impecablemente vestido con su librea, vigilando a un maestro carpintero que arreglaba un aparador desportillado. A su lado, una joven criada barria el serrin del cepillado antes incluso de que llegara a tocar el suelo.
Hernando se detuvo en la entrada del salon. «Necesito que acudais a la tienda del maestro Juan Marco a comprar...», penso que podia decirle. «?Necesito?» «Me gustaria..., os ruego...» ?Por que? ?Que le contestaria si le preguntaba el porque? Seguro que lo haria. «Porque soy amigo del duque —podia contestarle—, le salve la vida.» Se imagino entonces obligado a repetir ese argumento delante de dona Lucia y lo descarto de inmediato. Don Sancho le habia ensenado muchas cosas, pero ciertamente nunca llego a darle ninguna leccion acerca de como dirigirse a los criados con aquella autoridad de la que todos ellos hacian gala de manera natural. Tambien penso en acudir al hidalgo, pero este no le dirigia la palabra tras su discusion sobre Isabel.
De repente se sintio observado. El camarero tenia la mirada clavada en el. ?Cuanto tiempo llevaba parado bajo el quicio de la puerta?
—Buenos dias, Jose —le saludo con una mueca que pretendia ser una sonrisa.
La criada dejo de barrer y se volvio extranada. El camarero le contesto con una leve inclinacion de cabeza y al instante devolvio su atencion al maestro.
La sorpresa que se reflejo en el rostro de la muchacha le confundio y Hernando cejo en su proposito. Lo cierto era que poco se habia prodigado en sus tratos durante los tres anos pasados en palacio. Dio media vuelta y remoloneo por los patios del palacio hasta que vio pasar a la criada.
—Acercate —le pidio. A medida que la muchacha lo hacia, Hernando rebusco en su bolsa—. Toma. —Le entrego una moneda de dos reales. La criada acepto el dinero con recelo—. Quiero que vigiles al camarero y que me avises si sale del palacio por la noche. ?Me has entendido?
—Si, don Hernando.
—?Sale por las noches?
—Solo si no esta Su Excelencia.
—Bien. Tendras otra moneda mas cuando cumplas tu encargo. Me encontraras en la biblioteca, despues de cenar.
La muchacha asintio indicando que lo sabia.
Hernando salia a cabalgar todos los dias. Procuraba levantarse temprano, antes que los hidalgos, que acostumbraban a hacerlo a media manana, pero sobre todo trataba de evitar a dona Lucia. Llego a la conclusion de que don Sancho le habia contado a la duquesa sus amorios con Isabel, puesto que del desden que le mostraba, la mujer paso a un odio que no podia disimular. En las pocas ocasiones en las que se encontraban en palacio, dona Lucia giraba el rostro, y a las horas de las comidas Hernando era sentado en el extremo mas alejado de la mesa, casi sin acceso a los alimentos. Los hidalgos sonreian ante los esfuerzos del morisco por hacerse con algo de comida.
Asi las cosas, desayunaba en abundancia y salia de Cordoba para perderse en las dehesas y disfrutar de la manana. A menudo pasaba horas entre los toros, caminando a distancia, sin citarlos ni correrlos. El recuerdo de Azirat lanzandose sobre las astas de uno de ellos le perseguia; tampoco acudia a ver como los corrian los nobles en la ciudad. En otras ocasiones se cruzaba con los jinetes de las caballerizas reales y, con cierta nostalgia, los veia pelear con los potros de ese ano. Despues de comer se encerraba en la biblioteca. Tenia bastantes ocupaciones. Una era la de transcribir el evangelio de Bernabe, que habia ido a buscar a casa de Arbasia; probablemente algun dia tendria que compartir aquel descubrimiento y no estaba dispuesto a entregar el manuscrito. Leyo sus capitulos y preceptos en