las tablas interesandose por ver a que se jugaba en cada una de ellas: dados, la treinta, la primera de Alemania o la andaboba. Llego a la de Jose Caro y se detuvo al otro lado de la mesa. Observo el juego: la veintiuna. Hernando tardo poco en comprender que Jose Caro no era mas que un palomo. Detras del camarero de palacio se habia apostado un miron, ataviado con un jubon y un cinturon en los que lucia pequenas piezas de metal brunidas como adorno. El fullero que se sentaba al otro lado de la tabla y que actuaba como banca aprovechaba para mirar de reojo los espejos del jubon y el cinturon de su complice, que reflejaban el punto de Jose Caro. Hernando nego casi imperceptiblemente; ?todos los demas puntos de la tabla parecian saberlo y todos cobrarian su beneficio por ayudar al fullero a desplumarle! El camarero destapo su juego, un as y una figura: veintiuna. Gano una buena mano. Querian que se confiase.
—Eres muy caro de ver. —Hernando se volvio hacia el hombre que le hablaba y fruncio el ceno, tratando de reconocerle—. Desapareciste, y pense que te habia sucedido algo, pero es evidente que no. Vuelves vestido como un noble y con monedas de oro.
—?Palomero!
Varios de los jugadores de la tabla, el camarero incluido, levantaron la mirada hacia el recien llegado que asi trataba al dueno del garito. Pablo Coca le hizo un gesto para que evitase aquel mote.
—Ahora soy el coimero —susurro—. Debo velar por mi reputacion.
—Pablo Coca —murmuro Hernando para si. Nunca habia llegado a saber el nombre de aquel joven capaz de embaucar al jugador mas renuente. Los tahures volvieron a sus apuestas. Jose Caro, intrigado por la presencia del morisco, lo miraba de reojo—. Tienes un buen garito —anadio—; debe de costarte mucho dinero en sobornos a los justicias y alguaciles.
—Como siempre —rio Pablo—. Ven, deja ese bebedizo de uva, que cataremos un buen vino.
Hernando le acompano a una zona algo retirada de las tablas, donde, tras una tosca mesa, un hombre, protegido por otros dos malcarados con armas al cinto, hacia cuentas y contaba dineros. Pablo sirvio dos vasos de vino y brindaron.
—?Que haces por aqui? —le pregunto despues de entrechocar los vasos.
—Quiero obtener un favor del jugador de la veintiuna... —le confeso Hernando con franqueza.
—?El camarero del duque? —le interrumpio Pablo—. Es uno de los mas blancos que aparecen por aqui. Como no te apresures a hablar con el, le ganaran hasta el ultimo real y no estara muy dispuesto para entender de favores.
Hernando miro hacia la tabla. El camarero estaba pagando una apuesta a la banca. Otro discutia la jugada y se enzarzo a punetazos con un tercero. Al instante dos hombres acudieron a la mesa, los separaron y los conminaron a calmarse. El morisco no quiso pensar en lo alejado que estaba en ese momento de la ley musulmana: bebiendo, en una casa de juego... ?Por que era tan dificil poder ser fiel a sus creencias?
—Si te interesa que este de buen humor, dejale perder un poco mas. Ya te han visto conmigo. Cuando te sientes, cambiaran los tahures y podras hacer lo que quieras. ?Sabes hacer fullerias? ?Asi te has ganado la vida? ?En Sevilla?
—No. Se lo que un dia, hace muchos anos, me conto un buen companero. —Hernando le guino un ojo—. No deben haber cambiado mucho, ?no? A partir de ahi... que la suerte reparta.
—Ingenuo —sentencio Pablo.
Charlaron durante un buen rato y Hernando le hablo sobre su