carentes de toldos o telas que las cubriesen, para que los compradores apreciaran con claridad las mercaderias; las piezas de terciopelo, raso o damasco se exponian al publico sin ningun reclamo o trampa que pudiera inducir a error.