vida. Luego se dirigieron a la tabla en la que el camarero ya casi carecia de resto. Pablo hizo una sena al jugador que estaba sentado a la derecha del camarero, que se levanto para ceder su lugar al morisco. Jose Caro hizo ademan de hacer lo mismo, pero Hernando se lo impidio poniendo una mano en su antebrazo y obligandole a sentarse.
—A partir de ahora podras jugar solo contra el azar —le susurro al oido.
Algunos jugadores de la tabla se levantaron; otros nuevos se sentaron.
—?Que pretendes decir? —le contesto el camarero mientras se producia el relevo de jugadores—. He estado bien atento a que no se hicieran fullerias.
—No pretendo molestarte. Lo que intento decirte es que esto no es como jugar con la duquesa, a real la mano. Nunca te sientes delante de un hombre con espejos. —Hernando le senalo con el menton al del jubon adornado que habia permanecido tras el y que, algo apartado de la tabla, recibia sus beneficios de manos del tahur ganador. Otros jugadores, que habian presenciado en silencio la estratagema, esperaban su parte.
El camarero, irritado, fue a dar un golpe sobre la mesa, pero Hernando le detuvo.
—Nada conseguiras ahora. La partida ha terminado.
—?Que pretendes? ?Por que me ayudas?
—Porque quiero que te intereses por las mercaderias del maestro tejedor Juan Marco, ?conoces su establecimiento? —El camarero asintio. Iba a decir algo, pero Hernando no se lo permitio—. No estas obligado a comprar. Solo pretendo que lo visites.
La tabla se recompuso y nueve jugadores se sentaron a ella. Uno cogio los naipes y se dispuso a repartir, pero Hernando lo detuvo.
—Baraja nueva —exigio.
Pablo ya la tenia preparada. Hernando se hizo con la vieja, que el jugador arrojo con disgusto sobre la mesa, y se la entrego al camarero.
—Guardala. Luego te ensenare un par de cosas.
El cambio de baraja desanimo al hombre que iba a repartir y a otro tahur, que abandonaron la partida. En presencia de Pablo Coca, jugaron a la veintiuna, dos cartas a cada jugador contra otro que tenia la banca; el que se acercara mas a veintiun puntos, el as contando uno u once indistintamente, las figuras diez y los demas naipes su valor, ganaba a la banca si lograba acercarse mas que esta al citado numero, o si esta se pasaba. La suerte cambio y el camarero se recupero de sus perdidas; incluso invito a Hernando, que se mantenia sin ganar ni perder, a un vaso de vino.
Fue en un momento en que Hernando dudaba en la cantidad a apostar. Empezaba a estar aburrido de unas cartas anodinas y manoseo su resto. Miro hacia la banca. Pablo estaba tras el tahur, erguido y serio, controlando el juego, pero el lobulo de su oreja derecha se movio de forma imperceptible. Hernando reprimio un gesto de sorpresa y aposto fuerte. Gano. Con una sonrisa, recordo entonces la afirmacion del coimero: ?lo llevaban en la sangre!
—Compruebo que por fin aprendiste del Mariscal —le comento Hernando al final de la partida, cuando el y el camarero se despedian de Pablo Coca. El morisco habia ganado una cantidad considerable; su companero habia logrado resarcirse un poco de sus perdidas anteriores.
—?Que es eso del Mariscal? —intervino Jose