tu esposo?

—Le he oido roncar desde mi habitacion. Y dona Angela se retiro hace horas.

Al tiempo que le contestaba, en la misma terraza, Isabel deslizo de sus hombros la camisa, que resbalo por su cuerpo hasta llegar al suelo, y se le mostro desnuda; le miro a los ojos, atrevida, orgullosa, invitandole a deleitarse en ella.

Hernando se quedo paralizado, ?hasta la luna, con sus reflejos, parecia acariciar aquel cuerpo esplendoroso!

—Isabel... —susurro Hernando sin poder apartar la mirada de sus pechos, de sus caderas y de su vientre, de su pubis...

—Manana te vas —musito ella—. Eso me ha dicho Ponce. Solo nos queda esta noche.

Hernando se acerco a Isabel y le tendio una mano para que entrase en la alcoba. Recogio su camisa y cerro las puertas de la terraza. Luego se volvio y fue a decirle algo, pero ella llevo uno de sus dedos hasta los labios de Hernando, pidiendole asi que no lo hiciera. Y le beso, dulcemente. El trato de acariciarla, pero Isabel cogio sus manos y las separo de su cuerpo.

—Dejame a mi —le rogo.

?Solo le quedaba esa noche! Empezo a desabrocharle la camisa. ?Queria hacerlo ella! ?Anhelaba ese placer que tanto le habia prometido Hernando! Se sorprendio al notar la firmeza de sus propias manos cuando acariciaron los hombros de Hernando para deslizar la camisa por su espalda. Luego beso su pecho y bajo las manos hasta sus calzas. Dudo un instante, tras el que se arrodillo frente a el.

Hernando suspiro.

Cuando Isabel llego a conocer el cuerpo de Hernando, despues de besarlo y lamerlo, se dirigieron al lecho. Durante un largo rato, la tenue luz de una unica lampara alumbro las siluetas de un hombre y una mujer, sudorosos y brillantes, que se hablaban en susurros, entrecortadamente, mientras se besaban, se acariciaban y se mordian sin urgencias. Fue Isabel quien le llamo a penetrarla, como si ya estuviera dispuesta, como si hubiera llegado a comprender, por fin, el sentido de todas aquellas palabras que tanto le habia dicho Hernando. Y se fundieron en un solo cuerpo; los apagados jadeos de Isabel fueron aumentando hasta que Hernando trato de acallarlos con un largo beso, sin dejar de empujar, hasta que el mismo noto en su interior, apagado, reprimido por su beso, un aullido gutural que la mujer, extasiada, nunca hubiera llegado a imaginar que pudiera surgir de sus entranas y que vino a confundirse con su propio extasis. Luego, durante un largo rato, se quedaron quietos, saciados, uno encima del otro, sin separarse, sin hablarse siquiera.

—Manana me voy —dijo al fin Hernando.

—Lo se —se limito a contestar ella.

El silencio volvio a hacerse entre los dos, hasta que Isabel nego casi imperceptiblemente con la cabeza y deshizo el abrazo de sus cuerpos.

—Isabel...

—Calla —le suplico la mujer—. Debo volver a mi vida. Dos veces has entrado en ella y dos veces he resucitado. —Ya sentada, Isabel acaricio el rostro de Hernando con el dorso de sus dedos—. Debo regresar.

—Pero...

Ella llevo de nuevo uno de sus dedos a los labios de Hernando, rogandole silencio.

—Ve con Dios —susurro conteniendo el llanto.

Luego abandono el dormitorio sin mirar atras.

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